martes, enero 26, 2021

LA ECONOMÍA DEL EGO, LA TRANSFORMACIÓN DIGITAL DEL DOLOR

Cusco, 27 de enero de 2000.


Mañana cumplo 45. 
Me hubiese gustado estar como el año pasado en un lugar donde nadie me conozca y no tenga que recibir saludos. Pero apenas llegué a Santiago me fue a recoger un viejo amigo de la época universitaria al aeropuerto. Yo no sabía que él sabía que estaba de cumpleaños. Pero vio que mi reacción no fue gentil cuando me dijo feliz día. Entonces no volvió a mencionarlo.

Pero cuando uno ve los cientos de mensajes que te ponen en el Facebook, se te hincha el ego. Te sientes estrella. O influencer con miles de seguidores. Aunque siempre esperas que esa persona que quieres que te salude, nunca lo hace.


Por eso cada cierto tiempo cierro mi Facebook o bloqueo a la mitad de mis contactos.
Los primeros días vivo bien, liberado. Pero al tiempo necesito volver. No solo para publicar fotos de lo que cómo, dónde como. Si me encuentro con una amiga me tomo una selfie con ella para que mi papá crea que todavía cacho. Pero es pura finta como todo lo que existe en redes sociales.


Veo gente que hizo de sus vidas miserables una narrativa fabulosa, una vida genial, casi de famosos. Entonces todos somos estrellas, así quieras hacer notar que tienes una cadenita de oro que no vale ni lo que gana un ratero al día, pero crees que la gente te ve como si fueras rico y famoso, a pesar que al fondo de la foto que publican, el paisaje es digno de una descripción limeña de Ribeyro. Azoteas asquerosas meadas de perros sarnosos, paredes sin tarrajear, pobreza notoria pero que uno piensa que porque te pones una cadenita de fantasía tus contactos pensarán que tienes plata.


A eso hemos llegado: si tu vida está en Facebook, entonces tu alma es algoritmo deprimido.


Por ejemplo mi perfil no tiene nada que sea yo. Osea una persona miserable.


Solo tengo fotos del programa en vivo que conduzco y que entrevisto desde hace tres años. Por el set del canal pasan los gerentes más serios del país y yo los recibo con la cara dura, con un saco y corbata que mi papá estaba botando a la basura y yo los recogí porque como buen actor que soy sabía que me iba a servir.


Aunque el saco me queda grande, experto en utilería teatral, lo ajusté a mi con imperdibles y ganchos de pelo.
Usualmente los ejecutivos que entrevisto se van encantados de mi programa. Supongo que desconocen que no les entendí un pincho de lo que hablaron porque más anduve pensando en si el sonido entraba bien durante la transmisión o si el asistento tuvo un rapto de inteligencia y cumplió con la parte técnica. O pensando si mi chacal ha traído un paco más para seguirla después de la transmisión. Pero lo que digan los invitados poco o nada. Igual tengo toda la semana para repasar la información y ver qué podemos hacer para ganarme la vida.


Igual la plata que gano queda insuficiente y hago pequeños trabajos que algunos inútiles no pueden hacer, ya sea porque tienen altos cargos gerenciales y no hay tiempo para cumplir con las tareas de sus oficinas, en maestrías, sus MBAs, sus cursos de posgrado con lo que buscan duplicar sus sueldos en grandes organizaciones.


Por ejemplo, a un empresario amigo de mi hermano el negro, su socio a quien cariñosamente le llama 'su sucio', le hice hace poco un ensayo de dos páginas sobre tecnología e innovación para su MBA en Esan. Me pagó una mierda pero igual le tuve que agradecer porque por más miserable que sea él y por más miserable que sea yo, soy una persona agradecida con todo lo que cae del cielo. El negro se molestó conmigo porque le cobro muy poco por los trabajos que le hago, porque además de ese ensayo también le hago su Facebook corporativo, con noticias del sector y algunos podcast que me animo a producir cuando la abstinencia me ataca y necesito dinero al toque nomás. Entonces lo llamo al sucio y le cobro, y él saca de su bolsillo un par de soles y me los avienta por el celular. 'Tú sabes cuánto gana ese huevón?', me saca en cara mi hermano. 'Gana más de 15 mil soles'. Yo más calmado, porque ya me compré la droga que necesitaba para seguir pensando 'zen', que su socio/sucio no podría ganar lo que dice, porque simplemente si tuviese esa cantidad mensual ya se habría hecho hace tiempo un tratamiento contra la sudoración y el mal olor.


Igual con el mismo afán de conseguir monedas le hago las tareas que le dejan a un pata mío que estudia una maestría en gestión deportiva en España. Y me manda unos euros. Igual una amiga viceministra que entre tantas obligaciones que tiene me pide que haga llamadas a gente que ni conozco pero que debo aparentar ser un funcionario del ministerio, y además dicta cursos en la escuela de administración pública, por lo que he redactado el silabus y hasta podría decir que estoy apto para ser docente ahí. Aplicaría la misma metodología que uso en mis programas de televisión online: actuar.


Hace poco me llamó otro amigo para que lo ayude a terminar un servicio para el Estado. Había que llamar a 36 instancias sobre la violencia contra la mujer. 36 informes desgarradores de cómo le sacan la mierda a las mujeres a nivel nacional. Pude haber terminado abatido pero ya hace tanto tiempo que estoy acostumbrado a leer basura.


Desde aquella vez en Cusco en el 2000, foto que ilustra este escrito, adonde fui gracias a la familia de mi novia cusqueña y me quedé 45 días en que terminé de escribir Barrunto en una máquina de escribir que me pusieron en una habitación. Todititito para mí, el cuarto con baño y una máquina de escribir, más nada. Pero también aproveché para entrar al diario La República de Cusco, El Gran Sur se llamaba y me mandaron a hacer policiales, entonces todos los lunes iba a la comisaría de la séptima región y me ponía a revisar el cuaderno de ocurrencias. Usualmente el fin de semana estaba cargado ese cuaderno, donde se escribía a mano y se describía cómo violaban a niñas de 5 años, cómo le cortaban la cara a mujeres jóvenes o simplemente aparecía muerta alguna en al ribera de un río, mientras el esposo confesaba aún borracho que la había matado por celos.


Pensé que esos 36 informes del ministerio serían cosa fácil, pude quedar aturdido y hasta deprimido. Pero ya me acostumbré a aplicar la metodología Sandoval: arroparme de drogas que anestecien la realidad y yo pueda seguir sonriendo para las fotos del Facebook. Porque ahí en el Facebook sí que uno puede tener una vida extraordinaria.


He conocido a varios que el Facebook les ha cambiado el carácter. Viven eufóricos por cada like que le dan a sus fotos ordinarias. Pero cuando alguien los trolea o se burlan de sus reales falencias, se ponen como locos y comienzan a insultar a ciegas. Entonces te das cuenta que la ilusión de querer ser una celebridad por redes sociales se queda en una mera patraña. Gente que publica fotos con libros que supuestamente leen, pero a saber de lo que postean denotan que se han olvidado hasta del coquito de la primaria.


Evidentemente es una construcción que se forma de imágenes y pensamientos que ya no son pensamientos sino memes, y que la filosofía de sus vidas (y la mía también) se empodera en la frivolidad y un glamour triste.


Yo entendí eso en el 2009 cuando me invitaron a Europa. Meses antes cuando me llegó la invitación me pidieron una foto. Yo estaba desnudo en mi cama con Capulí, que luego de estar con su novio venía a mi casa y tirábamos unas cuantas veces. Al menos tenía la decencia de bañarse antes de bucear entre mis sábanas. Yo no, entraba al ruedo sucio y enredado. Ella era fotógrafa y aprovechamos en que me tome unas fotos y para sentirme más pendejo me puse un cigarrillo a medio avanzar entre los labios. Luego me tomó otra con el condón (usado) en la mano. Y las mandé a Europa, donde usaron la del cigarrillo.


Tiempo después, cuando volví de ese viaje entré a trabajar como profesor de una universidad que más parecía el Arca de Noé por la cantidad de animales que había. Y el Facebook y el Google comenzaban a invadir las vidas de todos y todas. Entonces aparecieron las dos fotos y comenzaron a circular entre mis alumnos. No solo evidenciaban que era un consumador fumador de canabis sino también un enfermo sexual.


Y los siguientes trabajos que tuve ambas fotos fueron mi carta de presentación. De tanto rechazo preferí dejar de buscar laburo y dedicarme a escribir. Igual esas dos fotos me siguieron por mucho tiempo hasta que comencé a postear muchas fotos, ahora con saco y corbata, para 'chancar' mi pasado.


Intenté superar mi propia imagen, pero adonde iba me siguieron esas dos fotos. Más bien la que dejó de seguirme fue Capulí, que se terminó casándose con su novio.


El otro día me llamó y la atendí con la falsa gentileza que es mi coraza para atender a mis clientes y amigos. Siempre atiendo favores por teléfono y a pesar que la retribución es ingrata cumplo con mi oficio de servidor público sin sueldo fijo.


Siempre me piden orientación en temas empresariales, por lo que brindo lo que sé que es lo que dicen mis invitados al programa. Algo capto y lo comparto. Pero Capulí me pidió orientación sobre un tema no empresarial y que según ella yo conocía. 'Mi primo se ha intentado suicidar y no sabemos qué hacer'.


Como experto en el tema le di el teléfono de mi siquiatra, y le dije que él era el indicado porque había sido director de siquiatría del hospital militar, que había visto casos de gente mutilada durante el terrorismo, así que mis intentos de morir y mi depresión simplemente les parecía puras mariconadas mías.


Tomó nota del doctor pero luego me que si conocía alguna posta porque no tenía recursos. Justamente, le dije que habían inaugurado una posta de salud mental con el nombre de mi doctor, pero no sabía en qué cerro estaba ubicado.


Capulí me pidió algunas sugerencias, aunque sin dinero iba a estar difícil solucionar la situación. A su primo lo tenían encerrado en su cuarto esperando que se le pase el sueño por todas las pastillas que se había tomado. Yo le detallé que lo mismo me pasó a mí, pero al despertarme me di cuenta que había fracasado en mi objetivo y que seguía ahí como una cucaracha o como un elefante, seguía ahí. Y eso me puso furioso y comencé a romper todo incluída las ventanas, mi laptop, la cara de mi madre y el tabique de mi hermano. Hasta que llegaron unos grandulones en bata blanca y me amarraron con correas. Me llevaron un hospital de nombre Noguchi y cuando iba a pasar al Valdizán, adonde ingresaría por el servicio del Estado oficialmente como un loco esquizofrénico. Entonces mi familia me internó en una clínica privada con una habitación propia, televisor con cable y baño. Había estado dos semanas encerrado en una habitación sin ventanas y me pasaban la comida por una puertita que cerraban de inmediato. Por lo que la clínica fue como el paraíso. Pero cuando hubo la oportunidad de ver a mi familia mi madre tenía un parche en la ceja, mi hermano la nariz enyesada y mi hermano mayor estaba ahí aunque vivía en EEUU.


Pedí perdón por todo y agradecí por haber pagado la cuenta de mis platos rotos. Pero igual dejaron internado un tiempo más.


Todo eso le conté a Capulí quien mientras más le contaba más lloraba por teléfono. Y el problema era que su primo no tenía recursos. Entonces le recomendé que lo mantengan encerrado y le pasen la comida por debajo de la puerta. Pero que si la cosa se ponía brava que le dieran una bolsa de veneno para ratas. Y que él decida.