lunes, septiembre 14, 2009
El mejor amigo del perro
Al vatito lo secuestraron y desde ahí su vida cambió. Antes era un picante mordelón apirañado. Hoy es un adulto tranquilo, de quien refleja haber vivido cosas intensas en su perra vida, como la de su dueño.
La veterinaria ya ni llamaba a mi casa para bañarlo. Cuando lo bañaba nunca le pagaba. O en su defecto, lo que duraba el cabeceo, el perro se la pasaba cochino y rebalsado de pulgas. La doctora era buena gente, se bancaba la cutra que al comienzo fue mensual tardía, luego fue bimestral hasta que dejó de recoger al vatito.
Durante el día, vatito si no estaba roncando en algún mueble o conmigo en las noches, se la pasaba rascándose desesperado o lacreando a la gente con sus mordiscones. Una alegría, tan mono que a veces hasta lo incluían en la mesa, le ponían una silla y un hueso en la mesa en dos patas. Pero furioso por las tardes, como si tuviera una hora exacta para cada cosa, se ponía a frotarse contra los muebles, dejaba verse una punta roja que le latía desde su sexito. Vatito era un machito en erupción.
Me tuve que ir un mes fuera de casa y al vatito nadie le daba de comer en la casa, para colmo, le dio una alergia que lo tenía como sarnoso y desplumado. Vatito no podía comer comida de casa, pero no comía bolas de galleta. Entonces todos los días se escapaba de la casa y comía basura.
También le dio una manía por comer caca en el parque. Cualquier momento que se iba a cagar, era un chiste porque ponía unas muecas y se contorsionaba todo eléctrico. Luego de unos pasos, subía sus patas traseras y hacía una carretilla para limpiarse. Después cuando se paraba en sus cuatro patas, tomaba vuelo como si fuera un toro en miniatura y arrancaba unos pasos.
Entonces le venía esa locura de aparecerse en la casa con ese ligero olor a caca del hocico. Hasta que lo seguí y logré dar con el lugar. Es una pequeña esquina del parque donde la gente también acostumbra cagar, en mi barrio. Siempre aparecen pedazos de papel higiénico regados. Ahí era donde vatito iba y comenzaba a oler. Al menos era selectivo en su intuitivo ritual.
Cuando logré ampayarlo en su bizarrada le tiré un correazo, se puso más furioso. Cogió un pedazo de mojón y, entre los dientes, comenzó a gruñir defendiendo su privacidad. A partir de ese día, cuando me lavo la boca, comparto kolynos con vatito y le meto su cepillada.
Pero vatito ha ido creciendo y su raza es muy extraña para la región. Ya me habían pedido un cruce, estábamos esperando una cachorrita para que tenga sus crías bonitas. De raza, como dicen. Pero un día, muy temprano, llamaron de la veterinaria muy preocupados por la salud del vatito. Que ya era hora de bañarlo, que no importaba por los tres baños que no le había pagado. Que ya había pasado mucho tiempo y estaban dispuestos ayudar al animal.
Me disculpé, un poco avergonzado, pero acepté llevarlo de inmediato al vatito. Me dijeron que podía que lo único que le pedía, era que lo dejara hasta la tarde. Le dije que no había problema. Pero al volver, me dijeron que aún no estaba listo. Que vuelva más tardecito, en dos horas.
Ya de noche, volví. La doctora había salido y me dijeron que me dé una vuelta más. Le dije, que mejor me lo lleven a casa.
Nadie se dio cuenta en casa que pasaron dos días y el perro no volvía. Mi abuela, que es la única que no sale de la casa, preguntaba, pero habla tan bajito que nadie le hace caso.
Desde esa vez, vatito volvió tranquilo. Más tranquilo que cuando se tragó mis pastillas para dormir y no despertó en días.
Vatito se hizo hombre, dejó de ladrar. Ahora ya no se frota contra los muebles. Algo le han hecho, me dice la abuela. Algo le han hecho al vatito. Así anduve por semanas pensando en esos días en que se quedó en la veterinaria.
Cuando tuve algo de plata para pagarle el baño, fui y le reclamé que mi perro estaba raro desde aquel baño. Era de noche y la doctora estaba por cerrar la veterinaria, ya todos se habían ido y su marido estaba de viaje. Entonces me quiso mostrar unos libros de razas de perro hasta que terminamos enredados sobre la mesa de acero del pequeño quirófano.
Todo perro se parece a su dueño, me dijo al ratito que terminé, mientras se subía el brasier y se volvía a poner la camisa de doctora.
-Así hubiese querido cruzar a tu vatito, tu perro no está a la altura, igual que tú ahora conmigo.
- Pero estuvo dos días aquí, secuestrado contra su voluntad –intenté bromear, mitad en broma, mitad en serio y avergonzado.
- No pudo, hijito. No pudo. Le puse pastilla y nada. Le puse inyecciones de libido y nada. No paró de rascarse y roncar.
La doctora no me quiso recibir el pago del baño, entonces me fui a comprarle comida al vatito y lo saqué a pasear al parque de más allá.