miércoles, septiembre 27, 2006
lunes, septiembre 18, 2006
jueves, septiembre 14, 2006
DESDE EL OCÉANO DE MIS TRISTEZAS, ESTAS PALABRAS DE SALVACIÓN
Sapito Hinchado y Juanita la Anticuchera
Caminando estaba por el Malecón de la Rarezas, Sapito Hinchado con las manos en los bolsillos y el hocico sobresaliente, cuando vio que de la esquina salía una ligera humareda de sabor.
Se acercó curioso hasta el punto donde una guapa morena cocinaba frente a una parrilla con carbón. Eran unos trozos de carne que se veían deliciosos. La mujer los bañaba en una salsa que cada vez que la rociaba sobre el asador, las llamas saltaban de alegría.
- ¿Qué es eso? – Preguntó Sapito.
- ¡Anticuchos! – Respondió la joven cocinera, un poco atareada y chispeando fuego.
Las carnes se fueron poniendo crocantes, ella fue incrustándolas en palitos de caña y los puso sobre un plato, junto a papas sancochadas y un gran choclo que fueron cubriéndose de una crema de ají.
- ¿Te sirves uno? – Le preguntó la guapa mujer.
Sapito Hinchado bajó la mirada y buscó inútilmente alguna moneda en sus bolsillos.
- No sé – respondió triste.
- ¿Por qué no sabes?
- Primero, porque no tengo dinero. Y segundo, porque no sé si me van a caer mal, pues algunas comidas enronchan mi piel.
La muchacha cogió un palito y se lo acercó hasta sus narices, y Sapito Hinchado no pudo con la tentación de tomarlo con sus propias manos y jalar un pedazo de carne con su propia boca. Y sintió el sabor exquisito que lo hipnotizó, cerró los ojos y creyó que flotaba.
- ¡Esto es lo más rico que he comido en mi vida! – Exclamó Sapito Hinchado, lleno de alegría.
Pero de pronto, recordó que no tenía dinero para pagarlo. Peor aún, no sabía de qué estaba hecha esa carne, le podía causar alguna enfermedad.
Entonces, cabizbajo, devolvió el palito a medio comer, y dijo:
- Perdón, no puedo pagarlo.
Ella lo miró con ternura y le respondió:
- No te preocupes, yo te invito. Soy nueva aquí y necesito que me conozcan, así que acéptalo como el obsequio de tu nueva amiga. Soy Juanita la Anticuchera.
- ¡Juanita! – Exclamó Sapito con emoción.
- ¡Juanita la Anticuchera! – Corrigió la mujer.
A Sapito Hinchado le volvió la alegría a la cara y se terminó el palito de un sopetón. Pero volvieron sus miedos:
- Juanita, ¿de que se hacen los anticuchos?
Juanita vio que Sapito Hinchado era alguien que andaba siempre ocupándose de muchos problemas, nunca se quedaba tranquilo, siempre estaba mencionando la posibilidad de algo fatal. Mientras rociaba aceite sobre la parrilla y hacía bailar al fuego, la muchacha se le acercó y lo tomó de las mejillas, sintió que Sapito era un niño frágil y completamente nervioso. Él sintió las manos calientes de Juanita y su cara de pánico fue convirtiéndose en algo que aparentaba alegría.
- Los anticuchos se hacen con el corazón.
Desde entonces, cada vez que Sapito Hinchado camina por el Malecón de las Rarezas, visita la esquina de Juanita la Anticuchera, ríen juntos por horas y come decenas de palitos de anticuchos. Sabe que ningún daño le harán, pues los anticuchos se hacen con el corazón.
Caminando estaba por el Malecón de la Rarezas, Sapito Hinchado con las manos en los bolsillos y el hocico sobresaliente, cuando vio que de la esquina salía una ligera humareda de sabor.
Se acercó curioso hasta el punto donde una guapa morena cocinaba frente a una parrilla con carbón. Eran unos trozos de carne que se veían deliciosos. La mujer los bañaba en una salsa que cada vez que la rociaba sobre el asador, las llamas saltaban de alegría.
- ¿Qué es eso? – Preguntó Sapito.
- ¡Anticuchos! – Respondió la joven cocinera, un poco atareada y chispeando fuego.
Las carnes se fueron poniendo crocantes, ella fue incrustándolas en palitos de caña y los puso sobre un plato, junto a papas sancochadas y un gran choclo que fueron cubriéndose de una crema de ají.
- ¿Te sirves uno? – Le preguntó la guapa mujer.
Sapito Hinchado bajó la mirada y buscó inútilmente alguna moneda en sus bolsillos.
- No sé – respondió triste.
- ¿Por qué no sabes?
- Primero, porque no tengo dinero. Y segundo, porque no sé si me van a caer mal, pues algunas comidas enronchan mi piel.
La muchacha cogió un palito y se lo acercó hasta sus narices, y Sapito Hinchado no pudo con la tentación de tomarlo con sus propias manos y jalar un pedazo de carne con su propia boca. Y sintió el sabor exquisito que lo hipnotizó, cerró los ojos y creyó que flotaba.
- ¡Esto es lo más rico que he comido en mi vida! – Exclamó Sapito Hinchado, lleno de alegría.
Pero de pronto, recordó que no tenía dinero para pagarlo. Peor aún, no sabía de qué estaba hecha esa carne, le podía causar alguna enfermedad.
Entonces, cabizbajo, devolvió el palito a medio comer, y dijo:
- Perdón, no puedo pagarlo.
Ella lo miró con ternura y le respondió:
- No te preocupes, yo te invito. Soy nueva aquí y necesito que me conozcan, así que acéptalo como el obsequio de tu nueva amiga. Soy Juanita la Anticuchera.
- ¡Juanita! – Exclamó Sapito con emoción.
- ¡Juanita la Anticuchera! – Corrigió la mujer.
A Sapito Hinchado le volvió la alegría a la cara y se terminó el palito de un sopetón. Pero volvieron sus miedos:
- Juanita, ¿de que se hacen los anticuchos?
Juanita vio que Sapito Hinchado era alguien que andaba siempre ocupándose de muchos problemas, nunca se quedaba tranquilo, siempre estaba mencionando la posibilidad de algo fatal. Mientras rociaba aceite sobre la parrilla y hacía bailar al fuego, la muchacha se le acercó y lo tomó de las mejillas, sintió que Sapito era un niño frágil y completamente nervioso. Él sintió las manos calientes de Juanita y su cara de pánico fue convirtiéndose en algo que aparentaba alegría.
- Los anticuchos se hacen con el corazón.
Desde entonces, cada vez que Sapito Hinchado camina por el Malecón de las Rarezas, visita la esquina de Juanita la Anticuchera, ríen juntos por horas y come decenas de palitos de anticuchos. Sabe que ningún daño le harán, pues los anticuchos se hacen con el corazón.
martes, septiembre 05, 2006
URBANIA 28
sábado, septiembre 02, 2006
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