jueves, junio 03, 2021

ESTERILIZAR A KEIKO



A Keiko le ha venido su primera regla. Desde hacía días que se lamía la cosita. Recién tiene unos meses, nació el día del periodista. Por eso creo que es la hija que me ha dado la vida. El 1 de octubre en plena pandemia. Luego tuve que ir a recogerla enmascarado adonde Sarita de los Milagros. Ella tenía una perrita peruana sin pelo y con las orejas en punta. Pero la Keiko tenía pelo y las orejas caídas. Es más, tiene una cola grande, larga y de pelo trinchudo. Más que perra, parecía una zorra agringada. 
Pero me la llevé con mucho cariño, la acepté así como se aceptan los hijos feítos como yo. Lo mismo habrá sentido mi mamá cuando me vio la primera vez, pensé. 
Desde la primera noche durmió en mi almohada sobre mi cabeza. Al comienzo se aferraba a mi cabeza pero con los días se fue soltando. Mi idea era tenerla hasta que pueda ir a la casa de playa de mi hermano mayor. Yo tengo dos hermanos mayores, uno es el que tiene plata y el otro es el millonario. Esta casa de playa es del que tiene plata, tiene grandes jardines y hartos montículos para correr, además de la playa mitad piedra mitad arena. Siento que desde que la he llevado a la playa ha sido eternamente feliz. Corre, grita, encuentra huesos o cabezas de algún animal, a la basura no le hace mucho caso en la playa. Siempre hay basura que viene del río y desemboca en el mar. Nosotros somos el mar. 
El día que le vino la regla fue por la noche, porque amanecí con la almohada manchada de sangre. 

Pensé que era yo pero Keiko me miraba con cara de culpa. Entonces la llevé donde el veterinario, el doctor Figari. El doctor y yo hemos crecido en el mismo barrio, en Villa Coca, límite de Surco con Surquillo. Él vivía más cerca de la casa de Abimael que de El Padrino. Aunque más cerca vivía a la casa de un fiscal, que en esa época se le llamaba 'jueces sin rostro', que atentaron de madrugada los terroristas de Sendero Luminoso. La casa del doctor Figari, que en ese entonces era niño y su papá tenía ahí la veterinaria, quedó con las ventanas quebradas. Además del miedo que ocasiona que exploten kilos de dinamita a unos metros de tu inmueble. 
Yo vivía más allá pero también se rompieron las ventanas. Y había apagones donde solo quedaba escuchar una radio a pilas, Radio Programas o Radio Panamericana. Todos juntos caballero, no había mayor entretenimiento en la oscuridad. A veces volvía la luz casi a medianoche y solo podías ver la movida de Verónica Castro o a Jaime Bayly que salía durazo hablando locuras. 

En aquella época en el barrio de Villa Coca, a un perrito pequinés se le salió un ojo. Caminaba tardíamente en su casa, cuando la puerta de la cocina se cerro cuando él pasaba y le apretó la carita, que de pronto se puso como si se le hubiera incrustado una bola de billar. 

Así estuvo por horas, en el jardín de la calle asustado, mientras los chicos del barrio mirábamos agonizar al perrito que se le había salido el ojo.  El veterinario era el doctor Figari padre, vino inmediatamente y sugirió dos caminos: uno era sacrificarlo y otro era hacerle una cirugía complicada y costosa. Hubo niños y niñas que se unieron a la causa y propusieron pagarle una operación. Todos queríamos salvar la vida del perrito pequinés. Pero la decisión más razonable para los papás fue sacrificarlo. Así, el doctor Figari sacó del maletín una jeringa y le puso una inyección al perrito que minutos después comenzó a convulsionar en el jardín de la calle, frente a todo el barrio de Villa Coca. Y estiró la pata. 
No fue un final feliz para los niños y niñas que presenciamos el desenlace. Pero eran tiempos en que en el país no había mucha felicidad. 

El doctor Figari hijo tiene dos locales veterinarios, lo he entrevistado en mi programa empresarial varias veces y siempre ha dado la talla, siempre un mensaje positivo y de esperanza para los emprendedores como él. 
Me dice que a la Keiko hay que esterilizarla. Y me da un precio especial, de amigo. Estoy juntando mis monedas para poder cumplirle. Lo que más hace falta en estos días es dinero, ahora que salgo a la calle a comprar a Wong y veo la cola de ingreso de una cuadra, me hace recordar cuando fuimos a pedir Visa a la embajada de EEUU, en Miraflores. Una cola muy parecida. A dios gracias aún se ven los anaqueles llenos de productos, pero por ejemplo la comida para la Keiko que le compro ha subido ya unos buenos soles. Entonces tener una perrita ya requiere un presupuesto que no había pensado cuando llegó, porque pensé que se iba a la playa y ya está. Pero en la playa hace un frío de los infiernos en agosto. 

El único que está contento con todo esto es Vato, mi otro perrito pug que ya tiene quince años. Al parecer morirá intentando amar a la Keiko. Mi mamá ya se encariñó con la Keiko, todas las mañanas después de hacer caca, que por cierto come todo tipo de alambres, plásticos y algodón que luego aparecen en el jardín del edificio dentro de sus mojones. Apenas entra corre hacia ella y le lame la cara. Luego le muestra los dientas y le mueve su cola trinchuda. Lo malo que ladra mucho y ya los vecinos detectaron que tengo una intrusa. 
Aún no me hacen chongo, pero la Keiko tiene sus días contados aquí. Durante el día se pone sobre la ventana y mira hacia la calle, y le ladra a todos los que pasan por ahí: vendedores, vecinos con sus perros, cantantes de todo género, desde balada, folclor y música de la selva que son los más bulleros e innovadores, incluso traen a un o una para que baile, pero una vez pasaron con el bailarin pintado de azul, como si fuera el personaje de la jungla maravillosa de una película de esas que pasan en los buses de Soyuz cuando voy a la playa. Algunos les lanzan plata en una bolsa y así van juntando de cuadra en cuadra los músicos. 

El futuro de la keiko es cuidar de la casa de playa, aún le falta una vacuna más y que la esterilicen porque allá, en la playa, hay bandas de perros. Perros de todos los tipos, pitbuls cruzados con chitzús, o mutaciones ya con otros animales. Todos salvajes, todos quieren procear. Mi perrito Vato también quiere procrear. Como yo, aún cree que puede encontrar el amor. Pero la Keiko la va a tener difícil en la playa. Por eso es importante que la esterilicen. Obviamente, no le han consultado a ella si quiere ser esterilizada y dejar de tener la opción de procrear en el futuro. Me lo consultaron a mí y yo tuve que hacer números. Entre la vacuna y su esterilizada, me dijeron que mejor la lleve a la facultad de veterinaria de la San Marcos, en Salamanca. Que ahí los alumnos pagaban por practicar con tu mascota.

Mientras iba en el taxi el taxista me preguntó por quién iba a votar.
Por qué, maestro. Le respondí. Por si acaso soy periodista maestrito. Mientras acariciaba a la Keiko y de paso iba limpiando las manchas de sangre que iba dejando en el carro. 
Porque de lo que he preguntado el día de hoy usted es el 31. Y como 25 van a votar por Castillo. 
La cosa está bien jodida profe. Intenté matizar su experimento.
Me dan ganas de pegarles. Chibolos huevones, me da ganas de bajarlos de mi carro. Me dijo ofuzcado. Parece que no han vivido el terrorismo estos chibolos. Tamadre, on. 
Así es maestrito, hay descontento. 
Yo voy a votar por Keiko señor. Porque no quiero que los venecos me caguen la plaza.
Pienso igual amigo. Yo también creo en Keiko. Mientras Keiko me lamía la mano y luego se lamía la cosa.