viernes, mayo 15, 2009

Las cagadas de Boyle

Dos escenas hermanas con una década de distancia destacan en la obra del ganador del Oscar. Para los semiólogos, cagar, en el cine, grafica la circunstancia más placentera del ser humano.


Curiosa fijación la de este cincuentón cineasta inglés, responsable de una de las emblemáticas cintas de los noventas (Trainspotting, 1996, considerada una de las cinco películas británicas de todos los tiempos) y reciente ganador del Oscar y los Globos de Oro a mejor Director 2009 con Slumdog Millionaire. Es probable que de chiquito haya tenido algún estreñido castigo paterno que le haya dejado el recuerdo perenne, atravesado. Una musa siniestra, un fétido fetiche post urbano: el mojón como símbolo de refugio eterno.

Por eso, no es raro encontrar a Jamal Malik aún de niño, cuando ni se imaginaba llegar a las finales del Quisiera ser millonario, en medio de un megabasural hecho ciudad, llamado Bombay, o Mumbai, una pequeña habitación sin techo encierra el purgatorio: el silo cagadero. El último estadio maldito para los atajapenales. Una asquerosa cloaca donde Jamal deposita sus esperanzas de conocer a la estrella del cine hindú Amitabh Bachchan.

El niño puja intentando apurar su faena, cuando de pronto el gordo Prakash llega ajustando y cargando un balde de agua, paga unas monedas a Salim, hermano de Jamal, y pide entrar al cuarto hecho de madera, pero Jamal no puede dejar su contacto con el mundo de abajo, del mundo que apesta. Se resiste a dejar el lugar de privilegio que le ha dado el desmadre basural. Sigue pujando. Salim, quien administra la cloaca y que a lo largo del film demuestra ser un hijo de su madre traicionero, le presiona para que salga. Prakash se angustia y pide que le devuelvan su plata. Se va cargando su balde con agua. Salim le reprocha a su hermano su lentitud para cagar y se la jura. De pronto, aparece un helicóptero que cruza el basural, es Amitabh Bachchan. Salim, que aún sigue disgustado con su hermano, pone una silla en la puerta y tranca la salida. Jamal siempre ha soñado con acercarse a su ídolo, pero no puede salir del silo. Entonces encuentra una única salida: el hueco de la cloaca que daba al pantano de caca. Saca la foto de Amitabh, la levanta con su mano y se tira por el hueco, como lo haría su héroe de televisión.



Similar situación se da en Trainspotting, película basada en la novela representativa de la generación E –éxtasis- de Irvin Wells, el escritor escocés que hace un año atrás estuvo por Bogotá, se presentó en algunos bares y declaró abiertamente las bondades del consumo de la marihuana.
Mark Renton, un joven yongui de Edimburgo, quiere dejar definitivamente, una vez más y de forma inútil, el abuso con la heroína, se encierra en su cuarto y clava tablones para no salir nunca más, se surte de latas de comida y se mete unos valiums para enfrentar estoicamente el dengue de la angustia.

Pasado un rato, destroza la puerta y lo primero que hace es llamar Mickey Forrester (actuado por Wells), un diler que por lo general no llama, pero la angustia lo tenía loco y se trataba de dejar la droga de una maldita vez. El diler le da un par de supositorios de opio, recomienda esos productos para todo aquel que quiere dejar el vicio por su lento y alargado alcance. No queda otra, se las mete por el culo.

Mientras Renton va tranquilo de regreso a casa un asalto mierdístico lo retuerce, es la limpia, los síntomas del drogadicto, cuando el cuerpo pide heroína y la diarrea es un modo de protesta estomacal. Necesito heroína, parece gritar su abdomen. No puede más y se mete a un bar, espera un baño limpio y estimulante, pero se estampa contra una sucia realidad: el peor baño de Escocia, sin agua, sin cadena y rebalsando de caca. Desiste, pero los retorcijones ganan. Se sienta en la mugrienta tasa y descarga su descompuesto grito de angustia por la droga. Suelta una ráfaga que lo deja con una sensación de alivio por unos segundos, pero después recuerda que los supositorios se han ido por el water. Entonces decide buscarlas metiendo las manos entre mojones hasta que se va introduciendo por tasa, mete la cabeza y luego todo el cuerpo se desliza hacia el fondo del… marrón, comienza a bucear y con la compañía de Brian Eno en los teclados Renton logra encontrar los supositorios. Vuelve a la vida.



Ambas escenas parecieran que marcan una constante en el lenguaje narrativo que propone Boyle, sus personajes son heroicos, arriesgan todo por conseguir su objetivo. En Jamal, la foto de su artista favorito, en Renton, los supositorios de opio. Ambos se sumergen en la más profunda mierda del ser humano, y salen victoriosos, embarrados de caca, pero victoriosos.


Salim, al ver a su hermano llegar embarrado de caca no hace más que tragar su mala vibra, Jamal llega hasta el tumulto, algunos personas se tapan la nariz por el olor nauseabundo que suelta, y él, más preocupado en acercarse a la estrella, le extiende la foto. Amitabh se lo firma y Jamal, con una sonrisa que olvida por un momento que está untado de excremento de toda la población de Bombay, salta de alegría con un ganador ¡Yes!

El mismo ¡Yes! que exclama Renton cuando logra encontrar los supositorios en el fondo del agua (¿?). Llega a su casa triunfante, empapado desagüe y chorreando orín de sus orejas, tira los medicamentos en la mesa y dice: ahora, sí (va a dejar la droga, pero rápidamente abandona la intención y se vuelve a entregar al desenfreno). Y la película recién comienza.