viernes, abril 09, 2021

CAIMANES DEL MISMO POZO

Casa de 'Villa Coca' en la actualidad adquirida por una familia emprendedora circense. Nótese los colores de la fachada. 


Yo crecí en el barrio de Villa Coca. 
Al lado derecho vivía 'El Padrino' Reynaldo Rodríguez López. Cuya casa explotó resultando ser un laboratorio de drogas. Nosotros jugábamos partido en la  pista, en ese entonces no había mucho tráfico de autos y por la explosión salió volando disparado un hombre en llamas, cayó al suelo, nos vio y se fue corriendo. Al rato llegó la policía y el resto está en internet. 
Al lado izquierdo vivía Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, y cuando lo encontraron en la casa vecina y lo presentaron en televisión con su pijama de rayas comenzaron a tirar bombas por el barrio.
Nosotros ya estábamos acostumbrados entonces a las explosiones, por cualquier lado de donde viniera. 

Mi papá era un profesional independiente en crecimiento. Le iba muy bien en los negocios y sus planes de expansión incluyeron nuevos rumbos fuera de casa. 

Entonces nosotros, sus hijos, nos convertimos en parlamentarios de oposición. Cual bancada fujimorista, íbamos con mi papá a comer a algún restaurante y pedíamos lo más caro. Y para joder más: pedíamos adicional para llevarle a mi mamá.

La convicción política a un nivel doméstico se instauró en el drama familiar, si ibas con la pareja de mi padre, entonces eras un traidor. Y en ese juego, mi papá seguía creciendo como profesional. Hasta que un colega le propuso postular al Colegio de Contadores, como vicedecano.

Yo estudiaba Contabilidad en una universidad particular y mi papá me había comprado un auto del año por ingresar en buen puesto. Pero ya cuando comenzaron  los cursos de verdad, mi rendimiendo se fue en picada. 

Me frustraba mucho no poder rendir en los números mientras mi padre se convertía en una eminencia. Sus dictámenes de auditoría se comenzaban a publicar como libros, y se presentaban en hoteles a donde íbamos como sus hijos, futuros profesionales como él. 

También comenzó a escribir una columna en la revista Gente, que en ese entonces era una de las más leídas del Perú y donde él era gerente. Se titulaba BUFETE TRIBUTARIO y escribía de temas contables. Entonces el dueño de la revista, el señor Escardó, le dijo que su columna se había convertido en la más leída de la revista.
Pero no era que la leían muchos lectores, sino que el mismo lector tenía que leerlo varias veces para entenderlo.

En ese contexto fue que mi papá decide postular al vicedecanato por medio de elecciones. Las listas eran varias y las propuestas diversas. Pero su oficina de San Isidro se convirtió, de un estudio contable que revisaba todo el día libros diario, libro mayor o planillas, pasó a ser un local de campaña desde donde se realizaban llamadas para invitar a los colegiados, del colegio de contadores públicos de Lima, a votar el día sábado, y de paso votar por la dupla Virgilio-Sandoval.

Virgilio era, como mi padre, un profesional independiente pero con mucho más relaciones que mi papá. Y había sido ya dos veces decano del colegio profesional y su empresa crecía a buen ritmo. 

Pero nosotros, el equipo de campaña, que éramos los practicantes del estudio contable: la secretaria, yo, una prima, Magaly, y dos más. Y todo el día nos dedicábamos a llamar por teléfono a los colegiados a que vayan a votar. Habrá que resaltar que en ese entonces, a principios de los noventas, llamar por teléfono era una señal de estatus.

El mes de campaña fue intenso y mi padre entregó toda su energía, tanto así que acaba exhausto cada noche, después de una jornada electoral donde siempre había mucho alcohol, gente y sueños de opio. Pero sobre todo: un gritón.

La campaña la acompañaba un personaje de voz extremadamente ronca pero potente, como si fuera un parlante esterofónico de pollada bailable, el gritón se convirtió en pieza clave de aquella energía que  necesita una comunidad enardecida por las ganas de cambio. Y como mi papá era quien le pagaba al gritón, por sobre Virgilio, primaba la arenga: Sandoval!!! Sandoval!!! Sandoval!!! Como si fuera una barra brava, Sandoval!!! Sandoval!!!

Entonces Sandoval se volvió una ola libertaria. Un grito que venía de las entrañas y que emergía del cambio. Sandoval. Vamos Sandoval Vicedecano. Sandoval, vamos Sandoval !!!

Ya para el día de las elecciones, habíamos preparado unos volantes fotocopiados en blanco y negro, insistiendo en marcar la V de Victoria, pero que también era de Virgilio que también era de SANDOVAL !!!

Y desde temprano, el comando activo de calle de campaña comenzó en la votación, y commenzaron a llegar los votantes cada vez más desanimados por el acto cívico profesional. 

¿Sandoval? ¿Quién es Sandoval? Fuira de acá chibolo. Me dijeron varias veces. Otras ya no tan agresivos, pero amablemente me invitaban a alejarme de ellos, que no querían saber más de políticos. 

Nos pasamos el día volanteando hasta el final de la contienda, donde comenzaron los votos y mi papá, desde un local de campaña cercano, rodeado de ayayeros y botellas de cerveza y el gritón, esperaba los resultados. 

Eran más de 30 mesas, y las primeras que llegaban Sandoval no aparecía por ningún lado. Como a la décima mesa apareció un personero: Virgilio gana la mesa. Y volvieron las arengas: ¡¡¡Sandoval, Sandoval!!!

Pero no volvieron más buenas noticias. Habremos ganado en cinco mesas más, pero en el conteo final quedamos cuartos, o quintos. Ni siquiera estuvimos en la foto. Y mi padre aceptaba la derrota estoicamente tomándose un vaso lleno de chela. Hasta que llegó Virgilio y rodeado de más gritones y más ayayeros juró por el Perú que no iba a parar hasta cambiar la política del colegio de contadores. Y se fue, y nos fuimos quedando solos.

Lo fuimos a dejar a mi papá y nos fuimos con mi hermano Rafo y nos fuimos en uno de los carros, sacamos una caja de cerveza y nos fuimos a La Herradura. 

De ahí dejé la facultad de contabilidad y entré a comunicaciones. Y al primer semestre que acabé, me fui a practicar a la revista Gente, adonde mi padre era una leyenda. 
Hice mis prácticas la universidad me parecía un poco fácil porque venía de una facultad de números, y claro este espacio era de ideas, de figuras, de colores, imágenes. 

En tercer ciclo gracias a un compañero de aula, el poeta Rafael García Godos que era fanático del rock y tenía buenas notas como yo, entramos al tercio estudiantil que era como una cúpula de estudiantes que veíamos cosas por el bienestar de los alumnos de la facultad. 

Pero los alumnos de la facultad nos odiaban, cada vez que entrábamos aula por aula a pedir alguna cosa, como recordarles que tenían que asistir a la vacunación anual de la gripe, nos remataban a dardos de bolas de papel. Era un trabajo duro y sabíamos desde el comienzo que éramos los alumnos más impopulares. 

Entonces un día, en la oficina del tercio estudiantil, porque éramos los más odiados pero teníamos oficina propia para discutir nuestro trabajo como si fuera un reality show actual. Abriendo el cajón de la directiva anterior, encontramos, Rafael y Yo, ambos poetas y por eso mismo sin escrúpulos, un file de cartas donde la anterior directiva pedía fondos para viajar a distintos sitios del mundo. 

Que porque había el festival de estudiantes de comunicación de Bogotá, representación de la universidad. Que porque había el congreso de estudiosos de la comunicación en Guatemala, representación de la universidad. Que porque había una reunión de dirigentes en Buenos Aires, representación de la universidad. 

Nos dimos cuenta rápido que había un patrón que nosotros estábamos dispuestos a seguir: viajar con todo pagado en nombre de la unión latinoamericana de la federación de estudiantes de comunicación. 

Y cuando se dio la siguiente reunión con el decano, que era un cura infranqueable, después que todo el equipo de representación estudiantil presentó sus actividades, presentamos la carta para ir a Bogotá, al congreso de estudiantes de la región bolivariana. 
El cura vio la carta y la firmó sin dudar. Se alegró que le hayamos hablado de la federación. 

Nos fuimos a Bogotá y participé por primera vez de una asamblea bolivariana de estudiantes, con representantes de otros países hermanos, y asentimos varias cosas que ni entendíamos pero ahí estábamos disfrutanto de un tiempo de intercambio estudiantil pero también de viaje y política.

Desde tercer semestre de diez, hasta que terminé y un semestre más, me dedique ya no a estudiar sino a viajar. 
Tenía una agenda que vinculaba reuniones, participaciones en asambleas y gestiones diversas que nos llevaban a viajar por todo el continente financiado por la universidad. Era una maravilla ser estudiante. 

Tanto así que mi papá, que siempre pagó la universidad, comenzó a cuestionar esos viajes, que al final de la carrera se hicieron 15 viajes al extranjero y 26 al interior del país. A todos los lugares iba con viáticos que luego me sobraban unos meses, íbamos a buenos restaurantes y pedía a la carta como pedía cuando salía con mi papá de chico: lo más caro y para llevar. 

Sobre todo el último viaje, hacia la Habana, adonde íbamos para una reunión sin sentido  pero que para nosotros era importante asistir. Mi padre pensaba que este viaje era la consumasión de guerrilleros en lucha. Claro, éramos devotos de Hugo Chávez en ese entonces, fuimos al Foro Mundial Social, y éramos gente de lucha y palabra. Entonces ir a Cuba para nosotros era el camino natural. Pero mi padre estaba muy desconfiado de los viajes, de los fondos que recibíamos para -básicamente- vivir bien mientras terminábamos  la carrera. En Cuba vimos que Fidel siendo estudiante se tiró al monte y se hizo presidente, y creíamos que ese era el camino. Entonces yo pensaba que no necesitaba terminar la universidad para ser presidente de mi país. 

Para el último semestre, teníamos tantos viajes al extranjero que parecíamos empresarios. Bogotá, Buenos Aires, Panamá, La Paz, Santiago, Montevideo. Infinidad de historias para registrar mientras éramos estudiantes.

Para ese viaje a Cuba, al parecer ya los compañeros de aula se habían dado cuenta: había un par de sinvergüenzas que no iba a clases, pero que tenían las mejores notas y que alardeaban de sus viajes al extranjero 'sin pagar un mango'.

Y un compañero de aula, el chato 'Josh' me encaró antes de comenzar una clase:
-Qué, osea tú viajas con nuestra plata... Eres un mantenido de la política!!!

Yo no aguanté, sobre todo porque tenía unas ínfulas de ganador que me hicieron explotar. Y caí en la tentación de golpear a un correligionaio crítico. 

Terminé en problemas en la coordinación, pero en mi cabeza solo iba la idea de ir a Cuba y armar la revolución. Y fuimos a la Habana y recibimos el adoctrinamiento de Fidel. Éramos jóvenes y el futuro se veía solamente por medio del cambio radical.

Así, fuimos chavistas y luego evistas, luego humalistas y hasta que me di cuenta que había terminado la universidad, mi padre ya no estaba contento con esa circunstancia de ser estudiante habiendo culminado los estudios, y seguir viajando y seguir hablando de un futuro mejor pero sin haber entrado al camino profesional, sin haber vivido nada, solo viajes que pensábamos que eran de placer pero eran  subvencionados por la universidad que daba recursos para fortalecer los lazos estudiantiles a nivel regional. Entonces quise hacer un curriculum vitae para insertarme al mundo profesional pero vi que solo tenía recuerdos en mi cabeza. Y el único camino que me quedaba era seguir en la universidad, tal vez ya no como estudiante, como profesor podía armar mi revolución.