martes, marzo 08, 2005

La Copa Bamba

Yo he jugado fútbol desde chico. No era virtuoso, pero confieso que he entregado mucho delirio a la tribuna. Y eso que era arquero suplente y sufrí goleadas lamentables. Y eso que era el más gordo del equipo. Por eso me hice arquero, para evitar quedar entre los últimos en las pichangas.
La cosa fue que hubo una invitación para un torneo de clubes en Argentina. La Junta de Padres aprovechó las vacaciones de fiestas patrias para organizar el viaje y asistir al campeonato. Nosotros no éramos más de quince, pero la delegación fue de cuarenta, incluyendo la barra y el Comité de Padres.
El primer partido apenas inició y nos metieron el primero. A nuestro DT le dio un colapso nervioso y suspendieron. Él era un tipo treintón que con aroma de cantina que siempre tenía un mondadientes en la boca. Eventualmente soltaba un “che”, pero era del Llauca. De joven había soñado con triunfar en el fútbol argentino hasta que una patada en la rótula lo alejó de las canchas. Era nervioso, una vez llegó a golpear al árbitro y acabó preso dos días.
En el segundo encuentro hice mi debut y arrancamos bien. “Chaca” Trelles inauguró el marcador, era un negro larguilucho que apuntaba a ser de esos delanteros que para anotar un gol necesitan fallar cien veces y soportar las rechiflas. Y eso que el negro terminó siendo un gran futbolista, cosa que lo hizo famoso y se olvidara de muchas caras (entre ellas la mía).

Fue en un tiro de esquina, cerró los ojos y, encogiéndose con miedo, saltó sobre el tumulto del área chica, escuchó el grito de la tribuna y de tanta impresión corrió hasta la pista atlética, se sacó la camiseta y empezó a flamearla. Antes de reanudarse el partido, el negro fue expulsado. Los ánimos se caldearon un poco y al “profe” le volvió el colapso, pero íbamos arriba en el marcador y al menos nadie presagiaba un empate.

Lo marcó un delantero muy pequeñito que había ingresado faltando diez minutos para el final del encuentro. La defensa pensó en off side y nadie corrió tras él. Ya en el área, no tuvo que hacer mucho para hacerme caer en su amague. Cuando llegó al arco empujó la pelota con el taco.

El partido definitorio para la clasificación enfrentamos al equipo organizador. Yo pensé que el gol que me habían encajado era un buen pretexto para volver a la banca. Pero el DT sacó su tablero de madera con once chapitas y soltó la alineación, fui el primer nombrado: “Che, Juan, tú vas al arco. ¡Es tu oportunidad, eh, fierita!”
Todo el equipo se juntó en arengas: “¡Pe-rú, Pe-rú!”.
Salimos al gramado y corrimos un rato mientras la gente bajaba la silbatina. Yo me acerqué trotando hasta el arco, encomendándome a Dios, y desde la tribuna se oyó: “¡Che, perucho, si no ganamos hoy, no te doy de comer, eh, chorro di merda!”. La gente en la cancha carcajeó pero yo quedé temblando en el pórtico.

Perdimos dos a cero y al final del encuentro el “profe” se le fue encima al árbitro pero todos cooperamos para hacerle entender que el campeonato estaba consumado.
Mientras nos cambiábamos para volver al hotel, el DT entró al camerino y lanzó unas palabras: “Muchachos, hemos llegado al final de nuestro viaje y quiero felicitarlos por lo que han logrado. Estoy muy conforme, vamos a seguir entrenando fuerte porque el próximo año el campeonato ¡TIENE QUE SER NUESTRO!”.

El lugar explotó en aplausos y vivas mientras se pasaban las botellas de agua y pomadas para los golpeados. Y prosiguió: “Además, quiero informarles que he hablado los del Comité. Acordamos decir en Lima que hemos quedado subcampeones. ¡Y QUE ADEMÁS LE GANAMOS UNO A CERO A LANÚS CON GOL DEL NEGRO!”

Todos fuimos al encuentro de “Chaca” para felicitarlo por el tanto que habían inventado en su nombre. Entonces nos sentimos ganadores. El negro se había convertido en el goleador del equipo gracias a la alucinada versión del “profe”. Tanto así fue nuestro éxito, que el Comité buscó por toda la ciudad una tienda de trofeos y compraron unas cuantas medallas.

Al volver a Lima el gerente del club nos recibió con la prensa. Y durante el almuerzo, el “profe” lanzó un discurso emotivo sobre “este gran grupo de niños futbolistas, futuros ídolos del país”, que provocó fuertes palmas acompañadas de “¡Pe-rú, Pe-rú!” por todos lados.

El campeonato lo volvimos a perder el siguiente año, pero por fiestas llegamos a Europa y, allá, sí que la hicimos.