jueves, junio 13, 2013

LA BODEGA DE OREJAS


El partido de fútbol iba a ser televisado por cable como a las cinco y media de la tarde. Fue por eso que tomé mis precauciones respectivas para poder estar dos horas antes caminando por las calles de Pueblo Libre dirigiéndome ansioso a la bodega de “Orejas”, donde habíamos acordado ver el encuentro bajo el relajo de la cerveza helada, pues aún no terminaba el verano y Alianza Lima se jugaba la clasificación a la segunda ronda de la copa.
Por ese entonces, salirme del trabajo no era tan difícil. Nomás tenía que caminar con disimulo hasta la puerta y decirle al portero una que otra mentira. Al fin y al cabo, a la seguridad le importaba poco que los profesores se escapen de la universidad: “nosotros estamos para controlar a los alumnos”, decían los guachis de manera repetida, cosa que a mí me favorecía.
Generalmente, los días de fútbol eran días en que la facultad parecía un camposanto. El arraigo que había por ir al estadio era tan extremo que, si había encuentro por la noche, el decano ordenaba cerrar la facultad temprano. Entonces todos los estudiantes –y algunos profesores también lo hacíamos- salían disparados de todos los salones con sus camisetas puestas y empezando las arengas para el equipo que sea. Al menos en nuestra universidad, la fiebre del fútbol se respetaba.
Cuando llegué a la bodega aún faltaba más de hora y media para empezar el choque, el rival venía de ganarle a Boca Juniors por goleada, lo cual hacía presentir que el partido iba estar algo duro. “Orejas” no estaba, le había dejado encargado al empleado la bodega atenderme hasta que llegara. La bodega era una herencia familiar y era conocida en todo Lima porque mantenía la imagen de las bodegas antiguas de la ciudad: además de vender todo tipo de enceres para la cocina, mantenían unas cuantas mesas para comer piqueos y butifarras, las cuales se llenaban no solo los domingos por gente de tercera edad, sino también cuando habían partidos importantes y la gente no lo pensaba dos veces a la hora de juntarse a ver el deporte rey tomando cerveza.
Así esperé en la bodega el partido, tomando un par de botellas heladas y viendo cómo se iba llenando el local por gente “grone”.
Minutos antes de que empiece la transmisión en directo, la bodega de “Orejas” estaba abarrotada de gente. Algunos que no tenían intenciones de comprar nada, se fueron acomodando en la puerta tratando de no estorbar el flujo de clientes. Había una que otra arenga aprovechando que el dueño del local –quien imponía el orden cada vez que había partido- aún seguía fuera, cosa que me pareció extraño, pues había sido él quien me había incitado a escaparme del trabajo para ver el partido en la bodega. 
Salió al barrio chino a hacer unas diligencias, fue lo que me dijo su empleado. Pero no se preocupe, don Juan, que ya vendrá: ¡mi jefe es el “grone” número uno de Lima!

En efecto, la bodega estaba decorada con miles de imágenes donde predominada el blanco y el azul. Había una buena cantidad de fotografías ampliadas de veteranos futbolistas vistiendo la camiseta de Alianza: “Perico” León, Cubillas, Sotil, algunos ya menos extraordinarios como Waldir y Jayo Legario.