lunes, diciembre 15, 2008

MI CUERPO ES UNA CELDA


María Vainilla:

Acabo de llegar a mi casa, con mucha tristeza y con mucho, mucho miedo. Creo que son todavía las cinco y lo primero que pensé fue en dejarme llevar por la debilidad y llamar la por teléfono, hacerla feliz por lo menos un ratico, pero mi mamá me mostró la cuenta: cinco mil pesos en un solo mes y casi todas llamadas a tu celular, y entonces me dijo que o me controlaba o le ponía candado al teléfono. Así que me siento a escribirle antes de abrir la maleta o escribir toda la correspondencia atrasada que tengo y que seguro es mucho más importante para que se vuelva con justicia famoso su sardino.

Vainilla, y lo que quería decirle es que no la voy a olvidar nunca, que tampoco voy a ponerme a hacer el esfuerzo, que yo la amo muchísimo y que no sé cómo voy a hacer para trabajar aquí si no estoy con usted cerquita, que me da un miedo terrible iniciar otra temporada sin usted, que he debido dejar la revista allá para volver prontito. Pero no, ya son demasiadas las promesas que le he hecho, todas contradictorias. No he sentido ni un solo momento de alivio en todo el viaje, y Lima me agobió de una, con tanto pasado por allí tirado. Mi mamá le ha hecho un montón de arreglos a mi pieza menos lo que yo le había pedido, y ha puesto adornito delante de las repisas para tapar los libros y eso me da piedra y unas ganas como de morirme… y hace un crepúsculo todo terrible como de mil colores y yo estoy sin usted, Vainilla, y nunca voy a poder estar, eso también es una carga que me hacer pensar si deseo mucho un nuevo día. Lo único es que estoy seguro de dormir bien esta noche. ¿Usted cree? Porque todas las noches que pasé fuera fueron horribles; lo que me enfermó fue la suma de noches vacías, y yo deseándola en canti, porque yo se lo dije, me he vuelto morboso, y no sé si me gusta o no me gusta. Así como ahora no sé si acostarme a dormir temprano porque voy a soñar con usted, seguro, y mañana apenas me despierte voy a tener ganas de llorar como si estuviera naciendo, con la diferencia de que voy a estar cargado de arrepentimientos.

Vainilla, ¿usted leyó mi cuento? ¿Me lo va a enviar, de verdacita, ahorita mismo? Porque yo tengo ganas de reelerlo, ahora que sé que le gustó a la vaca que más caga, y además porque me encantar leer mis cosas después que han pasado por sus ojos, ay, yo no sé, mi mamá entra y sale de aquí y me pregunta siempre que si estoy contento y yo le digo que sí, pero ella nota que no, a la fija, porque cómo voy a estar contento con el miedo que tengo.

De todos modos esa indecisión me ayuda a convencerme de que nada tiene sentido, y menos mientras pasa el tiempo. Ahora siento una cosa maluquísima en mi cabezota, como si se me estuviera durmiendo. Fíjese que yo casi no me reí, ahora que estuve allá con usted, casi no brinque ni la pasé feliz ni nada, y fíjese como estaba de pálido hoy, por qué no me dice qué lo que debe hacer; además, claro está, de lo que tengo que hacer (maldita sea, se me dañó el papel y estoy en escasez total; maldita sea, me odio).

¿A usted no le importa que le escriba en estas hojas tan descuajeringadas? No tengo más papel y no me gustaría escribirle en papel copia, porque no le alcanza al amor que ahorita siento, que es montar poemas, levantarlas, diagramarlas, y yo no sé si voy a tener las fuerzas, tan lejos de usted que estoy y completamente insatisfecho. No sé, no sé qué va a ser de mi vida ni cómo la voy a enfrentar yo mismo. Hoy le dije que yo ya estaba acostumbrado a quedar así, a que las cosas me resultaran a medias, pero es que mire, nunca había sentido tanta urgencia y nunca, nunca había sufrido tanto, y si usted me dice que a mí me gusta sufrir entonces usted es lo que más me ha gustado en la vida. En el día más feliz que yo tuve con usted, me dijo (apuesto que no se acuerda) que le encantaban “mi cara y mi modo de ser”.

¿Pero no ve que todo eso ha cambiado? ¿No menota mucho más horrible y un poquito acuscambado? Ya creo que no necesita de la compañía de Guillermito y Clarisol, etc., aunque siempre los sigo queriendo, y yo lo pasaba tan rico, María, como tan desprevenido, antes de conocerla a usted. El único problema que tenía era si dejar o no la bareta. Ahora me siento partido, idólatra perdido, si quiere que se lo diga en verso. Nunca voy a dejar de amarla, aunque no me guste, aun que sienta que yo me hago daño.

No puedo conversar con mi mamá, creo que nunca he podido.
Hace una tarde verdaderamente bonita, y usted se vería mucho más bonita acá, se lo aseguro. Tomaríamos sol ambos y nos pondríamos de mejor color. Pero espero y verá que yo me gane el premio del Diario y voy a tener platica, como 15 mil pesos, y voy a ir a buscarla pongo un apartamento y allá la veo de lejitos, aunque usted no quiera y aunque hace tiempo me haya olvidado. Ay, no me había dado cuenta, pero estoy en canti de cansado. Todo lo que usted tiene que hacer es desearme buena suerte al acostarse y al levantarse, así: “te deseo mucha calma y muchas fuerzas, Andresito”, dos veces al día, y verá que yo me las arreglo para pasar más o menos bien lo que me queda de vida, que no va más allá de dos diciembres.

¿Usted sería capaz de verme en este diciembre? Porque yo me voy a morir de la pura tristeza en este diciembre, todas las fiestas de niños y todo lo que uno recuerda, y con mi hermana lejos, ay, no sé. Ahora ya está cayendo la noche y le cuento que en el evión me estaba dando claustrofobia y que dormí y que soñé con esa escena que usted me ha relatado, de que estaba con toda la Plaza Sandoval, con el gorrito no sé de qué color y camiseta verde y toda como gordita, y que yo pasé por allí a toda y con cartapachos y usted me saludó buscando compañía y yo seguí derecho, ay, qué pesar y qué desconsideración la mía: soñé que usted había tenido que quedarse allí sentadita sin hacer nada mientras yo avanzaba en dirección contraria, y me desperté sintiéndome muy mal en esta vida porque no me gustó que se terminara el sueño porque en él por lo menos, aunque malo, yo estaba con usted, en cambio en esta vida no hay caso y yo no tengo chico.

Si mi mamá no hablara tan duro (mi papá está sordo), si no hubiera tanto ajetreo en esta casa yo me podría quedar encerrado, creo que voy a hacer eso. Yo lo tengo que hacer todo.
¿No le gustaría estar aquí conmigo y ayudarme a resolver todas estas dudas? Ya van como seis veces que viene mi mamá a comprobar si guardo sanidad en mi expresión “facial” mientras escribo. Debo estar haciendo cara de loco o de languidez tenaz, porque me dijo que si no quería tomarme un Valium y yo lo rechacé. Me gustaría prometerle a usted ahora que no vuelvo a meterme nada, pero de qué sirve la cordura y la decencia. ¿Será capaz de llamarme este domingo por la mañana? ¿No? Si pudiera describirlo lo descompuesto que me siento por dentro, toda la serie de caminos a medio hacer que se me exhiben en retroceso en los últimos diez meses, ay hermanita, no tengo cura ni remedio. Usted tiene unos piececitos lindos y unos ojitos lindos y una boquita linda. ¿Sí? ¿De verdad que me va a escribir?

La pura verdad es que no tengo ganas de hacer nada, que podría seguir escribiendo bobadas hasta mañana, pero así quién va a leer una carta y yo quiero terminar rápido para ponérsela mañana por la mañana en el correo.

Maldigo el avión que me separó cinco horas de usted, si no las cosas han podido ser muy distintas. Le pido que, por favor, no adopte más esa frialdad cuando se despide, que yo sufro mucho viéndola así, que por favor se acuerde de mí y que me quiera a raticos. Yo la adoro cada día más, cada minuto que pasa la adoro más. Se lo juero que es primera vez que utilizo semejante término y que no me dé pena, ni siquiera me da pena si esta carta absurda la lea todo el mundo. Nada me importa más que usted, y por favor deje de llamarme egoísta. Podré ser egoísta con todo el mundo menos con usted. ¿Qué tal si me interno por los bosques en esta noche que todavía no se cierra del todo y mañana mismo voy a parar al manicomio? Me estoy volviendo loco, María Vainilla, pero eso no me asusta: desde chiquito veía este destino como una cosa digna y natural. No sé a dónde voy a estar mañana, pero la estaré queriendo mucho, mucho más.
Me siento como si estuviera interno.

La adoro y me acostaré temprano, y soñaré con usted y le deseo toda la felicidad del mundo, aunque no sea conmigo.

La adoro, la adoro, la adoro.

Andrés. Noviembre de 1975. enero de 1976.