domingo, noviembre 15, 2020

CALAMBRITO LA REVOLUCIÓN




Para no chocar con temas personales, no incluiré el nombre de mi pata calambrito. Aunque algunas personas sabrán de quién se trata. Pero el nombre es instrascendente frente al mensaje que quisiera transmitir.
Calambrito era mi causa de niño, del mismo colegio, mismo salón, mismo barrio, misma cantidad de hermanos. Hinchas de Alianza cuyos ídolos eran los potrillos de Escobar y Tomasini. Mi papá y su papá provenían del mismo barrio en La Victoria.
Yo paraba en casa de calambrito, jugábamos pelota en el jardín de su casa o en el parque. Nos fuimos a probar al Iqueño y formamos parte de la categoría 76. El Centro Iqueño, mítico club de fútbol profesional, ahí éramos las canteras futbolísticas. Incluso nuestro debut fue en el Lima Cricket, un exclusivo club al costado del Larco Herrera, adonde el viejo de calambrito nos llevó en su auto a varios muchachos. 
No recuerdo cómo quedó el partido, pero sí un hecho raro cuando salíamos del club y llenábamos el auto de chibolos maltrechos y sudados. Vimos que un loco se escapaba por la pared del manicomio, cayó desde arriba hasta el suelo, se levantó, nos miró y se fue. Teníamos diez años. 
Ya para la secundaria nuestra amistad era cómplice, pues calambrito era extremadamente inquieto y avesado, y yo totalmente influenciable. Las califiaciones eran medianas, pero la materia conducta siempre estaba en rojo. Y a medida que crecíamos, hacia la adolescencia, los cigarrillos y el trago se hicieron parte de nuestro derecho a ser libres.
A calambrito también le gustaba el mar, le gustaba correr tabla y yo de copión también me compré mi 'morey'. Una vez nos metimos al sur y nos metimos al fondo a buscar olas, calambrito era atrevido y se trepaba buscando tubos. Yo la verdad no volví a meterme tan al fondo del mar, siempre que entro al mar pienso en los potrillos del Alianza, me entra un miedo aterrador estar flotando en la oscuridad.
Ya en los últimos años de colegio no fuimos tan pegados, aunque siempre fiel a la pendejada, a la chacota, a maltratar a los débiles, ponerles apodos perversos. Yo me comencé a pegar más a los músicos, mientras que él al surf, pero siempre coincidíamos en la cosa seria, en la mafia, como le pusieron a una mancha de galifardos del salón. A finales de la secundaria nos mandaron a un retiro con los sodálites y por una gigantografía que nos mandaron a expresar lo que significaba para nosotros el salón, se dibujó un Fredy Krugger, de la película, era la chapa que le habíamos puesto al director del colegio. Y en la gigantografía de papel, con plumones hicimos 'arte', le pusimos uno dos, ya viene por ti, tres cuatro, etc. 
El retiro se suspendió de inmediato, volvimos a Lima y llamaron a los padres de todos los involucrados. Nos expulsaron del colegio, pero luego nos perdonaron y nos rebajaron el castigo a una suspensión. 
Luego, ya para la pre, calambrito se fue a economía a la U de Lima y yo no sabía qué estudiar, pero entré a contabilidad y me demoró tres años comprender que no servía para los números, y me cambié a comunicaciones y descubrí la palabra.
En esos años ya no frecuentamos más con calambrito, salvo algún saludo en alguna reunión, o alguna fiesta. Aunque siempre le jalaba la idea para hacer alguna pendejada, tomar un trago, un cigarrillo, cosas malas, aunque ya como adultos el trato fue más distante.
Alguna vez lo vi en la filmoteca, viendo una película en animación. Entonces mantuve contacto porque cada vez que publicaba mis libros, le enviaba un ejemplar a su casa. Yo me hice periodista y comencé a recorrer ciudades y países. Y para el año 2000 era un redactor contratado en la revista Gente.
Era el tiempo de la tercera elección de Fujimori, que ganó con fraude, del tiempo de los 4 Suyos. Entonces yo iba a las manifestaciones y hacíamos cobertura periodística, y al volver a la redacción armábamos información diferenciada. Si habíamos visto a mil personas, poníamos de titular: cuatro gatos en protesta violenta. Si las actrices de moda salían a las calles a lavar la bandera, les poníamos 'terrucas' y publicábamos las peores fotos, donde salían haciendo muecas, sus peores ángulos. Y así vendíamos un montó de revistas.
Cuando se declaró el fraude electoral, la gente salió a las calles. Era domingo, casi las 6pm, quería descansar porque el ritmo de trabajo era arduo, la mitad del tiempo te la pasabas borracho. Y tenía la universidad todavía que aunque era un estudiante fantasma (porque era dirigente estudiantil), pero estaba agotado. Y me llamaron de la revista. Sandoval, tienes que ir. 
Y en la plaza San Martín la gente reventaba de arengas, 'a palacio', 'a palacio', gritaban en turba. Yo saqué la cámara de fotos (aún usábamos rollo fotográfico), y comencé a disparar hacia la gente que marchaba ya un poco corriendo, hacia la plaza de armas. 
En eso veo, entre la turba, a calambrito cargando un bate de beisbol, me vio y gritó '¡a palacio!' y siguió su camino libertario.
Nunca me olvidé de esa vez, donde reconocí a calambrito marchando, luchando por la democracia. Y lo admiré por su coraje y además por su vocación de acción. Entonces recordé que su viejo había sido candidato a la alcaldía y entendí que calambrito no era el chico frívolo que se desvivía por meter chongo, sino un tipo con conciencia social y política. 
Desde ahí he seguido su carrera, es uno de los marketeros más prestigiosos del Perú, y cuando he tenido oportunidad de entrevistarlo lo he hecho con el mayor gusto. Un pata inteligente y visionario, negociante asesino y talentoso orador. 
Entendí que, como yo escribía en la revista, no todos los que marchaban eran terrucos, que había gente valiosa que conocen la calle y saben exigir, indignarse frente a lo que pasa y no necesariamete pertenecer a un colectivo político. 
Una entrevista que le hice en mi programa le pregunté si tenía en mente alguna vez entrar en política. Pero no lo había visualizado, estaba muy enfocado en los temas corporativos. Calambrito sería un buen líder para mi país.
Hace no mucho llevé a mi vieja al hospital, a su cita. Antes de pandemia, y me quedaba en el auto esperándola mientras hacía su cola. Y cuando volvió me dijo 'estoy con la mamá de calambrito', que se la había encontrado en la cola. 
Nos fuimos los tres en el auto mientras le contaba que su hijo era un capo de capos, que era un gerente muy importante, pero más le tenía gran respeto porque recordaba haberlo visto marchando en los 4 suyos. 
Su mamá nos contó divertida que su hijo siempre los había hecho sufrir, era intrépido, que cuando se enteró que calambrito se había ido a la marcha, lo habían visto en televisión y unos vecinos le habían pasado la voz a la señora, que se puso a orar porque calambrito no conocía el centro de Lima y temía que le pase algo. Al final derrocaron a Fujimori, la presión social fue importante. Luego el chino se fugó a Japón. Y desde ahí han pasado varios presidentes pero la situación sigue siendo la misma. 
Ahora que han salido a las calles y se acaban de bajar al presidente en Perú, recuerdo una vez más que de la masa popular emerge la gente valiosa, porque es la gente que pisa el asfalto, que sabe de la calle y no se dejan pisotear. 
Ahora veo algunos jóvenes pulpines que no van a las marchas porque sus papás no les dan permiso, o les advierten que si pasa algo que ni los llamen de la comisaría. 
Acaso ser joven no es parte del aprendizaje, es un deber luchar y también ir a conocer lo que es el Perú más  allá de nuestra urbe.