viernes, junio 30, 2006

Sapito Hinchado y los pies de la capulí amarilla





Sapito Hinchado tenía una capulí amarilla que regaba todas las mañanas. Pasaban tanto tiempo juntos que se fueron haciendo muy amigos. Entonces el sapito le contaba sus cosas, y ella le inventaba historias que ambos celebraban con risas.

Siempre que salía el sol, la capulí silvestre esperaba ser bañada con gotitas calientes que caían de la regadera de Sapito. Entonces ambos se enredaban entre las ramas del arbolito y se iban jurando amor eterno.

Un día, Sapito hinchado regaba su plantita, acariciaba sus hojitas y le contaba su día de escuela. Cuando la capulí amarilla se dio cuenta que había dado un fruto agrio entre sus plantas. Entonces, observando la inmensidad de las nubes que la cubrían, dijo:

- Sapito, quiero ser grande, quiero llegar al cielo.

Y se fue creciendo y creciendo con el tiempo. Así anduvieron hasta que el invierno llegó y la capulí amarilla ya era tan alta que no se le podía oír nada. El sapito la bañaba con gotitas calientes todas las mañanas, pero nomás alcanzaba a lavar sus pies.


Las mañanas de Sapito Hinchado se fueron haciendo tristes, solo, sin tener con quién conversar. Hasta que decidió agarrar un hacha y cortar el árbol. Nunca pensó que con esto, la capulí amarilla dormiría eternamente.


Cuando pudo volver a ver su rostro nuevamente, la capulí amarilla tenía la mirada esquiva, llorosa y de dolor. Nunca pudo perdonar al Sapito Hinchado, que desde entonces, riega los pies mutilados de la capulí amarillo, les conversa de cosas bonitas y espera que algún día aquel arbolito tierno vuelva a sonreír.