jueves, febrero 24, 2022

lunes, febrero 21, 2022

EL PARTIDO MÁS TRISTE DE LA HISTORIA DEL FÚTBOL MUNDIAL



Yo nunca estuve presente. En conversaciones sociales me suelo retraer, olvido por completo a la gente y mi cabeza piensa otras cosas, pierdo la cordura y termino por ausentarme. Pido permiso para ir al baño y me voy. Es mi sello personal. Mi marca social. En el estadio me pasa lo mismo desde que voy. Mi papá es fundador de Matute, el estadio de Alianza en La Victoria. Había un canchón y un proyecto. Compró su abono y hasta el día de hoy su asiento está debajo del palco oficial, exactamente al medio de la tribuna occidente que da a la mitad del campo, la visión perfecta de un partido. Cuando era niño íbamos con mi hermano y mi papá a ver a los potrillos, era año 84. Jugaban los campeonatos juveniles y los seguíamos a todos lados, al Rimac, a Huacho, Huaral, al AELU, al Lolo de Breña. Los potrillos eran electrizantes. Eran nuestros ídolos secretos porque muy poco o nada salía en la televisión de ellos, pero mi papá era el más hincha, el más blanquiazul y por eso íbamos a todos lados a verlos jugar y ganar. Nunca perdieron. Hasta nos llevó al coliseo Amauta a ver unos partidos de futsal. Con tal que sea Alianza, ahí estábamos. 
Y cuando llegaron a primera entrando al estadio que tenía la figura gigante de Manguera Villanueva, una vez nos encontramos al Potrillo Escobar, con buzo gris, enorme y mi papá le dijo suerte zambo, gracias tío. Metió gol de chalaca es día. La alegría que te generaba un gol así no tenía precio. Pachito Bustamante, Caíco, Pechito Farfán, Susoni. Otra vez, en vez de salir por los camarines pusieron un tablón que cruzaba el fondo oscuro de varios metros que bordea la cancha de Alianza, y salieron por la tribuna cada uno y entraron la cancha de sorpresa. Y el Potrillo Escobar llevaba sus tobilleras blancas sobre las medias azules. Yo para ese entonces me retraía, el color, el humo, la canchita que te regalaba un tío que lo vi envejecer vendiendo con un costal en la espalda y hace poco murió en pandemia. Igual disfrutaba aunque casi siempre mi distracción me hizo perderme los goles. Igual aprendí a verlos en televisión una y otra vez. 
El 87 mi mamá se fue a Europa con mi hermana Maisy, extrañaba mucho a mi hermano mayor que se había ido a vivir con sus padrinos a Holanda. Se fueron los últimos tres meses del año y nos quedamos mi papá, mi hermano Rafo y yo. En ese tiempo, como no teníamos quién nos cocine el almuerzo, se negocio con mi tía Elisa y mi tío Guille que nos darían pensión diaria. Entonces salíamos del colegio y mi tío nos recogía, nos llevaba a su casa y comíamos con nuestros primos Guille y Mayra. Luego nos dejaban en la casa y nos quedábamos solos toda la tarde, mi papá volvía muy de noche.
Por eso cuando se cayó el avión que llevaba al Alianza, el golpe fue más duro porque a la pérdida de nuestros héroes, mi mamá no estaba para calmar el dolor. 
Antes que acabe el año, Alianza pudo armar un equipo con retazos, Cubillas había dejado el fútbol pero tuvo que volver. volvió Cueto y los hermanos La Rosa, Velásquez, pero no había forma de engranar una jugada. La tristeza era enorme. Había jugado antes, Colo Colo contra la U. Eran otros tiempos, había una banderola que se proclamaban hermandad de compadres. Luego entró Alianza contra Independiente de Argentina. Colo Colo había cedido cuatro jugadores. Pacho Huerta, Leterier, Parko Quiroz y el arquero. La memoria es frágil. Ya de noche en Matute, apenas comenzado el partido por los parlantes iban nombrando a los jugadores que habían muerto. José Caíco González Ganoza. Presente. Ignacio Garretón. Presente. Era una mezcla de pasión y religión. Alianza estaba muerto, no podían jugar peor. En unos minutos el Independiente de Bochini, Marangoni y Franco Navarro, hizo dos goles. Entonces comenzaron a tocarla nomás en señal de piedad. El estadio estaba lleno de gente, los cánticos, los bombos y las banderas explotaban pero no había alegría. Los potrillos se habían ido.
Esa mañana de lunes, siempre escuchando Radio Miraflores mi papá se quedó perplejo por la noticia. Se murieron los negros hijo, me dijo. No lo podía entender y anduve meditamundo por días en el colegio y en la casa de mi tía Elisa donde comíamos mientras ella trataba de reemplazar a mi mamá. El vacío era demasiado grande. 
Alianza es así, tiene una cuota de tragedia y dolor. Pasó luego en el 99 con Sandro Baylón y en el 2011 con Oyarce. Son los muertos que carga el equipo cuando juega. Y el compromiso de llevar la camiseta adonde sea, sea futbolista, calichín o barrista, es cosa mayor. 
Para el segundo tiempo, el Alianza logró articular un par de pases y marcó el dos uno. La tribuna se vino abajo. Aún así no hubo algarabía en ese abrazo de gol. 
Antes de la pandemia, la última vez que fui al estadio fue a un estadio vacío, el San Carlos de Apoquindo, en Santiago. Yo más estaba preocupado en estar en la marcha de las protestas sociales, quería conocer el tema, por eso cuando me enteré que debía ir a Chile, planifiqué todo para conocer al mostro adentro. En medio de las marchas con olor a marihuana apareció un barra brava, a saber que habían matado los policías a un barrista en un partido de Colo Colo la noche anterior. La protesta venía fuerte y había mucha presencia de barra bravas. Pero uno del Colo Colo se había amarrado en la cabeza una camiseta blanquiazul. Y le grité a lo lejos Arriba Alianza, se acercó y me abrazó. Me dijo en chileno que Alianza y Colo Colo éramos hermanos. A la semana siguiente se prohibieron los abrazos porque comenzó la pandemia, o quién sabe y cuando estuve ahí ya el virus flotaba como también los gases lacrimógenos. 
Pero de ahí no volví a un estadio y pasaron dos años cuando tuve que ir a Matute a un lanzamiento de prensa. Apoyando a mi gran amigo aliancista Roberto, porque el aliancismo además de darme alegría y dolor, también me ha dado la oportunidad de trabajar en lo que más me gusta que es trabajar Alianza Lima con orgullo y corazón. El gerente del club invitó a Roberto a ver el trofeo nacional que acababa de ganar el primer equipo y yo seguí la comitiva. Acabamos en el hall principal y nos tomamos fotos cargando el pesado símbolo del triunfo total. El campeonato nacional. Cuando la cargué me acordé de mi viejita que padece un mal que nos tiene luchando. Si algo que he aprendido de ella es a dar batalla, a soportar el dolor con la frente en alto. Y me acordé de Maradona cuando le preguntaron qué sintió cuando cargó la copa del mundo, qué dijo. Quédate conmigo toda la vida para siempre. Mi papá cuando salía todas las mañanas de casa a trabajar salía cabalgando haciendo ruido con sus zapatos. Siempre he sentido que mi papá es mi Maradona. Que cuando salía raudo a trabajar era el Diego llevándose a los ingleses y metiendo el gol. Incluso después, cuando envejeció el Diego y le molestaban las rodillas. Mi papá dejó de ir al estadio porque las gradas le producían un dolor intenso en las rodillas y ya no iba a soportar una operación más. Con mi papá y con mi hermano Rafo fuimos al seis tres en el año 95 y también fuimos al cuatro uno contra Estudiantes ya con mi hermano menos y mi sobrino. Antes, en el 93 con los nuevos potrillos, fuimos con Rafo a un clásico en Matute donde perdimos uno cero con gol de Baroni. También perdimos el carro porque estábamos tan borrachos que olvidamos dónde lo habíamos dejado estacionado. La última vez que mi papá fue al estadio casi nos agarramos a golpes con unos chibolos. Mi papá quiso prender un cigarrillo y una chica comenzó a toser, su novio pidió que apague su cigarro el viejo y mi papá lo mandó a la mierda. El chibolo se paró y yo me paré también, nosotros éramos cuatro y lo flanquamos a mi padre. Pero ellos eran como doce y se armó un tumulto que tuvo que parar la policía. Recibimos manazos por todo lado. Lo peor fue que cuando todo se calmó mi papá quiso prender de nuevo el cigarrillo y la gente se nos vino encima. Ganó Alianza el clásico con gol de Yordi, pero no volvió más mi papá. Pero aún tiene su entrada como socio vitalicio que usualmente la recibe mi hermano Rafo. A veces no hay tiempo para ir y la vendemos por ahí. Igual hay que ir y estar un rato donde la tía Pochita que nos vende cerveza hace más de veinte años. Está Lenin su hijo que iba a ser futbolista pero le ganó el barrio. Buen chico y nos resguarda para cualquier ocurrencia violenta. Vienen a Mendocita los hermanos Martínez, Carlos y Gustavo. El mayor llevaba a su hermano desde que tenía cinco años. En micro los dos niños iban solos. Van también a Matute los hermanos Coelo, Jorge y Luchito. Jorge viene de Trujillo cada vez que puede, que es casi siempre porque ser de Alianza es así, seguir a todas partes. Por ahí te encuentras a don Roberto, el profesor, con quien hay que armar un sueño invaluable. Y así uno va encontrándose con la gente que ya te conoce de tantos años, cada partido, cada triunfo o derrota igual uno celebra la vida. Porque el fútbol es vida. 
Cuando me tocó cargar el trofeo del campeonato nacional solo me acordé de mi mamá, besé la copa y le dije no te vayas nunca, quédate conmigo toda la vida mamita linda. 
Tengo que cuidar a mi mamá, sobre todo los domingos que no viene la empleada que la atiende. Cuando está mal mi mamá necesita que la atiendan con docilidad, por eso vino mi tía Elisa y mi tío Guille para alegrarle la vida y cocinarle, porque mi tía lleva la cocina a un nivel de arte mayor, entonces mi mami se pone contenta.
Habían anunciado que Alianza volvía con aforo. Mi hermano Rafo se quedó con mi viejita porque estaba en los peores días posquimioterapia y el dolor la pone de muy mal ánimo. Aproveché mi domingo y la entrada de mi papá. Desde temprano estuve y me puse a tomar solo, como me he acostumbrado últimamente para emborracharme mientras escribo. Antes de entrar me paró la policía, me hicieron pasar tufómetro y me atarantaron. Usted no pasa, está en estado etílico señor, está con los ojos rojos, detenido. Pero se activó en mí la pendejada, no me podía quedar afuera como me he quedado otras veces. Alianza volvía con su gente y yo necesitaba estar ahí, por mi viejita, por mi papá. Jefe, vengo de lejos mi viejita está enferma. Por favor déjeme pasar. 
Para variar, los goles nunca los vi sino hasta el noticiero de la noche. Pero queda impregnado un enorme cargamento emotivo que persiste en el corazón.

sábado, febrero 12, 2022

EL OLOR DE LA MACOÑA


Escribe: Juan José Sandoval (CC)

Lo decía el escritor argentino Hernán Casciari en un cuento de su experiencia en Lima. Lo habían invitado a un evento literario como uno de los estelares de la actividad peruana. Entonces le pidió muy escuetamente a uno de los organizadores, el afamado Chino Chang, celebridad del periodismo latino, que dirigía una prestigiosa revista en cuyas fiestas abundaba la etiqueta negra. 
El pedido era muy simple, que a su llegada pudiera disponer de algunos cogollos de canabis local, sabiendo que llegaba a un lugar donde el buen gusto por el humo zen de la marihuana era conocido. 
El Chino Chang, según cuenta el cuentista, fiel cumplidor de los requerimientos de sus invitados, le entregó un presente prensado en un zipblock. 
El escritor argentino mantuvo el obsequio a buen recaudo en la habitación del hotel. Y dio gusto a su olfato marigüano durante los días de estancia limeña. 
El evento literario transcurrió sin mayor ocurrencia. Hubiese pasado sin pena ni gloria si no hubiese sido por lo que le tocó vivir a Casciari y escribió. 
Después de una gran semana donde cada velada nocturna terminaba con unas buenas caladas de porro antes de dormir. Y al levantarse, nada mejor que iniciar el día con una buena combustión hilarante. 
Al volver a Barcelona, en el aeropuerto el escritor quedo detenido por cuatro horas, puesto que los canes antidrogas anunciaban que la maleta que venía de Lima llevaba algo ilegal.
Casciari, que le había puesto mayor cuidado a botar todos los residuos del cogollo, no entendía por qué los perros sindicaban su maleta como sospechosa. Igual mantenía la tranquilidad de quien no la debe no la teme. 
Pero con el pasar de las horas, donde no se podía comprender cómo era que los perros ponían tanto énfasis en la maleta del escritor. 
La policía tampoco comprendía por qué sus canes actuaban así. Casciari decía que no tenía nada ilegal, pero no lo podían dejar ir si no resolvían la inquietud de los animales. 
Agotadas todas las vías se procedió a liberar al escritor, determinando que no llevaba nada ilegal, sin embargo quedaba constancia que toda su ropa, que equivalía a un cúmulo de prendas de los últimos siete días tenía un potente olor a droga. Por lo que se procedió según los cánones de la innovación policial, a cortar las prendas y verificar si dentro de la tela no llevaba un cargamento de insumos.
Superado el impase, al escritor a pesar de haber pasado lindos momentos gastronómicos en Lima, pocas ganas le quedaron de volver al Perú.

Parecida situación le pasó al chato Elvis cuando se volvió el afamado escritor de los buses. Un video casero que lo registraba vendiendo su libro 'cuentos escritos con chaveta' en el transporte público lo hizo viral frente al pedido de apoyo para cumplir su sueño: participar en el mundial de la literatura al cual había sido invitado en Europa.
'Si Perú ha llegado al mundial, por que yo no puedo ir a mi mundial?', exigía en los buses el chato Elvis, era 2018 y la selección peruana era sensación con su clasificación a Rusia.
El video que grabó junto con su compinche del oficio periodístico, ambos productores urracos de Magaly Medina, superó el millón de vistas en menos de 24 horas.
Entonces al chato Elvis se le dejó de ver, a pesar de que formaba parte de la banda los viejitos de barrón, tuvo que atender al pedido del pueblo y entregarse de lleno a él. 
Pero tamaño sacrificio se vio recompensado y logró juntar el dinero para viajar a Europa, al dichoso mundial de la literatura, que no hizo sino hacer de un muchacho humilde en un disforzado personaje del mundo del espectáculo. 
Al llegar al aeropuerto de Amsterdam, la maleta de Elvis pasó sin apuros. Nada ilegal llevaba a su gran cita con la literatura universal. Pero igual los perros holandeses pusieron su sabueza intriga en su persona. Entonces creyeron que iba de burrier y lo obligaron a desvestirse. 
Si bien no había nada, ni a simple vista desnutrido y con algunos vestigios de hipotermia lo obligaban a frotar su propio cuerpo con las manos.
Los perros seguían ladrando, y no era señal de que avanzaban.
El Chato Elvis se reafirmaba en su condición de inocente. Ratificaba frente a los perros antidrogas que nada llevaba ilegal pues era su única oportnidad de salir del país y no la iba a desperdiciar. Pero los perros se lanzaban encima de él frente a la policía. No había forma, algo tenía.
Hasta que el chato Elvis tuvo que confesar que sí, de pronto su canguro, esa cartera  que se ajusta en la cintura y que suele llevar billetera, monedas, documentos, lapiceros y algo más, habría llevado en su país, Perú, ciertos residuos de marihuana. En Holanda la cosa de la canabis no es tan estrambótica como en sudamérica, que podría ser causal de una portada de diario por solo medio gramo encima. Lo vieron al chato, entendieron que su canguro estaba cargado de nada sino de olor a cáñamo. Puesto que además de escritor, periodista y creador de virales, solía llevar unos cuantos pacos para costear la vida de sus hijos ya crecidos.
Esa fue entonces, la explicación que movía a los perros antidrogas, que no era sino, una impregnación de ese saltante olor a ilegalidad tipo Manu Chao.
Horas más tarde, el escritor de los buses pasaría la frontera y llegaría a presentar su libro frente a una audiencia intelectual que poco podría suponer que en frente había un microcomercializador de barrio.

Yo hubiese querido pasar piola en mis historias, pero mi pasado y mi presente me condenan. Me acusaron cuando joven cuando me expulsaron de fiestas por prender marihuana. Me invitaron a salir del salón de clases en la universidad cuando vieron que mis ojos rojos y mi lentitud por responder eran notoriedad de infracción. Me cerraron tantas puertas por llegar con olor a malicia, que tuve que aprender a resistir la crítica, y eso me fue haciendo más fuerte.
Por eso cuando me invitaron a mí al mundial de la literatura, diez años antes de que le pasara la invitación al menudo escritor del pueblo, no dudé en llevar un poco de mi terruño en mi maleta.
Bien prensada, envuelta en miles de bolsas, siempre que había viajado a cualquier lugar, había llevado un poco de mi peruanidad bien encaletada. Pero la vez que tuve que pasar el aeropuerto de Amsterdam, pasaron siete horas y no me daban respuesta. Peor que ni sabía hablar nada, ni inglés, ni holandés ni alemán y menos el lenguaje de las señas. Tuve que esperar mi maleta junto con un grupo de raperos haitianos que giraban por europa todos los años, y todos los años le hacían el mismo rigor en las maletas. Para mí era la primera vez y realmente estaba asustado. Pero pasé y logré consagrarme como burrier de micronegocios.

Ya alejado de los escándalos, con mi madre requiriendo apoyo en su  vida cotidiana y yo con responsabilidades de supervivencia, tuvimos que contratar una empleada para que se haga cargo de mi madre. Entonces mi cuñada que es la esposa de mi hermano mayor. A saber yo tengo dos hermanos mayores, uno el que tiene plata y el otro el millonario. Bueno el millonario es quien usualmente da la pauta a seguir porque mal que bien él es que paga las cuentas serias.. Y se optó por contratar una doméstica referida de una amiga de su entorno. La amiga era una millonaria como él y su proveedora de domésticas era otra amiga millonaria que tenía una agencia de empleos para clientes top. Nos mandaron a una empleada top que todo le apestaba. No le gustaba la comida que comíamos ni el lugar donde trabajaba porque estaba acostumbrada a trabajar en casas de alta alcurnia, y nosotros de pronto éramos de la clase media profunda. 
Pasado un mes, la chica presentó su renuncia irrevocable. Sin consultar con nosotros fue directo donde la dueña de la agencia y le dijo que no solo recibía tormentos de parte de la madre, sino que el hijo andaba drogado dia y noche, lo cual generaba un ambiente inrespirable que ella tenía que soportar, sobre todo en el baño que compartía conmigo, donde supuestamente yo emprendía sesiones mañaneras de baños turcos de marihuana. No solo eso, que dejaba mis estragos de aliento entre las paredes que le impedían a ella, oh víctima de un violador, trabajar como ella quería. 
La dueña tomó parte de la denuncia y fuimos vetados de la agencia de empleos. Al margen de que nosotros ya la hayamos vetado por ser inalcanzables para nuestro bolsillo. Se nos puso una cruz que más parecía una hoja de cinco puntas.
Pudimos conseguir una empleada más humilde, acorde a nuestro alcance monetario, sin embargo, he tenido que invertir unas monedas de más para tener ambientadores a la mano y hacer de mi espacio, que es mi cuarto y mi baño, un lugar donde el olor a pecado esta lejano, que ahí vive un ser impoluto y celestial, que vive alucinado sin dañar el ecosistema de nadie.

DIRCOM MTC BARRUNTO


septiembre, 2021. Iquitos. Ministro Juan Silva arriba a la estación de pasajeros de Enapu.