lunes, enero 12, 2015

KOPRIVA


Una de las cosas que me animaron a publicar lo que escribía fue un campeonato de fulbito para escritores que organizó una pequeña editorial de autores peruanos.
Mi pata de barrio Sergio Galarza fue el que me hizo pisar tierra: el campeonato es sólo para gente que ha publicado, mínimo, un libro. Por eso que me dijo fue que chapé una combi y me fui hasta la calle Rufino Torrico, y no paré hasta que saqué mis primeras palabras mal habladas en una imprenta que se demoró dos años en entregármelo.
Para ese entonces, obvio, el campeonato había pasado al olvido. Galarza había publicado cuatro libros, el primero Matacabros se hizo muy conocido, se hicieron unas ediciones que aún se venden y se dejan como tarea en todos los colegios del Perú.
Yo me hice pata del imprentero que me hizo mi plaqueta, de tanto estar ahí nos hicimos patas y a la vez alcoholicos. Luego lo hice padrino de mi hija y él se volvió un editor canalla, cerrador, usurero y estafador. Se hizo novio de una poeta que había matado a su mamá con un cuchillo y se fueron a vivir juntos, pero siempre advertía que jamás se dormía antes que ella, por si acaso. Y un amigo mío colega, que tampoco fue convocado al campeonato de fulbito, harto y afiebrado de engaño, sacó la pistola de su papá policía y fue directo a la imprenta, le puso la pistola en la cabeza a mi compadre y juró por la sarita que lo mataría si no lo hacía escritor.
Todos los escritores que participaron en ese campeonato de fulbito, con el tiempo pasaron a jugar en cesped sintético y uniformados. A pesar de que los poetas no dejaban las bufandas de colores. Todos publicaron libros que se elogiaron entre sí en los medios de comunicación que fueron copando con el tiempo. Otros se fueron, como Sergio Galarza, que consolidó su alma viajera vagando por Estados Unidos y luego se fue a Madrid. Ha ganado varios premios importantes, tiene un agente literario y ofrece charlas por varios países.
Lo mejor de Sergio es que aún juega su pelota. Yo he jugado con él en la Tito Drago, cuando éramos chibolos. Sergio era titular indiscutible, yo más bien era tercer arquero, jugaba muy poco, más paraba sentado. Ahí engordé más todavía.
Sergio juega de seis, como Jayito. Quita y da. Parte y reparte. Corre, no se cansa. Eso es innato en él, casi su marca. Hablo de fútbol. Y de fútbol sé bastante, tanto como mi compadre el imprentero estafador. Por eso sigo siempre a Sergio, además que es aliancista como yo. Y como tú comprenderás. Sergio aún juega y es capitán de un equipo de una liga en España. Lleva eventualmente la cinta de capitán y se pone unas gafas marcianas para jugar, porque es corto de vista. Igual se tira de cara por salvar su arco.
Y cada vez que viene de Madrid, a Lima, organiza un campeonato de fúbtol siete. Esta vez, ya quince años después, me pasó la voz y me dijo que si podíamos armar un equipo de narradores. Le pasé la voz a varios y descubrí que todos emulamos a Bukowski. La mayoría estaban lesionados o no tenían dónde dejar a los hijos, o tenían clases de doctorado.
Al único que conseguí fue a mi pata Pelvis, que tenía sus dos libros que los había vendido el mismo día que los presentó. Porque mi compadre el imprentero se apiadó de él y le dio cincuenta libros, de los quinientos que le había mandado a imprimir.
Luego se pudo convocar al escritor Jorge Luis Chamorro, que ha hecho los mejores videoclips del rock peruano en los últimos años y sus cuentos también se leen en todo el país. Y Sergio convocó a Renato Cisneros, que son de la misma universidad. Yo sugerí ponerme al arco, pero me dijeron que iba a tapar Jorge Eslava, que era un arqueraso y que más bien, sabiendo de mi tenue experiencia en la Tito Drago, sugirieron que esté en el recambio.
Del lado de la editorial que organizó el primer campeonato de escritores, figuraba Leo Aguirre, un hilarante pero también jodido artista. Fue protagonista de una historia que yo publiqué en el periódico que dirigía en 2 mil 7, Urbania, donde se contaba el incidente ocurrido en la Cato, donde Leo fue agredido por Galarza en un polémico conversatorio, organizado (o producido) por la editorial.
Más o menos la cosa que se dijo en Urbania fue que Leo había publicado una crítica muy dura, pero también cachosa, de uno de los libros de Sergio, La soledad de los aviones. Con este antecedente, se organizó el conversatorio (¿iban a conversar?). Sergio lo sacó al fresco y se ofuscó.
Y metió un Knock Out a la palabra. Así se llamó el artículo que hice, que partió de la entrevista que no me quiso dar por el tema. En cambio, Leo fue a la revista, volvió a contar la historia, dio su versión y se puso una camisa roja pasión para la foto, pero salió en blanco y negro.
Ahí fue que Galarza se fue a España, y la primera historia que escribió ganó el Copé de Plata. Y ese año campeonó Alianza. Pero él ya estaba lejos, olvidando el poder de sus nudillos.
Para el campeonato de este año que me invitaron, alquilaron una cancha en la villa militar de Chorrillos. Mientras todos calentaban, o se remojaban la resaca con agua fría, Leo extrañamente estaba echado en el grass sintético fumando un cigarrillo tras otro. En diez minutos le conté ocho puchos.
Cuando comenzó el triangular, Leo jugaba parado, casi haragán en la cancha. Mientras Sergio, al igual que Renato Cisneros y Jorge Eslava junto a su hijo Diego Alonso, que canta en Ray Callao, eran los que más corrían, los que más demostraban oficio, físico. Galarza es un patrón de la cancha. Se raspó las rodillas, se sacó sangre, puteó. Y cuando hizo gol lo gritó con todas sus fuerzas y miró el cielo dedicando su gloria a su mamá, a quien le ha publicado un libro de memorias de forma póstuma, un gesto bello e importante para todos quienes seguimos su carrera.
En el descanso, cuando me tocaba entrar, le dije a Sergio que si planchaba la pelota con Leo, le daba ¿o no?, sonrió pero no le dio mucha gracia mi monada. Luego le dije: qué, ¿te da la Kopriva? Y ahí sí se cagó de la risa.
No pude ir a la presentación del libro de su madre, no tenía con quién dejar a mis hijas mientras bebo en la mesa una petaca de ron Cartavio. Me gustaría leerlo, tenerlo como uno de mis recuerdos valiosos. Su mamá fue una entusiasta lectora y escritora, amante de la literatura y fuente de inspiración para Sergio. Yo tuve la oportunidad de conversar varias veces con ella y sentí el aura de un ser humano maravilloso. Y fruto de ello es el éxito de Sergio Galarza, que grato es saber que la señora vio a su hijo triunfar en Europa antes de fallecer. Verlo consolidado como escritor, salvaguardando un oficio complejo y gratificante.
Antes de que se vaya a Madrid de vuelta, le dejé en su jato, en la jato de sus viejos, una camiseta de Alianza, marca Penallty, del primer equipo de la época de cuando mi viejo era dirigente y nos robábamos lo que podíamos del camerino mientras los futbolistas entrenaban en la cancha.
Yo estoy seguro que esa camiseta la está usando Sergio allá, los domingo cuando va a jugar y se pone la cinta de capitán. Y comienza a rodar la pelotita. La literatura no se mancha. (DJ Barrunto)