jueves, abril 21, 2011

EL ARTISTA DE LA FAMILIA

N. de B. solo por esta vez / este post sera escrito con tildacion y buen uso de los signos /  porque es el ultimo cuento de "El artista de la familia" / tambien este post sera constantemente editado hasta que quede para la imprenta /

 
VILLA COCA
De niño, cuando almorzábamos con mis hermanos, yo era quien más comía. A Tyson no le gustaba comer y se metía el dedo para vomitar. El Africano le sacaba la mierda y yo me le enfrentaba al Africano defendiendo a Tyson. Hasta que llegaba mi vieja y nos sacaba la mierda a los tres.

Tyson y yo dormíamos en el camarote. Siempre terminábamos los dos en la cama de arriba. El Africano dormía solo en otra cama y se ponía los audífonos toda la noche. Al tiempo se lo llevaron a Europa y estuvimos más cómodos. Pero nació la china y nos cagó el cuarto.

Cuando almorzábamos yo le buscaba la bronca a la China y Tyson la defendía, luego mi vieja nos encontraba a los tres peleando y nos mandaba a lavar. Cuando mi papá llegaba a la casa después del trabajo nos sacaba la mierda a mí y a Tyson porque mi vieja le contaba todo lo que habíamos hecho y  a la China no le hacía nada. Cuando sea grande recibirá sus propios golpes de su marido, decía mi vieja.

A la hora de comer yo era el primero en terminar y me dejaban salir por el vecindario para que los deje tranquilos a mis hermanos y terminen de almorzar. Lo malo era que a ninguno de mis amigos le gustaba comer y nunca estaban a la hora que me dejaban salir a mí. Se la pasaban como Tyson y la China, durante horas sentados en la mesa hasta lograr terminar un plato de comida. En cambio yo, caminaba por las calles buscando a alguien con quién jugar, pero nunca encontraba a nadie. Y todavía me quedaba con hambre.

Si mi mamá se descuidaba, Tyson me pasaba su comida y yo me la comía rápidamente. Entonces mi plato pasaba a ser el plato de Tyson y yo recién iba terminando mi (segundo) plato. Luego la China. Por eso me mandaban a la calle.

Mientras esperaba a que salga la gente para jugar, yo iba visitando a mis vecinos pidiéndoles algo de comer. Me daba un poco de vergüenza pedir que me lo regalaran, asi que optaba por pedir un préstamo pagadero en cuotas de buen vecino. Préstame una sopita, decía. Yo ya era un poco gordo y mi barriga salía del polo, como a Coné en Condorito. Algunos me tomaban en broma, incomprendiendo mi angustiada hambruna en la que mi vieja me había dejado luego de un suculento almuerzo que siempre me quedaba chico.

Otros me invitaban a pasar y ocupaba un sitio en la mesa familiar. La señora Pita fue la primera en acogerme. Ella era una profesora de inglés ya retirada, igual que su esposo, el señor Pita, un minero retirado que cojeaba al caminar y usaba un zapato más alto que otro. Había trabajado muchos años en la Southern y siempre estaba tosiendo. Tosía cuando reía y siempre reía cuando yo tocaba la puerta. Yo preguntaba si me podían prestar una sopita. El cojo Pita me hacía pasar a su casa y me servían sopa y segundo. También chicha. 

Con los Pita estuve varios días alimentándome. El tio Pita me contaba buenas historias de la mina, mientras la señora Pita me enseñaba a hablar en inglés. Thank you, very much. I am hungry. Please, give me something for eat. Yo andaba hambriento y repetía todo lo que la señora Pita me enseñaba con tal de saciar mi ansiedad.

Una vez regresé a casa después de haber comido mi segunda ronda de almuerzo de la casa de los Pita y mi vieja me recibió a punta de correazos. No entendía qué era lo que había hecho mal, pero mi vieja mientras me tiraba la tanda dijo: ya me contó todo la señora Pita. ¿Qué es eso de estar mendigando comida a los vecinos?, estaba ofendida pero yo no lograba comprender por qué le molestaba tanto mi hambre.

Mi vieja se puso a llorar y yo también me puse a llorar porque siempre que ella lo hacía yo también lo hacía de inmediato. Además, lloré de tantos correazos que recibí ese día porque cuando mi viejo llegó del trabajo me volvieron a dar más tanda. A mi papá le cayó peor la noticia de que iba donde la señora Pita porque le tenía una colera trementa a ella y a su esposo el cojo.

-Todavía te vas a pedirle comida a la señora "Puta"- me resondró el viejo mientras me tiraba  los correazos. A esa señora Puta no le pidas !nada!, y mucho menos comida.

Después, con el tiempo yo también le comencé a llamar señora "Puta" a la señora Pita. Y también logré que mis amigos del barrio le llamen también así. Tanto fue mi resentimiento que para la navidad convencí a mis amigos del barrio para hacerle un regalo a la señora "Puta". Todos fuimos a nuestras casas y por la noche trajimos cada uno un mojón. Algunos trajeron caca de sus perros que había en el jardín, otros cooperaron con caca propia que habían hecho y que habían recogido del water, pero todos cumplimos con la misión. Luego pusimos todos los pedazos de caca en una caja de zapatos, envolvimos la caja con papel regalo y se lo dejamos en la puerta de su casa. Tocamos el timbre y desaparecimos. El tío Pita salió, recogió el regalo y como vio que en el regalo decía el nombre de su esposa, lo llevó adentro. El grito de la señora "Puta" nos hizo delirar.

No volví más a la casa de los Pita y comencé a ir a la casa del padrino.

El padrino era un señor distinguido que vivía en la esquina de la urbanización en una casa grande y llena de gente que a diario la pasaba bien. En la puerta siempre había autos lujosos y de colores llamativos. También solían llegar futbolistas y cantantes famosos. Armaban fiestas que duraban varios días y la música se escuchaba por toda la cuadra.

La gente mayor lo llamaba don Reynaldo, pero nosotros quienes jugábamos frente a su casa, lo llamábamos padrino. En la pista se armaban partidos de fútbol que duraban semanas. A veces el padrino salía por su balcón y se ponía a ver los partidos mientras se fumaba un puro. Luego mandaba a sacar gaseosas y galletas para todos. Era un hombre bueno que siempre apoyaba a la gente del vecindario. Al papá de  un amigo, que había atropellado a un anciano en la avenida, lo ayudó a salir de la fiscalía una vez. A doña Ana, que había perdido a su esposo en la guerra con Ecuador, le regaló una cocina por el día de la madre. Incluso a nosotros nos llegó a comprar camisetas de fútbol que trajo de uno de sus viajes. También traía motos de cuatro ruedas y camionetas con llantas gigantescas y los primeros zapatos ortopédicos que usó el señor Pita cuando se jubiló de la mina.

Cada vez que jugábamos, la señora Ana salía por la ventana y nos reclamaba que ensuciábamos las paredes de las casas. Pero normalmente intervenía don Reynaldo y la calmaba, le decía que él iba pintar toda la cuadra. Que arreglaría los huecos de las pistas y que fomentaría el deporte entre nosotros. Una vez prometió construir una cancha de fútbol para descubrir nuevos valores. Luego se iba de viaje y cuando volvía traía obsequios para las vecinas. Traía cosas modernas que llegaban a las tiendas mucho tiempo después.


Hubo una pichanga en que la casa del padrino explotó. Don Reynaldo no estaba porque las ventanas de su balcón estaban cerradas. Pero de la explosión las ventanas se abrieron y sus muebles salieron volando.

El partido se disputaba con fuerza y mucha piconería cuando la casa reventó. Un hombre salió volando  como si fuera el hombre bala y cayó en medio de la pista, en medio de la pichanga. La humareda fue cubriendo la cuadra, como si fuera una neblina, pero era tierra, escombros. La señora Ana salió gritando terremoto.

Sólo una vez habíamos reventado la luna de una casa. Era la casa del señor Ogro y don Reynaldo tuvo que pagar la mala puntería de Wally. Wally soñaba con ser futbolista. Su viejo era policía y su vieja maestra de colegio, habían depositado todas sus esperanzas en Wally. Era un poco flaco, pero tan rápido como un ratero de Lima, un cogotero. Desde chico, muchos organizadores de campeonatos de fútbol iban a recogerlo y se lo llevaban a jugar a otros distritos, le pagaban al papá.

Verlo jugar era fascinante, pero jugar con él exasperante. Nadie tenía que hacer nada, éramos un equipo casi zángano, que gastaba más energía en celebrar los goles que luchando una jugada. Wally era retaco, debilucho pero hábil, inteligente y fulminante. Una jugada de ojos podía terminar con la pelota en la otra cuadra, nosotros encima de él, apanándolo a golpes de alegría, triunfadores. Le ganábamos a todos los equipos que venían a la cuadra. Don Reynaldo nos alentaba y cada vez que Wally hacía una gran jugada, el padrino aplaudía.

Venían por Wally y lo devolvían tarde con ropa nueva y zapatillas. Volvía con trofeos y su  viejo le prometió llevarnos a todos al club Alianza Lima para jugar en los infantiles. Fuimos a la prueba y a Wally terminó en el hospital. En el Alianza jugaban tremendos negros que parecían diez años mayores, nosotros éramos chatos, deformes. Ellos eran grandes, feos, abusivos. A Wally le metieron una sola patada y lo volvieron a la banca. Se puso a llorar. Lo cambiaron. El Cholo, que era un profesor reputado descubridor de talentos para el club, dijo que estaba bueno el muchacho, que puede dar más, tiene pasta, pero que lo metan en el programa de nutrición. Wally, aunque lloraba de dolor por la patada, se alegró de tener una oportunidad en Alianza.


Cuando la casa de don Reynaldo explotó Wally estaba jugando mal, había fallado varios goles. Wally la había mandado a la otra cuadra, el arquero estaba vencido y tuvo que ir a recoger el balón, apenas sacaron desde el arco, él se robó el balón y se desquitó. Gol. Cinco a uno.

Puso la pelota en medio de la pista y grito: ¡Apúrense que ya tengo que almorzar!

Ahí sonó la bomba y el hombre cayó en medio del partido. Rodó un poco y luego intentó pararse. Estaba carbonizado. Sólo se le veían los ojos blancos. Su ropa estaba totalmente negra y su cabello botaba un poco de humo, todavía.

Apenas nos vio, se intentó limpiar un poco la cara. Entonces comenzó a correr sin rumbo. Llegó el guardián en su bicicleta y se metió a la casa. Todos nosotros nos habíamos hecho a un lado porque salía fuego por todos lados y de las otras casas salían las señoras gritando ¡fuego! ¡Dios mío, mi Wally! Gritaba su abuela desde la otra ventana y las llamas de fuego iban devorándose la casa de don Reynaldo.

El guardián comenzó a sacar unos sacos de harina y en su bicicleta comenzó a esconderlos en otra casa. Algunas personas que trabajaban para don Reynaldo también hacían lo mismo, iban poniendo los sacos de harina dentro de algunas casas vecinas que también pertenecían al padrino. Pero cuando llegó la policía al primero que se llevaron fue a. guardían y a los chicos del padrino.


Llegaron los bomberos y comenzaron a empapar de agua todo el vecindario. Era época de circo y parecía todo muy fantástico. Los bomberos parecían trapecistas que se pasaban la manguera por los altos. Al hombre bala ya lo habíamos visto en la explosión.

Cuando llegó la gente de prensa, no había testigos más que nosotros. Entonces eligieron a Wally para que cuente lo sucedido. La reportera era una china odiosa con la cara marcada por el acné. Era famosa por llevar casos de violencia y sangre. Wally comenzó diciendo que le estábamos ganando al equipo de la otra cuadra cuando salió disparado el hombre bala de la casa del padrino. La periodista preguntó si conocía a don Reynaldo. Wally dijo que sí, que era el padrino de todos. La periodista le preguntó por la persona que salió volando, si había logrado reconocerlo, pero Wally solo pudo verle los ojos rojos, lo demás era carbón.
-Estaba todo despellejado -dijo Wally.
La reportera le quito el micro y remató.
-¿Despellejado, dijiste?
Entonces todos comenzamos a celebrarlo como si hubiera metido un gol. Pero la periodista continuó con el enlace en directo:
-Así es señores, un hombre despellejado ha fugado de la casa de Reynaldo Rodríguez López, alias “El Padrino”, dueño de este lugar donde se presume se ha estado utilizando de laboratorio de producción de pasta básica de cocaína. 

Al día siguiente, todos los titulares de los periódicos mencionaban al despellejado. Y la cara de Wally haciendo la mueca del hombre bala.

El padrino jamás volvió y la policía tomó el lugar. Tiempo después la hicieron guardería infantil y desde ese entonces la casa del padrino es usada por niños huérfanos quienes disfrutan de la gran piscina, y mi barrio fue bautizada como Villa Coca.