Tenía yo un primo que administraba una pollería. Él cuidaba la caja de doce a nueve todos los días. Y durante las mañanas, Totó, gordo, sudoroso y ojeroso de la mala vida que le ha tocado, metía los pollos a la brasa caliente.
Decían ya algunos que el restauran de Totó era el mejor de Lima. Tuvo cierta fama cuando salió, entrevistado, en la televisión. Ahí presentó a los diez millones de peruanos que éramos en ese momento, su fórmula secreta para lograr tan exquisito pollo que todo el mundo apreciaba y atragantaba a la familia completa.
Un poco de ají, un poco de cerveza, un poco de sal, pimienta, más sal. Unas gotas de aceite. Y luego de esa vez, el lugar se hizo tan conocido que llegaron familias provenientes de todos los puntos. Autos grandes, autos chicos, taxis, familias caminando, todos querían el pollo frito de Totó.
Yo quería mucho a mi primo. También íbamos con la familia a consumirle, y siempre nos hacía un descuento. Incluso, no pagues, dijo delante de mis hijos, y tuve que guardar el dinero.
Una vez llegué de noche. Menos mal, no había clientes. Totó me atendió bien, pero estaba un poco ofuscado, pues el cocinero no venía a trabajar hacía días. Los pollos estaban retrasados. Entonces me pidió que lo acompañara un rato en la cocina. Yo iba picando de unas papas fritas que recién salían del aceite caliente, cuando Totó me dijo lo siguiente:
- Primo, quiero compartir mi secreto contigo.
Le sonreí nervioso. No entendí su broma, peor aún, pues se bajó el cierre del pantalón y sacó su XXX. Seguí comiendo papas crocantes, incómodo, pero el hambre me ganaba.
- Entonces, ¿cuál es tu secreto?
Totó apuntó a los pollos encurtidos y roció un poco de su pichi bendita, mientras hacía piruetas con su XXX y tarareaba una canción de niño. Cuando terminó de descargar su vejiga, se subió el cierre y, riendo casi endemoniado, me preguntó:
- Y tú, ¿cuál es tu secreto?