viernes, enero 19, 2007

CUALQUIER COSA

Cualquiera puede tentar el amor. Un cualquiera puede lograr cruzar la línea. Cualquiera aspira lo venga. La cosa del éxito está en el intento. Mientras más lo intentes, más posibilidades habrá de lograr el éxito. El rotundo triunfo, el clímax: la cima.

Una cualquiera puede mirarte directo a la cara y hacerte ruborizar. Una cualquiera también tiene derecho a amar. Quizás con más derecho que un pobre diablo cualquiera. Con más derecho y ganas, dirán los mal pensantes. Pero uno se gana la vida como puede, o como va aprendiendo con los años. Lo intenta noche a noche, entonces una cualquiera es propensa a sonreír con delirio y llorar con desesperación al mismo tiempo. Al tiempo que vamos bailando esta piecita que suena en el parlante. Una cualquiera también tiene derecho a bailar con cualquiera que se le antoje, uno cualquiera de esos que siempre andan arrinconados con los ojos inyectados de tristeza. O alegría según sea el caso cualquiera. Pero con el brillo en la mirada de aquel que ha vivido cualquier cosa, pero ha vivido sus cositas.

Y ambos bailan cualquier cosa, cualquier ritmo, cualquier letra (¡la cosa es que te mueva!), de a poquitos se acercan los ombligos y se van tocando los gemidos, con miedo –porque cualquiera puede tener miedo en esas situaciones, sudar frío, mojarse un poquito la frente con sus mejillas, sus rulitos sudando, rulitos cualquiera- pero se juntan de casualidad y también a propósito. Cualquier ritmo es pretexto para tocarse, cualquier parte. Cuando comiencen las finales canciones de la fiesta, cualquiera podrá tomar un poco de trago y esperar que la inercia le traiga un poco de amor, cualquiera que sea. Venga, yo invito. Cualquiera tiene derecho de poner unas monedas sobre la mesa y ofrecer una cantina sin gente. Porqué no una cama. O un taller de ilusiones, con techo alto. Antiguo, contiguo.

Cualquiera hace de las suyas si apagan la luz de la alcoba. Un pretexto cualquiera, tropezarse contra sí mismo, simular ceguera, alzar los brazos y encontrar respuesta con otra cieguita que necesita de un cualquiera. Al fin y al cabo, lo que más quiere una cualquiera, es que la abracen fuerte, porque no se quiere sentir una cualquiera. Y el otro, que sí es uno cualquiera que encuentras por ahí y te abruma con sus palabras extrañas -porque jamás podrá seducir con la mirada, ni con los pies-, y te habla de duendecitos y papitas fritas que anhelan ese abrazo suplicante y desesperado.

Por último, y menos mal, hay todavía una raza casi extinta que se resiste a comportarse como un cualquiera. Y siempre andan en busca de perpetuar la especie tras los pasos de aquella que no se siente una cualquiera.