jueves, junio 14, 2012

SOSTIENE VERÁSTEGUI

Vida. Poesía. Inmolación. Genialidad. Desequilibrio. Brillantez. Dulzura. En mi país la poesía ladra suda orina y tiene sucias sus axilas. La poesía frecuenta los burdeles escribe cantos danza…


Sostiene Enrique Verástegui que su obra literaria está a la altura de Dante. Me lo dice apenas llego a su casa en La Molina y me abre la puerta gentilmente. Me dice que me veo bien, y sobre todo aburguesado. Me he percatado que lleva los pasadores de los zapatos desanudados igual que yo. También me he percatado que lleva el cierre del pantalón abajo y la camisa mal puesta tal como me lo cuestiona mi madre desde hace varios años. Pareces un loco, me dice. Yo le pregunto a Enrique cuáles son sus actividades diarias desde hace varios años. Solo menciona tres palabras: pensar, leer, escribir. Sostiene Enrique Verástegui que vivió cinco años en Europa, producto de una beca prestigiosa. Sostiene que estuvo en La Sorbona y habitó las buhardillas de poetas del mundo. Sostiene Enrique que sí llegó a hablar con Roberto Bolaño alguna vez en Barcelona, en los setentas. Sostiene que no ha leído la novela Los Detectives Salvajes, donde aparece un personaje inspirado en él y el grupo poético Hora Zero. Pero que su obra es diez mil veces superior a la de Bolaño en el sentido de la calidad y la contracción. Bolaño es un escritor tipo lumpen, sostiene Verástegui.

Enrique Verástegui sostiene que solo toma yogurt, que ya dejó la bohemia, el vino tinto. Sostiene una lengua que lo domina y no le deja comunicarse correctamente. El cerebro es una joya encajada en una cabeza triangular, sostiene Verástegui mientras come un sudado de pescado y bebe una chicha sin helar. Sostiene haber pertenecido a la generación del setenta. Sostiene haber visto a Chabuca Granda en la presentación de su novela Terceto de Lima. Sostiene Enrique que su vida en Cañete le marcó el destino. Que su casa se derrumbó en el terremoto del 2007. No ha habido ninguna ayuda para volver a construir su casa. Su familia está en Lima, nadie quiere hacerse cargo del terreno. Ahí en Cañete fue la primera vez que comió un sudado de pescado. Sostiene que desde joven se acostumbró a comer sudado de pescado en vez de cebiche. Sostiene haber ido a Kilka y haberse quedado en los bares durante toda la noche. Luego volvía a Cañete donde lo esperaba con un sudado de pescado fresco.

Sostiene Verástegui que ha escrito una novela, La máquina del crepú/sculo (así con un slash incrustado), que es superior a Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Sostiene haber escrito una obra capital de mil doscientas páginas a la que tituló Ética. Sostiene que aún lleva tratamiento psiquiátrico. Sostiene saber poco de internet, pero le gusta el Facebook. Yo le digo que tiene oportunidad de ver todos los periódicos del mundo. Me dice que eso no sabe hacer. Le pregunto qué periódicos lee. Me dice que ya no lee periódicos. Yo pregunto si es por alguna filosofía nueva que ahora practica y me dice que no, que es porque la dueña del quiosco ya no le deja leer parado. Si no compro, no me deja ver los periódicos.

Sostiene Enrique que su vida ha sido exitosa. Que ha publicado los libros que el mundo necesitaba. Sostiene también que se identifica con la película Una mente brillante, se reconoce. Yo le digo que la esquizofrenia es letal. No me dice nada, prefiere batallar con el sudado de pescado y las cebollas entomatadas. Le pregunto qué pastillas toma, que yo también llevo tratamiento psiquiátrico. Me dice que prefiere no hablar de esas cosas. Cambia de tema como si un niño hubiese agarrado el control remoto y cambia de canal. Su canal favorito. Entonces sostiene Verástegui que acaba de sacar un nuevo libro titulado Tratado sobre la yerbaluisa. Sostiene Enrique que es el primer libro de filosofía peruana escrito en el siglo XXI.

Sostiene Verástegui que su novela La máquina del crepús/culo es parte de una novela mayor que se titula El sueño de una primavera de Occidente. Le recuerdo que eso me lo había contado hace diez años. Me responde que la escribió cuando tenía 46, ahora tiene 63. Sostiene Enrique que es como una galaxia, con miles de soles y planetas, que son sus libros sobre filosofía, matemática, poesía, novela, cuentos y hasta periodismo. Le pregunto desde cuando no trabaja, digo, en un empleo asalariado distinto a un quehacer de orfebre como la literatura. Me dice que en la época de Toledo tuvo chamba, en la de Alan nada. En la de Ollanta nada.

Sostiene Enrique Verástegui que su nieto Stefano es tan inteligente como él. Extraordinario. Le digo que en 2009 conocí a la poeta Teresa Ruiz Rosas en Alemania y me habló de él. Se entusiasma y me pregunta qué dijo de mí. Le comienzo a contar que la poeta le tiene mucha estima, a él y a Carmen Ollé, su ex esposa. El poeta se pone contento. Como si recordara sus épocas doradas, en la que obtuvo una prestigiosa beca internacional, siendo el latinoamericano más joven que ha ganado ese premio, la beca Guggenheim, por su primer poemario En los extramuros del mundo. Entonces sostiene Verástegui que el Antiguo Testamento es Vallejo, y que el Nuevo Testamento es él.

Cuando muera me tiraré a todos los poetas latinoamericanos, sostiene. Y también sostiene que no le debieron dar el Nobel a Mario Vargas Llosa, sino a él. Tal vez en quince años me lo den, sostiene.

Sostiene Verástegui que ha leído mi libro El artista de la familia, que le hice llegar por correo hace unas semanas. Sostiene que tengo un título fabuloso y los cuentos son maravillosos. Sostiene Verástegui que junto con mi otro libro, Barrunto, estoy en lo mejor del siglo XXI. Yo le digo que está siendo un poco exagerado. Me dice que no, entonces le pido que escriba lo que acaba de decir en un papel. Le abro la primera página de un libro de Beto Ortiz, la entrevista a Mario Vargas Llosa, El Inconquistable. Y le entrego un lapicero. Escribe, le pido.

Enrique Verástegui ha escrito en las primeras líneas lo siguiente: Para mi amigo Renato Sandoval…

Yo le digo a Enrique que no me llamo Renato, sino Juan José Sandoval. Entonces sostiene Verástegui que suele confundirse con los nombres. Que Renato es un poeta que organizó hace poco un festival internacional de poesía, en la cual estuvo invitado. Entonces tacha el nombre Renato y corrige, Juan José. Pero el libro ya está garabateado. Feo. Parece que no le gustó ver el nombre de Beto Ortiz, mucho menos el de Mario Vargas Llosa. Pero sería incapaz de mencionarlo porque la poesía no le permite explorar la maldad. Sostiene Enrique Verástegui que vive en armonía con la belleza. Al compás de su locura. En danza constante con el tiempo. Como solo los poetas pueden vivir, en una constante y furiosa inmolación diaria.

Publicado en la revista Esquina Arte y Cultura #36. Lima, Perú.

domingo, junio 03, 2012

EL ARTISTA DE LA FAMILIA EN EL DIARIO LA REPUBLICA

El escritor y periodista Juan José Sandoval (Lima, 1976) viene desarrollando una peculiar obra narrativa, centrada en las violentas experiencias de los adolescentes de los barrios más pobres de Lima; una temática a la que él mismo denomina “urbano marginal”. Sus dos primeros libros de cuentos –Barrunto (2001) y Las ratas de mi casa (2005)–, fueron también “marginales”: editados y publicados por el propio autor, casi no tuvieron difusión ni publicidad. Y lo mismo sucede con El artista de la familia (2012), su nuevo libro de relatos

Los siete cuentos aquí reunidos están entrelazados por la presencia de algunos personajes en común (la protagonista de “Días de combi” es la nieta del bohemio personaje de “El artista de la familia”), como sucedía con los relatos de Los inocentes (1961) de Oswaldo Reynoso, referente inevitable en cuanto al realismo urbano peruano. Pero mientras en Reynoso hay siempre un cierto aliento poético, incluso al describir las situaciones más chocantes, en Sandoval el lenguaje es lo más directo y coloquial posible, sin ninguna pretensión estética ni literaria.

Lo que hace interesante a estos cuentos es el particular carácter de las historias que, independientemente de su “veracidad”, parecen ser de esas que se suelen oír en los barrios limeños. Y también el dinamismo con que se entrelazan los sucesos principales y los secundarios, otorgándole a los relatos una vitalidad y optimismo ausentes en otras narraciones dedicadas a lo “urbano marginal”. Rockero, periodista free lance y escritor informal, Sandoval sin duda conoce las calles de Lima mejor que cualquier autor consagrado.  (Javier Ágreda / La República)