jueves, enero 05, 2023

ANGEL DE MUERTE



Mi causa Ángel volvió de Europa expectorado. Esta vez no fue la migra quien lo sacó de Suiza. Sino su propio demonio. Esta vez no tuvo que salir deportado como de Estados Unidos. Salió por su propia voluntad porque su viejita se le estaba muriendo en Lima. Lugar adonde no podía estar porque lo podían matar en cualquier momento cualquiera de las personas a las que había estafado. O que la droga lo pierda entre los edificios de ciudad Satélite. Seattle, para los barrunto. 
Dejó familia y nada más. Porque trabajo allá no había. No sabía el idioma y la gente era demasiado tranquila para su alma incendiaria. Estaba aburrido y volvió al departamento de su viejita, que al final se puso bien de salud a pesar de la edad. El hermano mayor de Ángel es fiscal, por lo que su regreso no le pareció para nada gracioso. De llegada le advirtió que se porte bien, que no haga cagadas frente a la vieja. Pero Ángel amaba tanto a su madre como al Deportivo Municipal y desde su regreso se había convertido en un mítico barra brava de la banda del basurero. Adonde jugaba el Muni, Ángel estaba presente, sin polo mostrando la veintena de tatuajes. Parecía un mara salvatrucha entre los centenares de hinchas que lo veían como una leyenda viva del asfalto. Un sobreviviente de batallas que forman parte de la historia del club y sus épicas salvadas de baja.
Cuando Ángel se fue la primera vez a los Estados Unidos dejó a su primer hijo, producto de un romance con una compañera de clases que hasta el día de hoy maldice el día que los presenté. Así se cimentan los lazos familiares, el arraigo emotivo que perdura. Solo se odia lo querido, canta el vals. 
Como era previsible, Ángel disfruta cada segundo de su patria, camina sin polo, saluda por aquí y por allá. Es una leyenda. Se sabe todas las canciones de las barras del fútbol argentino. Lo suyo es la esquina, estar parado sospechosamente, cagándose de risa. Comiendo cebiche con sus chelas. Y su famoso silbido que es el que le da melodía a la tribuna cuando sale el Muni.
Como su viejita se puso bien, y allá en Suiza nadie lo aclamaba, a pesar de tener dos hijos pequeños, se acomodó bien en su patria, donde se había ausentado por dos décadas. Entonces fueron momentos de buena relación. Pero las hermanas de Ángel que vivían en Estados Unidos, vieron una buena idea llevarla a la mamá para estar con ellas por navidad. Para lo cual mandaron a una de las sobrinas para que acompañe a la señora, que aunque bien de salud, sus 95 años generaban preocupación para movilizarla, sobre todo si era un vuelo con escala en Centroamérica. Y la pandemia que subía y bajaba los permisos para ingresar a algunos países, la señora no logró entrar a los Estados Unidos y tuvo que volver a Lima luego de 16 horas de estar a la interperie aeronáutica. Obviamente, a su hermano el fiscal no le gustó para la nada la iniciativa de las hermanas. Pero la señora quería verlas, y aunque volvió trapo de ese viaje frustrado, no descartó las ganas de ir a verlas nuevamente. Esta vez sí llego, dijo desafiante y sonriente. La postura del fiscal era distinta y hasta radical. Amenazó a su vieja con no dejarla salir. Y si sus hermanas eran capaces de volver a comprarle el pasaje, ardería Troya. 
Las hermanas pasaron por alto la preocupación del fiscal. Y compraron el pasaje a Estados Unidos y volvieron a mandar a la sobrina por la abuela. Ángel andaba de viaje acompañando al equipo pero validaba la voluntad de su mamá y sus hermanas. No le dijeron nada al fiscal para que no cometa la locura de secuestrar a su propia madre. Y se fue a los Estados Unidos. Pero apenas llegó el corazón le falló y murió. Lo cual ha generado una fractura familiar donde Ángel en el medio del problema y ocupando el departamento donde su madre pasó sus últimos años. El fiscal usa todo su poder legal para sacarlo del lugar, y Ángel usa todo su poder ilgeal para desafiarlo. Entonces el departamente siempre está ocupado por los líderes de la barra brava y han utilizado el espacio para ensayar sus cánticos tribuneros. 
A Ángel lo conozco desde el primer ciclo de la universidad, apenas comenzaron las clases su papá se murió en un accidente en un barco en Chimbote, y tuvo que ir a reconocer el cadáver. Perdió el ciclo pero lo becaron y no pagó más la universidad, aunque nunca le interesó mucho. Más estaba cómodo en el parque fumando, en la calle carburando alguna pendejada. Ahí era habilidoso. Lo sigue siendo. 
Nos fuimos alejando cuando dejó de estudiar. Pero siempre me llamaba desde Estados Unidos cuando estaba en tragos. Me contaba que era durísimo vivir allá, sobre todo por los exámenes de toxicología, que debía pasar cada mes. 

Una vez creí ver a Ángel. Fue en Pereira, había ido buscando el amor de mi vida. Una cibernovia que tenía por años. Y cuando se dio la oportunidad de conocerla todo se diluyó apenas nos vimos. Apenas salía de Lima hacia Colombia, mi hermano me dijo que había una novela muy famosa que se llamaba sin tetas no hay paraíso y que hablaban de las mujeres pereiranas. Le dicen 'Perreyra'. Yo igual seguía firme en mis ganas que encontrar el amor en mi bella pereirana. Pero en Bogotá apenas llegado, un gran amigo que me dio cobijo me dijo: te vas a ver a una perra pereirana, hermano ! Mientras movía la cabeza desaprobando mi actitud. 
Un vuelo de Lima a Quito, luego a Bogotá y luego de cuatro días seguidos de juerga tomé un bus hacia Pereira. Ella no me esperó a mi llegada pero me dio la dirección de un buen hostal. Al día siguiente fue y con miedo me confesó que tenía novio y que le daba mucha pena por mí. Entonces la boté de la habitación y nunca consumamos nada. Sin embargo, sigue siendo mi cibernovia. Su primer cibernovio fue por carta. Era un presidiario con quien mantenía una relación epistolar. Ella tenía trece años, pero cuando cumplió diecicho lo fue a conocer. No fue a la cárcel, fue en Estados Unidos, adonde él había huído apenas terminó su condena por narcotráfico. No quería saber nada de ella, pero ella como buena perra pereirana enamorada, lo siguió. Él pensó que se trataba de la DEA. Ella le entregó una caja con todas sus cartas. Pero no lo conmovió. La perra pereirana quedó desilusionada con su presidiario. Por lo que se metió a eso que llamaban internet y por messenger nos conocimos. 
Mi pasaje estaba para un mes, y como el hostal quedaba a unos pasos del bar el pavo, hice vida de escritor. Me lo merecía porque había estado el año pasado internado en rehabilitación por drogas. Entraba al bar, tomaba unos aguardienticos, y luego salía a la bodega del frente a comprarme unas latas de cerveza.
La tienda atendía como si fuera un quiosco de colegio, todos estiraban la mano con billetes de mil pesos y exigían angustiados cerveza o una botella de antioqueño. Entonces un pata se acerca a pedir sus latas mientras hacía una llamada por celular. Me mira y me dice qué hubo soy Ángel. Yo pensé que me hablaba a mí, pero hablaba por teléfono. Estoy en el pavo, envíame tres gramos te pago seis mil pesos, le exigió el amigo. Entonces qué mi broder, dijo. Ángel, le dije, dile que traiga un gramo más yo pago. Y el amigo corrigió el pedido. Traéme cuatro gramos. Listo. Y nos quedamos conversando con su gallada que todos eran metaleros, vestidos de negro y púas, las chicas tarrajeadas de base y delineadores negros. Botas, yo era el único 'normal' en su grupo. Y me integraron a su mancha. Eran una banda de rock trash metal y tenía show en un par de horas muy cerca de ahí. Entonces me fui con ellos apenas llegó el pase y me dieron la bolsita que correspondía para mí, para olvidar a la perra pereirana que me trajo hasta ahí y me dejó en la calle. Pero en la calle encontré a los verdaderos amigos. 
El concierto estaba repleto de gente extremadamente rara, todos de negro. Algunas bandas imitaban por ejemplo a los Misfits, otros a los Kiss, había punks con los pelos de punta, gente con aretes en los lugares menos imaginados. La pareja de Ángel era intensamente blanca e grandiosamente obesa. Me observaba con desconfianza porque era el único que no vestía como ellos. Tampoco era de ahí. El concierto ya había comenzado y la banda de Ángel tocaba como a las tres de la mañana. La novia me preguntaba que qué hacía ahí, que a qué vino a Pereira. Mientras el sonido del local reventaba de tambores hardcore, la gente pogeaba en señal de disfrute. Íbamos rotando un vaso de aguardiente mientras la banda se activaba con la coca. Ángel era como el líder de esa mancha de metaleros, cada uno tenía su forma de meterse la droga. uno abrió su bolsa con los dientes y con una llave fue sacando el material para luego acercar la punta a la nariz. Otro desató el nudo de la bolsa y con los dedos fue disolviendo la piedra, hasta que acercó la bolsa a su nariz y dejó caer una buena parte, una para cada hueco nasal. La novia echó toda la bolsa en su vaso de trago y lo bebió en seco y volteado. Antes de subir a tocar Ángel ya estaba llamando al diler nuevamente. También me apunté en la gestión. Y cuando fue el turno de la banda me senté junto al bombo de doble pedal. Ángel era el baterista pero también era el líder de la banda, que se llamaba Ángel de muerte. 
Así lo conocían a Ángel, como Ángel de muerte. Hincha del Nacional de Medellín, llevaba tres marcas de puñalada en la espalda, habia sobrevivido a ataques mortales. 
Ángel vivía cerca al río Pereira, una zona marginal similar a una favela brasilera. Ahí me recibieron mis amigos, comimos botanas y combinamos cerveza con perico. Escuchamos música que yo les mostré y nos fuimos a una sala de ensayo para hacer un jamming. Ángel primero tocó la batería y luego el bajo, en ambos casos su forma de tocar era rústica, como si fuera un troglodita, por ratos parecía Cliff Burton. Yo les mostré dos canciones que le volaron la cabeza, primero mejor no hablar de ciertas cosas, de Sumo, y luego la canción de Almodovar la coca me ha vuelto loca. Nos quedamos tocando esas dos canciones una y otra vez. Luego nos fuimos al bar el pavo, y seguimos hablando de cualquier cosa mientras llegaba el hombre con las bolsitas. Angel era una celebridad en el bar, todos lo saludaban y le preguntaban por sus bandas, porque tenía varias. Y luego me presentaba como su amigo peruano. Y me invitaban cerveza, cigarrillos y cucharadas de polvo. Un pelado partió un pedazo de chicle y me dijo toma te invito ácido, y mientras masticaba la goma un liquido surcaba mi garganta. Me fui sintiendo como en casa. (CUPIDO EN EL INFIERNO)