Desde el océano de mi tristeza
A Sirenita Empachada la expulsó el mar por antipática. Ningún pez pudo soportar su olor y, entre olas mansas y mareas torrentosas, llegó a la orilla y quedó varada entre moluscos y pirañas del Balneario de Los Monguitos de Pobre Corazón.
Con la brisa, Sirenita Empachada se fue cubriendo de arena, hasta que con los años y con lo grande que era, fueron formándose unas montañitas puntiagudas donde los niños del mundo comenzaron a jugar en los veranos.
Sapito Hinchado y Tramboyito con Lentes celebraban su aniversario número cero cuando llegaron a la Playa de los Monguitos de Pobre Corazón. Los niños jugaban sobre las montañitas de la Sirenita Empachada, que para ese entonces, se dice, su alma rondaba las olas del mar llorando sus penas por haber sido expulsada de la vida marina. Era conocido que quien lograba verla, era raptado por la locura inmediatamente. Muchos de ellos preferían la muerte segura dejándose llevar por la marea otros terminaban sus días deambulando por la Plaza Mayor, sin ropas ni vergüenzas qué ocultar.
Sapito Hinchado y Tramboyito con Lentes llevaban tanto tiempo sonriéndose mutuamente que el desgaste se notó en sus alientos. Tramboyito con Lentes había jurado nunca más volver a las fiestas con ponche, mucho menos bailar Chip Hop, ni siquiera oírlo. Pues, había descubierto que aquellos sonidos diabólicos le producían descontrol feromonal. Y, así, corría el riesgo de desaparecer. Justamente, ese verano en que los tramboyos se habían puesto de moda en el Puerto, y era conocido de que a muchas tramboyitas las habían raptado para venderlas en el mercado.
Ambos subieron a lo alto de la montaña, acamparon por la tarde y mientras prendían leña, sintieron el temblor. La bulla venía del malecón, era Chip Hop.
Tramboyito con lentes miró fijamente a Sapito Hinchado, lo tomó de los cachetes y se despidió de él para siempre. Luego, se entregó a la melodía y se fue hipnotizada de amor.
Volvió a las fiestas, bebió ponche e intentó ser feliz sin tener que preocuparse de dónde dormir por las noches. El Chip Hop la adoptó como su hija más bonita y la hicieron reina. Subió al estrado y la coronaron entre aleteos excitados y chiflidos de pasión. Cuando tuvo que bailar la pieza central, eligió al más pequeñito del grupo de pretendientes que candidateaban por su dulzura. Su nombre: Castorcito de Bigotes Blancos. Ambos pasaron la noche juntos, soñando.
Al terminar la fiesta de Chip Hop los peces volvieron al mar, contentos. Algunos pasados de ponche, entre ellos: Loquito Satipeño Chicuiloteado, quien a pesar de su borrachera, divisó a Sapito Hinchado a lo alto de las montañitas de la Sirenita Empachada. Hasta ahí llegó para abrazar a su amigo y contarle lo sucedido con Tramboyito con Lentes, que para ese entonces, ya descansaba en un plato encebollado junto a Castorcito de Bigotes Blancos.
Sapito Hinchado no quiso que nadie lo vea llorar y comenzó a cavar un hoyo en la montaña.
Cuando vio que era suficiente, descargó su llanto con tanta fuerza que logró despertar a la Sirenita Empachada. Ella vio tan marchito a Sapito Hinchado que se conmovió, lo abrazó muy fuerte por instinto y le pidió quedarse a su lado para siempre. Desde entonces, Sapito Hinchado habita en las montañitas de la Sirenita Empachada, curando su enferma soledad.