martes, mayo 22, 2007

En defensa de mi propia extinción


Para que no digas, pues, que hablo sólo de ti. Para que después no me vengas a matar con una batería de caníbales. Para que no digas después que yo ocasiono las cosas, que siempre echo a perder la vida de todos, las de mis amigos, las de mis novias, las de mis padres, la mía, la tuya, la recontratuya maldita. Para que veas que el miedo lo cargo en la sangre, fluye en las venas algo que debe ser como veneno porque estoy con ganas de abrir una zanja en mi muñeca y llenar un charco que después se haga océano. Después no digas que fui yo quien malogró el mundo, que infecté mi ciudad de tanta tristeza contenida. No digas que tuve la culpa de las cosas que cometí de puro edulcorado. Tu generación y mi generación se repudiarán como los capuleto con los montequeso. Los piwis y los páucar. Unos se acusan de frívolos, y los frívolos los acusan de poco divertidos. Para que cuando llegue el momento de sacar la cuenta, los números superen la realidad que vivimos hoy, que nos hace falta tantas cosas para poder salir del hoyo. Para que vengan a decirme que soy un mediocre y termino expulsado del paraíso burocrático. Para que mañana el orgullo pueda más que la razón. Para inventar nuevas palabras, nuevas formas de crear sonido. Para por fin y dios mediante, poder quedarme callado.