Por: Julio Garrido Huaynate
La vi el día de San Juan último; después del almuerzo, a las tres de la tarde me acordé que era la fiesta patronal del oriente peruano. Más de tres años vividos en Iquitos me han convertido en un charapa de por vida y siempre le agradeceré no solo el recibimiento, sino el que la soledad inicial me permitió llegar a ser un escritor de alguna disciplina.
Imbuido de mi condición de amazonense irrenunciable, aproveché la festividad para visitar a mi amiga de juventud, Lupe Sandoval, quien heredara de sus padres la bodega “La Loretana”; negocio ubicado en la urbanización Olimpo, y que ella se entusiasmaba a diario en mantenerlo a flote, sobre todo, para perennizar la tradición de celebrar el 24 de Junio con bandas típicas y un despliegue de artistas traídos del oriente, que realzaban la celebración, amén de sus comidas exóticas.
Cuando llegué, pregunté por ella y me extrañó no encontrarla; me dijeron que regresaba pronto, pedí una bebida que sorbí en soledad en una mesa. Cuando llegó mi amiga, me hizo unas señas y me obligó a subir a su camioneta; fuimos a un mercadillo en Elio a comprar algunos insumos para cubrir el apetito desbordado de los comensales que llegaban a su negocio.
Hablamos poco, no lo que hubiese querido y la noté agitada. Me confesó una cardiopatía que la afligía y el cansancio que a las justas le permitía conducir su auto; le aconsejé ir al médico y, ante mi presión, prometió que lo haría.
Controlando su negocio esa tarde se perdió en su mundo y yo me fugué subrepticiamente del lugar con una chica que acababa de conocer, cuyo rostro olvidé al día siguiente.
Hoy, en un restaurante, cerca del parque “Abeja”, mi barrio de infancia, en el que almuerzo de vez en cuando me encuentro con su primo hermano, Juan Pérez, el popular ejemplo y le pregunto por
Lupita. Me mira triste y me dice que murió en fiestas patrias. El corazón se le paralizó mientras se dirigían a un nosocomio a atenderla tardíamente.
Ese corazón tan cálido siempre para mí. Ese corazón que se unió al mío cuando cumplía sus quince años y que yo, errante, veleidoso, vagabundo y montaraz del amor no supe comprender.
Gracias Lupita por todo tu cariño que yo no pude aquilatar y que hoy me duele en tu ausencia y me deja más solo que antes.