domingo, febrero 22, 2015

GRONE (CUENTO ALIANCISTA MENCIÓN HONROSA)


Me llegaba al pincho mi jefe, porque se parecía a mi papá. Pero más, porque era de la U. Cagón me decía. Mono, negro salado. Me jodía con el Fokker. Decía que Caíco era una malagua. Y eso me enfurecía. Por eso quería renunciar. Lo había comenzado a odiar desde el primer momento que me levantó la voz. Confundió liderazgo con egocentrismo, presión con matonería, jerga con insultos. El puta andaba siempre bien vestido con pantalones rojos, verdes o celestes y blancos. Y era apple boy y cuando jugaba la U llegaba con su camiseta y se juntaba con sus amigos y se iba al Monumental.

Por eso cuando pude sacar las entradas para el debut de Alianza en la Libertadores, me animé a programar mis días en el trabajo y poder salir temprano ese día. 

Le compré una camiseta para mi hijo Salvador, le dije que lo iría a recoger ese miércoles de febrero. Costitas, el DT de Alianza, acababa de sacar un partidazo en Bolivia. El "zorrito" Aguirre estaba diablo. Zlatan afinadísimo con el puntillazo. Libman en el arco. Cholito Prado, un paraguayo de seis, y Montaño en la banca. Un equipazo, nos íbamos para la gloria. 

El rival era Estudiantes campeón de todo, con la "Brujita" Verón a la cabeza. Un equipazo, Sabella de técnico, un delantero rapidísimo y grandazo, Sosa. Daba miedo, por eso a Salvador le hablé durante días sobre nuestro partido. Le invoqué madurez, serenidad. Todos los conceptos tecnico tácticos que se requieren para situaciones como la que íbamos a vivir. Llegar a Matute iba a ser una locura, como cuando mi viejo me llevo de chibolo para el debut en la Libertadores contra el América de Cali de Willintong Ortiz y para entrar tuvimos que bronquearnos. A mi viejo no lo dejaron entrar porque estaba un poco eufórico, tenía la camiseta de Alianza y yo y mis hermanos estabamos vestidos de blanquiazul de pies a cabeza. Pero nos dejaron afuera hasta que comenzó el partido y el América nos metió dos goles en viente minutos. Entonces la gente comenzó a salir y recién nos dejaron entrar. 

Otra vez que sufrimos así fue cuando vino el Peñarol de Uruguay, en el 86, cuando campeonó en la Libertadores y llegaron a Matute con un equipo durísimo, con un arquero barbón que tapaba de todo, y Alianza empató cero cero. Y allá en Montevideo nos metieron tres pepas en un partido con nieve. Guerreamos con todo pero al final nos eliminaron del campeonato. 

Por eso, para esta ocasión, sentia que nada podía fallarle a mi hijo Salvador, su camiseta, la tribuna llena, los colores, la algarabía. 

Todo estaba listo, pero ese día mi jefe vino engreído y comenzó a delegarme varias cosas. Luego me dijo, creo que habiéndose enterado que tenía todo listo para salir disparado para el estadio, me dijo que me quedara hasta el final y me delegó una comisión. Me pidió que le confirmara mi compromiso con la empresa, y le dije que sí, que estaba dispuesto a dejar todo por la empresa. Y se fue tranquilo. Y yo, detrás de él, me fui en busca de Salvador.

Mi hijo me esperaba con su camiseta puesta, estaba ansioso. Y por eso mismo creo que su madre estaba esperándome junto a él. Apenas llegué, volando en el auto y habiéndome escapado con concha y pana de la oficina, la mamá de Salvador estaba con una factura en la mano diciendo que por qué tenía plata para irme a chupar al estadio y no tenía para pagar el colegio de mi hijo.

No tuve mucho tiempo para dialogar con mi ex pareja. Sólo quedó agarrar de improviso a Salvador, arrebatárselo de su lado, mandarla a la mierda a su mamá y meterlo al carro. Ella salio detrás con el vaso de la licuadora que aún tenía crema huancaína y lo lanzó desde la puerta. Su jardín se quedó amarillo con puntos rojos. Su abuelo se paró de la silla de ruedas y desde la ventana también comenzó a putear moviendo su bastón.

Igual nos fuimos, Salvador, yo y una sola ilusión.

Pero en la luz roja metí el acelerador y otro auto me amagó, media cuadra más allá nos volvimos a cruzar y nos miramos las caras. Le menté la madre, era un tío colorado con dejo español. Seguro es gallina, pensé escupiendo y le menté la madre. Gallina maldita, arriba alianza. Nos fuimos midiendo carro a carro, zigzagueando, frenando y acelerando,  tratando de ganarle el paso hasta que nos volvimos a encontrar en la siguiente luz roja. Entonces salí y el viejo también salió. Vi que no cargaba nada en sus manos que me pudiera hacer daño pero gritó: a ver pues, conchetumadre!!!

Yo le solté un tabazo en la rodilla que lo mandó al suelo y sólo ahí pude reparar que se trataba de un anciano. La gente comenzó a gritar a mi alrededor Abusivo!!! Abusivo de mierda!!! La gente me acorraló, eran transeúntes que se habían ganado con la patada que le había mandado al anciano.

Abusivo de mierda!!! Me gritaron y también recibí unas patadas anónimas. Unos manotazos y mi Salvador desde el carro miraba asustado. Me pedía que volviera y me hizo recordar por unos segundos cuando me fui de la casa y le tuve que explicar que me tenía que ir, que me iba de viaje pero que ya no tenía intenciones de estar con su madre. De esa vez, creo que le rompí el corazón para siempre y por momentos siento que mi hijo guarda ese rencor hacia mí, y siempre lo tendrá ahí clavado. 

Yo intenté volver al auto y comenzaron a golpear las ventanas, le metían manotazos y gritaban abusivo, abusivo. Prendí el carro pero justo llegó un patrullero y la gente se encargó de contarle todititito al policía. 

El tombo se me acercó y me pidió mis documentos, nos fuimos todos a la comisaría.