lunes, octubre 31, 2022

LA GRAN TRAGEDIA DE ALIANZA LIMA


Ayer jugó Alianza y ganó en Matute con su gente. Pero en el camino, por la avenida Cuba, tres barristas blanquiazules fueron asesinados a balazos. Al parecer, las tres víctimas mortales carecían de antecedentes policiales por los cuales se le pueda atribuir un ajuste de cuentas. Lo cual no significa que dentro de este volúmen de fanáticos albergan delincuentes de todo tipo. Desde requisitoriados por violación sexual hasta sentenciados por secuestro y sicariato. Todos forman parte de una cultura marginal que se agrupa cada vez que juega Alianza Lima. La pasión los une, pero es una pasión insana, se intoxica de violencia y resentimiendo.
Yo escribí un cuento en el año 99 titulado Barrunto, inspirado en la muerte en Alianza Lima, en ese momento el capitán de Alianza Sandro Baylón murió en un trágico accidente en la Costa Verde. Ahí también había muerto en un accidente mi tío Cucurucho Rojas. Y antes, ya en el mar, pero en Ventanilla, todo el equipo había muerto en un accidente.
Entonces creí que era algo que podría identificar al Alianza Lima: la trágica muerte. 
Por eso cuando hice una fórmula narrativa con Barrunto se hizo tan sólida que ahora prevalece en tiempo, como si lo hubiese escrito ayer: un hincha de Alianza va a un clásico y no regresa. Como Sandro Baylón cuando salió expulsando en el último partido de su vida. O como Walter Oyarce que fue a alentar a su equipo en el lugar equivocado y fue aventado al vacío muriendo al instante. 
Yo pensaba que la muerte solo aparecía cuando pierde Alianza. Pero ayer ganó y campeonó. Y mientras todos celebraban el triunfo, se certificaba la muerte de tres hinchas baleados por una absurda trifulca.

Es una realidad que se da en todo el mundo, donde el fanatismo se involucra con el odio.

La semana pasada Alianza jugó de noche en Matute y fui solo en taxi. En el camino el conductor me dijo que él conocía La Victoria, porque ahí vivía la mamá de sus hijos y de ahí mismo venía. También me contó que en sus años adolescentes fue líder de una barra aliancista. Pero se tuvo que abrir. Como vio que yo bebía unas cervezas en lata entró en confianza y contó los motivos: 'le di vuelta a un huevón', me dijo.
Y mientras íbamos hacia el estadio me detalló como mató a un barrista de su propio equipo. Él no usaba pistola ni machete. Usaba cadena y cuando lo atacaron por atrás hizo una maniobra que anudó el cuello de su rival y lo descolgó de un puente. La asfixia fue fulminante. Pero su explicación fue más realista: 'se agarró el cuello pero dejó de moverse el conchesumadre'.
Luego vino un calvario porque se tuvo que 'borrar', anduvo escondido en casa de familiares hasta que ingresó al servicio militar y se plantó. No volvió a La Victoria en ocho años.Y ahora a sus hijos no les deja ponerse la camiseta, jamás. Por más amor que le tiene a la blanquiazul, no va a permitir que sus hijos sean barristas como él.

Cuando el cineasta Mauricio Franco me propuso en el año 2002 llevar Barrunto al cortometraje, no pensé que iba a tener tanta relevancia. El libro había salido hacía un año y algunos exabruptos míos en televisión hicieron llamar la atención. Para ese entonces, entre los convocados estaba el actor Emilran Cossío, que para ese entonces nunca había ido a un partido de fútbol. Interpretó a Juanjo, el hermano de Yimi, hijos de María, viuda y con problemas para llegar al mes. Son como Caín y Abel, uno representa el mal, el otro el bien. Pero se unen por dos cosas, el amor de una mujer y el partido Alianza U que define el campeonato nacional. Juanjo accede a ir al clásico con su hermano y uno de ellos muere.
El cortometraje Barrunto obtuvo en el 2004 el premio mejor cortometraje de ficción. Pero al tiempo, Emilran Cossio apareció en la serie Misterio, como un integrante de la barra de la U. Se fue a la U como Juan Reynoso en el 93 que dejó el club siendo el capitán, dejando un olor a traición.

Para el 2023 se estrenará Barrunto, la primera ópera salsa inspirada en fútbol. Escrita y dirigida por Herbert Corimanya. 

viernes, octubre 28, 2022

sábado, octubre 22, 2022

domingo, octubre 16, 2022

sábado, octubre 15, 2022

CUANDO SALÍ DE PIURA DEJÉ ENTERRADO MI CORAZÓN




Los muertos me persiguen. Me hablan a través de sus deudos. Me piden que no los deje morir en la mente de la gente, que los lleve a un plano supremo que los aleje del olvido. Por ellos es que escribo y sigo emprendiendo, sacando libros, vendiéndolos yo mismo, haciendo entregas.

Me invitaron a presentar mi libro para emprendedores a Piura. Ya perdí el encanto de ser un barrunto, un degenerador de emociones con palabras. Por eso escribo para los que necesitan esperanza. Cambié el insulto por la frase motivadora. El bagre de una descripción malevola por un calificativo que anime la sonrisa, la luz de que las cosas cambian.

El avión a Piura llegó temprano, treinta minutos antes, pero en las estructuras estructuradas un impetuoso es un peligro andante. Al piloto no lo dejaron aterrizar por llegar temprano, y tuvimos que esperar una hora de más para bajar. Yo estaba acostumbrado, he viajado por tantas situaciones difíciles. He soportado horas de vuelo, altura, frío y llano. He pasado espasmo en la playa y delirio en un glaciar. No me quejo. El periodismo y la escritura me han dado la vida que he querido vivir.

Bajé del avión y a mi frío limeño me embargó una calurosa soledad. Mi apoteósico recibimiento se remitió a recoger mi maleta al último número. Cuando salí no había taxis porque había dado la una de la tarde y el sol no los deja trabajar ni estudiar, simplemente a esa hora no hay vida. Pero pasó un taxista que accedió a llevarme al hotel Inti, adonde me habían indicado debía ir como invitado.

Para sorpresa mía, el hotel Inti era uno de los mejores de la ciudad y quedaba cerca de la plaza de armas, donde se iba a realizar la feria del libro donde presentaría mi libro.

Para sorpresa de ellos, los cuarteleros del hotel, mi nombre no les sonaba en ninguna lista de invitados, ni estaban enterados de alguna feria del libro en Piura.

Llamé al número del hotel que me habían remitido y el hotel no era hotel sino hostal, hostal Inti, que estaba como a diez cuadras, al lado del cementerio.

Tomé la referencia y asumí valiente mi categoría de invitado clandestino. Y caminé bajó el sol arrastrando mis esperanzas en una maleta llena de libros y encargos para mi tía Gloria.

A mitad de camino me di cuenta que fue un error osarme a desafiar al sol piurano, y comencé a sufrir migrañas producto del calor y la luz punzante que me disparaban la cien.

Cuando llegué al cementerio aún guardaba la esperanza de encontrar un lugar bonito para escribir, si quiera para bañarme. En el camino me compré una lata de cerveza y comencé a equilibrar el sol y mis ideas. Pero el hostal Inti era un recinto de rojo y verde, como de navidad, donde la oscuridad invitaba a lo más perverso de la lujuria prostibular.

Lo seguí tomando a bien, necesitaba un baño. Cagar. Meterme el isopo. Lo mío, mi intimidad, pero las paredes rojas, la luz baja, el baño recién habilitado luego de un choque fugaz del amor al paso. Yo, un escritor consumado, consumido y consumidor. No podía soportarlo.

Pensé que el agua fría me haría entrar en razón y que debía soportar lo que dios me había dado, quise dejar entrar aire y abrí las cortinas, pero me empotré con las lápidas de un cementerio antiguo. Yo que venía de testear lo más hondo del sufrimiento mortal de mano de mis familiares que me contaban sus penas.

Temí dormir en un lugar donde me fueran a jalar los pies. Donde evoque a la muerte cuando lo que buscaba era vivir, sobrevivir.

Justo me topo con un cementerio cuando había tenido días dedicados a hablar de la muerte. Mi tía Cristina llegó a mi casa con Carla. Mi prima sigue lo que escribo y veo que disfruta escuchar pormenores de nuestro árbol ancestral. Yo no soy tan riguroso cuando investigo temas para escribir, pero veo que ella toma notas de las cosas que vinculan a nuestra familia, en Morropón, en Chulucanas, en Sullana donde nació mi mamá. Entonces mi mamá se pone a contar que su papá tiene más hijos que Bob Marley, 45 contabilizados, pero pueden ser más. Para la misa por su natalicio la invitaron y los hermanos 'buenos' la reconocieron de hermana mala a hermana buena. le dieron un cuadro y luego se olvidaron de ella. Mi mamá lo visitaba cuando era niña, iba a verlo en complicidad de su mejor amiga, la tía Eli.

Mi tía Cristina nos cuenta que fue a votar en contra de Castillo, pero se dio cuenta que le habían trafeado el voto. Le dijo a su nieta que la esperaba afuera del centro de votación, pero no le hizo caso, debían volver a casa porque su nieta tenía que salir con su enamorado.

Mi tía Cris quiso reclamar que su voto había sido manipulado en favor del comunismo que tanto temía. Pero no tenía fuerzas porque hacía nomás que su hijo mi primo Toño había muerto. Yo tenía presente a mi primo Toño porque días antes de morir de alguna manera lo hice sonreír y el cáncer al cerebro que lo estaba carcomiendo pasó a un segundo plano por un minuto. Fue cuando mi prima Carla le leyó un cuento mío y luego le mostró un video donde yo hablaba de tecnología. De alguna manera lo hizo sentir mejor. También le cantó la canción Cuando me fui de Cuba. Y lo dejaba dormir escuchando Depeche Mode. Cuando me fui de Cuba dejé enterrado mi corazón.



Para ir a Piura llamé a mi primo para que me haga el taxi al aeropuerto. Fuimos temprano mientras me iba contando los últimos días de Luchito.

Su hermano Luchito era esquizofrénico desde los veinticinco cuando tomó un ácido que le quemó el cerebro en los ochentas. Eso marcó su vida porque no volvió a tener un oficio conocido y porque cuando su papá murió, heredó la pensión de cesante como aviador. De eso vivían mi primo y su hermano Luchito. Pero la diabetes lo fue matando con los años. Cuando agonizaba ya no quisieron atenderlo en el hospital FAP y mi primo se peleó una vez más, como en los fines de semana que se trompea por ser barrista de la U contra los de alianza, contra los de Cristal, Muni o incluso entre los mismos cremas. Pero su hermano no pudo ganar el partido. De nada sirvió pegarle al enfermero, cachetear al doctor, decirle cagón conchetumadre. Igual le dije al doctor cuando mi abuela había muerto. No hay explicaciones y uno quiere encontrar los culpables inmediatos.



Durante las actividades de la feria del libro fuimos a un colegio emblemático donde estudian los mejores estudiantes del Perú. Y homenajearon a los escritores locales, pero una alumna un poco agresiva desafió que ninguno de los escritores podría hablar de nada si no han leído quién se ha robado mi queso.

Yo pensé que iba a tener mejor suerte, mi presentación era en el centro de la Plaza de Armas, pusieron sillas y armaron un estrado. Todo estaba listo para triunfar. Pero el sonido falló y el micro se apagó. Pensé que se iba a solucionar rápido, pero la presentación se tuvo que parar cinco veces. Los organizadores se acercaron a disculparse, pero ya el daño estaba hecho. Mi tía Gloria había ido con dos amigas que sumaban doscientos años, fueron temprano y se tomaron un helado en un café conocido de Piura. Se sentaron adelante. No había nadie más. Yo no sabía dónde meter la cara. Pero también debo aceptar que estoy acostumbrado al ridículo. Acabé rápido la presentación y nos fuimos a comer pollo a la brasa.

Durante la presentación del libro aproveché para hablar de uno de los artículos que aparecen en la publicación, que trata sobre el valor monetario de un abrazo. Contando la vez que la mamá de mi amigo el poeta Rafael Romero, radicado en Dublín, me pidió que le lleve como encargo un abrazo a su hijo, a quien iba a ver en unos días en Europa. Yo llevé el abrazo bien cuidado durante horas de vuelo, para llevárselo intacto como me lo envió su mamá.

Eso quise contar porque el abrazo que le debía a mi tía Gloria venía de años atrás que mi soberbia me embargaba y no lograba entender que a las mujeres se les respeta por sobre todas las cosas. Le llevé el abrazo de mi mamá que no pudo ir conmigo, pero que pronto volverá a su tierra querida y recorrer juntas Morropón, Catacaos, Chulucanas, Huancabamba, Ayabaca.

Aproveché para disculparme de alguna manera con mi tía por haber sido víctima de mi demonio literario, aquel genio incontrolable que no sabe cuando ofende intentando desafiar a la palabra.

En la presentación hubo cuatro generaciones de mi familia, mi tía Gloria, mi prima Rita. Mi sobrina Dayna y mi sobrina nieta Emma. Jamás había pasado una situación así, recuerdo que en 2012 a la presentación en la FIL de El artista de la familia fue mi tía Angelita y mi tía Cecilia Villarreal, por el lado de mi padre, y mi tía Dochi. Gente maravillosa que se convierte en el combustible de mi escritura diaria. Esa presentación en donde cantó Ronieco y al final amenizó con canciones de los Beatles. Fabuloso. Me costó tanto sacar ese libro, tanto por la ansiedad estafadora de mis editores, como por mi depresión que me llevó a intentarme ir de este mundo para siempre. 2011, esperaba más con la salida de mi libro que nunca salió, y cuando salió, ya estaba internado convulsionado de ansiedad. Muerto en vida, hecho una basura que no tiene ni libro, ni ahorros, ni sueños ni esperanzas. Perdí todo con la espera de mi ansiado libro. Me dolió tanto presentarlo en Huancayo con solo unos ejemplares con páginas en blanco. No pudiendo dejar un registro impreso de mi obra con el tan amable público del centro del país. La pasé tan bien engañando al público y luego tan mal que terminé ahorcado en un árbol de mi casa.

Me costó salir, y al año siguiente presenté el libro, ya estaba reestablecido y laboralmente encaminado, con proyectos y ganas de despertar todas las mañanas. Por eso es tan curiosa la foto que registra esta publicación, junto a mi sobrina nieta Emma, justo la fecha de octubre que hacía once años quería irme de este mundo. Y me veo ahora, comprometido con tantas cosas que si la muerte viniera solo le pediría tres minutos para hacer llamadas y delegar mil cosas para que si no estuviera todo siguiera funcionando, pero si pasara que no estuviera igual todo seguiría funcionando. Me costó entenderlo un centenar de ansiolíticos.

Cuando mi prima Carla le cantaba Cuando me fui de Cuba a mi primo Toño antes de irse de este mundo, porque había pedido como voluntad que le retiren las quimioterapias, era porque la canción hablaba de alguien que no se quería ir. Y él no se quería ir. Quería seguir aquí dando batalla a la vida.