viernes, junio 04, 2004

Cara de perro

(Mañana, muy temprano).

Huele a leche chocolatada. Apúrate. Levántate, seguro serás un vago como tu padre. Despierta, pareces un down. Anda báñate. Límpiate bien el pipilí. Nada de hacer trampa, carajo, que terminarás siendo un fugitivo como tu padre. ¡Levántate!
… Baja a tomar desayuno, vago. Se enfría la leche. Péinate. ¿Te lavaste la boca? ¿A ver, sopla? Aaaggg, tienes aliento de perro. De perro chusco todavía, como tu padre. Anda, apúrate. Ya me tienes harta, pasando vergüenza por llegar tarde. Vago, igualito, igualito, carajo.
… Camina bien, levanta la mirada. No te jorobes que después te operarán de la espalda. Vamos, siéntate rápido, que recién empiezo contigo.

Ahora huele a huevitos revueltos. Come, no hagas mueca que igual te lo vas a comer. Maldita sea por la gueva no cocino o qué. Apúrate, a ver tus medias… A qué huelen, ¡pufff! Horrible, eres una vicuña como tu abuela Clara. Come rápido. Toma tu leche, sopla, sopla, cojudo.

(Mientras le acomoda la camisa blanca).

¿Sabes qué día es hoy?
¿Mamá?
QUE SI SABES QUÉ DÍA ES HOY SORDO DE MIERDA.
- ¡Piensa!
¿El primer día de clases?
- ¡Cuidado!, el golpe.
Bien. Bueno, también. Pero yo te voy a decir ahorita. Espérate que recién estoy abriendo mi boca:

(El niño apura su comer y escucha sin levantar la mirada).

Hace ya diez años -cuando no, tú, mocoso de mierda-, me mordió un perro por tu culpa.

(Come rápido, maldita sea).

¿Por eso cojeas, mamá?
Por eso y por las patadas de tu padre.
Vivíamos cerca al centro comercial. Me había olvidado del perejil. Estábamos llegando en carro cuando me dije ¡púchica, Juanito!, el perejil. Y tú dijiste, shí, el peyejil. Y tu abuelo se rió tanto que se le cayó un pedo. Volvimos al mercado, dejé el carro a media cuadra y le dije a tu abuelito: Papapa, cuida a este plomito que se sale. Pero ya tu abuelo estaba malo, ni me escuchó. O tal vez sí, pero tú, jodido, te soltaste porque tenías más fuerza que él –y eso que no tenías ni cuatro años-, y te saliste del carro detrás de mí.
¡Peyejil, peyejil!, gritabas, cojudazo, corriendo como loquito.
Y por ahí estaba el Vato, el perro de mierda ése de los Reyes. Aún no prohibían eso de andar con perros bravos sin bozal. Se te fue encima. Era negro. De color negro, y también cuando se paraba en dos patas, parecía un negrazo.

Yo sólo recuerdo que tiré una patada al aire, como karate. Tú gritabas del susto y el perro gruñía, moviendo la cabeza, fuerte, y mi pierna entre sus muelas…

Al menos no te agarró la cara, dije al momento. Estaba tirada en el suelo como si estuviera descansando. Yo pensaba, ¿por qué carajo me mira todo el mundo?
Tú seguías chillando del susto y tu abuelo recién llegaba para ayudar a levantarme.
Yo me sentía bien. Me paré, di el primer paso y la pierna se me desplomó como si un palito de helado se rompiera. Uyuyuy -dijo tu abuelo-, a la Maruja se le partió la rodilla. Y se desmayó. Entonces nos llevaron a los dos a la botica de Antonio.

Al abuelo lo pusieron a un lado y a mí me subieron a un sillón.
Sácate el jean, me dijo Toñito, yo lo veía con cara de asustado, carajo, pensaba, a mí no me duele nada y todo el mundo me ve como una muerta.
Pero si sólo me ha cogido un pellejo, respondí.
Sácatelo, rápido que te vamos a poner la vacuna.
Apenas me sacaba la mitad del pantalón y Toñito gritó: Uy, mamita, súbete el pantalón. Vamos al hospital.
Entonces él mismo me llevó en su carro.
¿Y yo?
¿Y tú? ¿Cojudo? No me acuerdo mucho porque ya cuando vi la cara de Toñito mirando mi pierna, me desmayé.

En Emergencia me atendieron como tres horas. Yo decía, media afiebrada ya, porque había perdido sangre, por favor, tengo que comprar perejil. Por favor, mi hijo, mi Juanito, el perejil. Y ahí nomás me dormí.
Al despertar, lo primero que vi fue la cara de tu padre, también con cara de susto. Marujita, ya pasó, ya pasó, y se puso a llorar en mi mano. Ya pasó, ya pasó. Y yo, media dormida aún, Calitos, ¿ya pasó qué?

Me habían operado la rodilla.
Cuando me dieron de alta, el doctor me dijo riéndose, señora, la intervención la debió hacer un arquitecto, porque le hemos tenido que reconstruir la rodilla. Y yo pensaba, qué día será hoy, qué día.
Después tuve que seguir la terapia de rehabilitación. Las enfermeras me ayudaban con los ejercicios. Señora, usted ha tenido buenas piernas. Y yo, ¿buenas?, por favor, he sido Miss Muslos en el barrio, y todas jajaja se jaraneaban conmigo.

Yo era hermosa, Juanito. Yo fui bella y algunos desvivían por mí. Pero elegí a tu padre. Y me equivoqué. Mi pierna mejoró, pero mi caminar espanta a cualquier pretendiente. ¿Quién va estar con una coja?

Primero de abril. Primero de abril del ochenta, cómo no me voy a olvidar de esa fecha, Juanito. Todo por el perejil.

(Primer día de clases, tardanza).

Mocoso de mierda, apúrate. Eres lento, igualito que tu padre. Te he dicho, ya cuántas veces carajo, que levantes la mirada. Deja esa postura, te advierto, eso te hará mal cuando seas viejo. Camina bien, como hombre. Deja esa postura de perdedor. Sino terminarás como tu tío Felipe, todo sonso. Camina bonito, sino te pondré otra vez zapatos ortopédicos. Seguro cuando seas viejo serás un vago dormilón y borracho como tu padre. Segurito. Hasta ya tienes su barriga…

Mamá. Qué. Yo no quiero llegar a viejo. ¿QUÉ COSA?

(También es sorda como su hijo).

Yo no quiero llegar a viejo. Me quiero morir ya.
Lo que faltaba, Juanito. No me vengas. Deja de decir cojudeces. “Me voy a morir, me voy a morir”. Pareces un idiota diciendo esas tonterías.

Toma del cuello al niño antes de hacerlo entrar al colegio. Escúchame bien lo que te voy a decir:
Un día como hoy yo me hice coja, por ti, porque te quiero, eres mi “peyejil”. ¿Entiendes?

El niño asiente, aunque difícilmente entienda lo que dijo. Bien, quiero que no estés molestando a Carevagina, ¿estamos?, déjalo que ya bastante tiene con los problemas en su casa como para que lo estés molestando. Recuerda que tú también pudiste quedar tan feo como él.





Dedicado a Lisi Crespo Leyva.



Los parquecitos de la vida

Un niño cierra los ojos y se hace grandecito. Tan grandecito que se da cuenta que las mujeres en realidad no son tan feas como se dice entre los niños de su edad. Y de la nada, sin darse cuenta, conoce una chica muy-muy bonita que tiene un lacito de regalo sobre su cabeza vacía y tiene alas de papel crepé en su espalda y también tiene una horrible cola de color rojo, como la de un diablo, que se mueve lentamente de un lado hacia otro cual serpiente por desierto. Ella le sonríe a él, y aparte de parecerle muy sincera su sonrisa, le gusta mucho estar junto a ella. Le gusta sentarse en el parque para ver caer las hojas, juntar gusanitos de la tierra mientras ella le sonríe no sólo a él sino a cuanto muchacho pasa por allí, porque ella sabe que es bonita y le gusta mucho que todos lo sepan, incluso él.
Sus miradas sólo se gustan cuando están solos, en la oscuridad de un cuarto con las persianas totalmente cerradas, sin luz. A ella le gusta mucho estar con él a solas, sólo a solas. Sabe que nadie la miraría si estuviera junto a él o cualquier otro niño inseguro y ordinario, y eso sí que sería tristeza para ella.
Él le regala un corazón vivo, palpitando. Se lo da una noche en que a ella no le interesa la tristeza de nadie y al recibirlo, sin nada de disimulo, se asquea frente al vivo corazón porque tiene sangre y a ella la sangre le parece poco higiénico. Entonces se lo devuelve como quien devuelve un corazón palpitando. Y él, para no relucir sus lágrimas, estornuda mucho y dice tener alergia a la sangre y a que estúpido se le habrá ocurrido esa fea idea de regalarle un corazón vivo a su novia.
Entonces se lo mete al bolsillo, junto a sus gusanitos de tierra y una jeringa con una pequeña porción de sueño eterno. No le vuelve a decir nada al respecto. Pero él quiere seguir fiel a la idea de quererla. No entiende por qué diablos tiene que sufrir por ella, si a él le dijeron que el amor era bonito y todo eso. De que en el amor nadie llora y que uno la debe llevar a una cargada en los brazos y esperar que la gente aplauda como si uno fuera un héroe angelical.
Y siente que el corazón ya casi ni palpita pero ya no le interesa porque tiene mucha sangre y la sangre es fea (ahora). Se da cuenta que puede vivir sin palpitar, aunque también sabe que sólo puede vivir así si es con ella a su lado. Y por ella deja los gusanos de tierra y las jeringas y hasta es capaz de darse un buen corte de cabello. Sólo sí, por estar con ella.
A ella como que le gusta un poco ser querida como él la quiere, aunque también le gusten las miradas de los otros niños. No le molesta estar al lado de él, aunque todo el mundo piense que es un niño demasiado raro. Es una vergüenza soportable.
Y le sonríe a la vida y le enseña a sonreír como sonríen los que quieren ser observados con asombro, y a veces hasta con complejo. Ambos sonríen, a ella se le mueve la cola roja lentamente, a él se le mueven los últimos gusanos que le quedan en el bolsillo, se van muriendo de a poquitos porque en los bolsillos ya no hay tierra para sobrevivir. Eso no parece importarle mucho porque está con ella y eso parece hacerlo feliz, bastante feliz.
Arriesga todo por ella, hasta sus gusanos que son lo que más quería en esta vida porque son así, como los gusanos de tierra en los parques, que te miran y te sienten cuando estás muy triste porque ella se ha ido a jugar con los niños del otro lado del parque. Y los gusanitos son tan buenos que no te dicen nada sobre tus lágrimas, sólo las escuchan caer al césped y tratan de simplemente hacerte sentir mejor. Aunque sabe que a él nunca lo harán sentir mejor.
Sufre por ella tanto que ya ni sabe que los gusanos se han puesto también tristecitos por eso de los niños del otro parque. Pero él está cegado por la roja cola de ella, la que se mueve lentamente con el viento del atardecer. Basta que ella sonría para que todo pase.
Una tarde un poco oscura, luego de ver caer las últimas hojas de la temporada, ella quiere seguir sonriendo, pero no frente a él, no frente a alguien que algún día le regaló algo tan feo como un corazón vivo. Él no quiere aceptar así de fácil, pero no le queda otra alternativa porque ella es así y él debe ser como es ella para estar a su lado siquiera una tarde más. Pero ella no lo cree así, porque un niño la está esperando en el otro parque y debe irse pronto.
El parquecito está sin hojas y los gusanos se han ido de aquí. Justo cuando él necesitaba escuchar esas cosas que lo hacen sentirse mejor, ya no existe nada sobre la tierra seca. El hombrecito queda solo con su jeringa de sueños que esta vez parece no lo hará dormir.

Lima, 1999