Ellas me hacen llorar. Todas me hacen llorar. Todas. Mi mamá, la primera.
A mí un día me invitaron a una matiné. Mi primera fiesta como adulto. Y sólo había visto la algarabía de mi hogar intoxicado de alcohol. Mi hermano el africano me llevó en combi y me dejó a las seis de la tarde. La gente bailaba y cuando empezaron a besarse me fui aterrando de estas formas de crecer. Yo solo recordaba violencia y cigarrillos, y vasos rotos, gritos y ya no me quiero acordar eso, niña.
Yo solo quería bailar pero era muy pequeñito. No, en realidad, no quería bailar pero sí quería besar niñas como tú. O tal vez más feas, no importaba.
Yo estaba excitado por tocar labios, bailaba con niñas tristes como yo, mientras el ritmo suena, yo iba mirando el culo de otras, pero la voz no me salía, como era bajito, nadie me hacía caso.
Intenté ligar unas cuantas veces por medio de un amigo –siempre he acudido a este tipo de artimañas y he fracasado- pero la respuesta siempre fue un mejor no.
Hubo un momento que ya no tenía a quién declararle mi amor.
Incluso, las que no me conocían, fueron asediadas por mi rara petición comisionada. No. No. No. Ya olvidé cuántas veces he escuchado esa palabra de una belleza como tú. O quizás más fea. No importa.
Para colmo, mi hermano el africano, que ya era todo un pandillero, llegó tarde y la camisa medio abierta, mordiendo un fósforo achorado. Fui el último en irme. Y quizás nunca me fui, porque antes hubo una niña, bonita como tú. Y quizás más, porque cuando yo era niño, era blanco. Sí, y mi cabello, rojizo. Créeme, niña, tengo fotos para que veas.
Ella había dicho no, como a las diez. Pero antes de irse cambió de opinión y quiso probar. Buscó al más guapo que había suelto, que era yo, se animó a bailar y mientras mi comisionado corría hacia el patio, donde estaba entre un puñado de perdedores, y contarme la oportunidad divina que se me había presentado en los descuentos de la noche, apareció alguien muy parecido a quien te acompaña a tu lado. Sí, tú. Aunque, pudo haber sido con cara de menos idiota.
Él había bailado toda la fiesta con entusiasmo, sudado hasta la camisa pero con dignidad y mucho swing.
El niño encontró a su niña y ambos conocieron por primera vez el amor.
El frío de esperar al africano me hizo entender este ritual del rechazo. A partir de entonces, vuelvo temprano a mi casa, solo.