He perdido las ganas de respirar (escribir). Estoy pensando seriamente dejar la literatura (con el perdón de quienes piensan que lo que escribo no califica como tal). Veo que todo lo que escribo y trato de narrar no funciona. Pocas personas se interesan por las historias que cuento, que hago mías. He hecho de mi escritura una actividad lumpenesca que colinda con el hurto agravado. Confieso haber plagiado todo cuanto he escrito. Confieso también haberme copiado poemas completos y pasarlos como de mi autoría. Creo haberme acostumbrado a esto desde muy niño, cuando copiaba las respuestas de mis compañeros en los exámenes del colegio. Por eso repetí un año, supongo. Por eso no ingresé a la Católica, ni a la U de Lima, menos a la San Marcos, por eso habré terminado periodismo en un instituto. Y tal vez por eso ya se me acabó el talento para inventar palabras que traduzcan mi lenguaje.
Estoy pensando seriamente en dejar de tomar drogas, de libar sin motivo alguno. Estoy pensando en dejar de mirar las piernas a mis jovencísimas sobrinas.
Así quiera contar algo, ya estoy entregado al fracaso. Me gana el desgano. Quisiera decir que aún puedo respirar (escribir), que aún puedo –al fin y al cabo aún me presumo joven- pero todo queda en simples ganas que el desgano vence rotundamente.
Todo esto le decía a mi jefe, que había notado la marca que llevaba en la cara. Al principio quiso pasarlo por alto. Luego, preguntó curioso:
- ¿Te volviste a pelear?
- No lo recuerdo bien. Estaba borracho.
Se acercó un poco más a la pantalla de mi computadora, donde redactaba la última nota de la edición de navidad. Hizo un amague como queriendo corregir algo en lo que venía escribiendo, y miró bien la herida.
- ¡Asumadre, Juan! –Exclamó- ¡Te han metido punta en la cara!
Continué tecleando el texto hasta que mi jefe me tomó del brazo y vio que también tenía una costura médica en la muñeca.
- ¿Y de eso tampoco te acuerdas?
- Esa cicatriz es de un día antes –respondí-. Iba manejando hacia el centro cuando me encontré con el "Napo". -"Napo" era el novio de " La Cejona" y acababa de salir de prisión por robo agravado-. Lo único que nos unía era un libro de Luchito Hernández que le había prestado (en realidad, se lo había prestado a "La Cejona". Y ni siquiera se lo había prestado, lo tomó de mi anaquel mientras dormía placenteramente después del sexo). Me propuso tomar unos tragos, yo acepté. No me había dado cuenta de que él ya estaba ebrio. Le ofrecí una cerveza y él sacó una chata de ron de sus huevos. Ya le faltaba un poco para terminarla cuando se comenzó a ofuscar. Aún no llegábamos a ningún lado, en cada luz roja que parábamos, la gente que vendía caramelos lo reconocía y se le cuadraban en señal de reverencia. "¿Él es?, le preguntaban desde fuera de mi auto. Él asentía mientras secaba la chata. Entonces llegamos a la puerta del bar "El Pastel" y me dijo:
- Conchetumadre, ¿así que te levantas a mi mujer?, te voy a dejar un recuerdito…
Y hasta ahí recuerdo el asunto de la muñeca. El tiempo hace los suyo. Tres puntos no son nada para mí. Si no, mira mi ojo. ¿Ves? Son tres líneas, por los tres dedos del medio. Porque lo que me hizo ese maldito fue un arañón y punto. Tendías que verlo como quedó. Lo mío es nada en comparación con su cara. Y si no me crees, anda al hospital que aún no sale. Yo manejaba por la derecha, él por la izquierda. Taxista de mierda, pensé en voz alta. Me escuchó, me cruzó su carcocha y yo me seguí de largo, le doble el parachoque. Quise fugar pero me alcanzó en la otra cuadra. Apagué el carro y saqué mi pistola. Él también tenía la suya. Ambos nos apuntamos la frente, cada uno bajó su arma y nos fuimos a las manos. Ahí fue donde lo partí: lo tomé de la cintura, lo paré de cabeza y lo lancé a un hueco municipal que había por ahí. Así quedó varios minutos, yo iba arrancando el auto cuando llegaron los Serenos. Me bajaron y me agarraron entre cinco. No uno, ojo, cinco. Y cuando me tuvieron sujeto del cuello, apareció el taxista de mierda que cargaba una llanta. Me la tiró en la cara, yo comencé a gritar fuerte para que los serenos me suelten. Cuando vieron la cantidad de sangre que caía escuché: ¡Sangre! ¡Fractura! ¡ La nariz! Y la sirena cada vez más fuerte. El desmayo me duró unos minutos, suficientes para salir del lugar. Ya en la ambulancia se dieron cuenta que mi nariz estaba intacta, que la sangre salía del labio, y el ojo, aunque morado casi negro del impacto de aro de acero de la llanta, aún podía ver bien. Entonces la ambulancia cambió de dirección y me llevaron a la comisaría. Pedí que me pongan una máscara, sólo tenían un bozal de rodwailer. Entonces me vendaron el rostro y fui a declarar. El taxista también tenía una venda y su pie izquierdo le colgaba. El capitán dijo que si no hacíamos las paces ambos nos íbamos adentro. El trámite para salir costaba caro, más el choque, más la curación. Y los serenos también querían cobrar. El taxista sacó la cuenta y se acercó. Me dijo que conocía a "El Pastel", que le hacía carreras en su bar los fines de semana y que me había visto por ahí. Le respondí que yo también conocía gente que lo podía matar a cuchillazos. ¿Mapi?, preguntó con cachita. Otros, ya verás. Casi nos vamos a las manos delante del capitán. No hubo otra que firmar un acta: ambos se van a pelear afuera contra la voluntad de la Policía Nacional. Lo que pasara con nosotros era responsabilidad nuestra.
Nos fuimos al bar "El Pastel". Aún no abrían pero tratándose de gente honorable como nosotros, nos dejaron pasar. Bebimos un poco y fuimos congeniando de puta madre. Al rato ya nos tuteábamos y rato después nos dimos un abrazo entre carcajadas. Su pie no estaba fracturado, mi ojo sanaría pronto, el auto podía repararse en "El Cementerio" de Mapi. El taxista se llamaba Carloncho y se hizo mi amigo. Luego se hizo integrante de la banda de Mapi, como "caña". Entonces, desde ese día, el taxista de mierda se llamó "El Caña".
En el bar había una mesera que con el tiempo se hizo la novia de Pastel. Como tenía los ojos grandes –en realidad tenía todo grande y bien despachado- y parecían uvas, todos la conocían como " La Ojo de Uva", pero en realidad se llamaba Chispita, que también la conocían en los demás bares por tener fama de pleitista y borracha. Ese día, mientras brindábamos con "El Caña", "La Ojo de Uva" estaba que se me regalaba. Ya todos sabíamos que cuando tomaba unos cuantos vasos se calentaba. Entonces comenzaba a agacharse a propósito para que le vieran el culo, y te penetraba con su mirada ojona. Cuando la gente se ponía más colorada, ella se acaloraba más. Si alguien pedía tres jarras y le ponía el billete en el escote, ella se sentaba en tu mesa y te contaba su vida: David, Goliat, Matías, Felipe, Anselmo, tu hermano, el papá de Sebastián, ya tantos nombres. Y la gente consumía más y más. Esa era la fórmula del bar "El Pastel: " La Ojo de Uva". Al comienzo, Pastel la tenía a distancia, miedo que le dicen. No creía en sus encantos, hasta que se dejó encantar. Lo hizo sapo: sapazo. A partir de ahí, el bar se convirtió en furia. La gente llegaba y consumía en abundancia, todos querían estar con " La Ojo de Uva", que con el pasar de los fines de semana se fue convirtiendo en una estrella de la noche. Se ponía tacos altos, se pintaba el pelo, incluso llegó a presentar una performance donde imitaba a Marilyn. Ahí fue donde se enamoró de ella Pastel. Entre contorneo y pisotón de baile, Pastel fue mirando a " La Ojo de Uva" ya no como una simple mesera, una estriptipcera de veinte soles, menos como una puta de la madrugada. Comenzaron a salir juntos, a tomar desayuno. Él cerraba el bar y ella atendía al último beodo. Se tomaban de la mano, luego se abrazaban y subían hasta lo alto del morro solar para declararse amor eterno. Él quería ser estrella para ver cómo se ve todo desde arriba. Ella quería sentir los latidos del mundo en su boca. Ambos se unieron y se juraron una batalla frontal contra la soledad. Juntos podremos, Chispita quiso decirle en silencio, pero más pudo la ansiedad de compañía.
Querían casarse y se fueron a convivir, Pastel vivía en un departamento que su padre le alquilaba. Como siempre estaba solo, el piso se llenaba de vagos y cocainómanos que no tenían nada que hacer durante el día (por la noche iban al bar). Y cuando " La Ojo de Uva" comenzó a amanecerse ahí, le comenzó a prohibir que los vagos se quedaran. Eso causó un rechazo total hacia ella, sobre todo Mapi, que cuando no pasaba la noche en la comisaría, se quedaba en el sofá de la sala.
Chispita conoció desnuda a su suegra. Estaba intentando una posición erótica que le habían contado un cliente en "El Pastel", la figura consistía en poner las piernas sobre los hombros del hombre, luego esperar que éste la levantara en peso y comenzar a dar saltitos como queriendo hacer caer algo. Cuando estuviera bien adentro, moverla en círculos hasta que aumente la presión. Estaban a punto de venirse cuando alguien abrió la puerta, era una señora aprincesada envuelta de bolsas de supermercado. Acababa de llegar a Lima y quería darle la sorpresa a Pastel. Como sabía que el chico andaba sin mucho que comer, se animó a llenarle la refrigeradora. Pero cuando vio que su hogar había sido invadido por una gata fiera (y gritona), prefirió dejarlo en hambre a su único y adorado hijo y devolvió todo a la tienda. Sólo dejó jabón y papel higiénico. Chispita intentó ser amable con la señora pero la señora nunca quiso ser amable con ella. Chispita buscaba siempre ser aceptada, nunca lo lograba. Su padre ya era anciano y poco habían hablado a lo largo de sus veintitantos años, su madre era ilegal en gringolandia. Tenía un hermano que vivía solo porque era diler de hierba y una vez llamaron a su casa a decir que la policía iba tras él. Entonces no hubo otra que botarlo a la calle, donde se hizo finalmente un hombre de negocios. Primero fueron los bisnes pequeños, hasta que se fue a ver a su mamá. Apenas llegó al aeropuerto de allá, la policía lo llevó detenido y le sacaron cuatro kilos de cocaína del culo. Se fue directo a la cárcel, nunca pudo abrazar a su madre, siempre estuvo esposado. El año nuevo lo pasó en prisión con mexicanos y ácido. Llegó a tomarse quince papelitos de diferentes colores. Luego le vino una paranoia de seis horas cepillándose los dientes. Se gastó ocho tubos dentales hasta que amaneció.
A Chispita le fue peor en ese año nuevo. Había conocido a un gringo en el bar, era alto, de casi dos metros, sus ojos azules andaban siempre desorbitados y su cabello totalmente resinoso y despeinado. Él venía del centro de rehabilitación que había en la selva, a donde iban los hijos de millonarios europeos, yonquis decadentes que luego de seis meses terminaban deambulando por las calles como zombies. Este, además de adicto al éter, era alcohólico. Por eso llegó al bar, un poco porque tenía sed, y otro poco porque se dio cuenta que el bar era el único lugar donde vendían drogas. Llegó con "El Insecto" y otra gringa, se habían conocido en Cuzco y se iban para Montañitas. Insecto le dijo a Chispita que se uniera, que le faltaba alguien como ella para el viaje. Ella miró al gringo y vio el tamaño de su zapato. Entonces recordó que toda su vida había soñado con atragantarse con algo como eso. El gringo vio que Chispita le llegaba al codo, juntos eran una pareja de circo. "El loco y la sucia", gritaron en el bar cuando los vieron besarse. Todos morían de risa al ver que " La Ojo de Uva" se había levantado tremendo paquete, pero ella sólo estaba concentrada en una cosa: en vengarse de "El Pastel", que por recomendación de su madre le prohibió al portero dejarla entrar al departamento. Un día intentó ingresar, estaba pasada. Trajo a los serenos diciendo que era también su casa. Ellos siempre le creen a las mujeres. Se lo llevaron detenido a Pastel. En la comisaría se dieron cuenta que habían cometido un error, pero ya su madre estaba enterada de todo lo ocurrido. Tres días después canceló el departamento y se llevó los muebles a otra casa. La señora dijo que Pastel estaba en la sierra, pero eso dicen todas las madres avergonzadas de sus hijos cuando los internan en los manicomios.
El bar lo cuidaban los vagos. El dinero se perdía en cantidades de la caja registradora pero eso a nadie le interesaba porque el lugar siempre rebalsaba de gente.
Chispita le enseñó al gringo sus tatuajes, tenía un cuervo silueteado en la cintura: "en honor a todos los pájaros que han entrado a su cueva", era lo que decía el Pastel. Al gringo parecía importarle poco hasta que ella misma lo llevó al baño de mujeres y lo hizo despertar. Al día siguiente, ella era la dueña de su corazón. La llevó a dormir a su hotel, le compró ropa, sandalias, fueron a la playa a tomar sol, le pagó toda clase de cremas humectantes y bloqueadores solares, para luego proponerle viajar a Monañitas en ruta. Le puso un anillo en el dedo y con su español atarantado le dijo te amou.
Partieron de Lima tres días antes de año nuevo, llevaban medio kilo de hierba, dos pomos de vidrio llenos de cocaína, una bolsa hermética llena de pastillas de múltiples colores, tres cajas de clonazepan y, lo esencial para el gringo: seis cartuchos de éter. Chispita nunca había estado tan drogada, pero eso no quería decir que nunca había estado drogada. Comenzó a calcular qué número de hombre sería éste. Intentó contarlos y perdió la cuenta, le faltaron dedos, manos, le faltó valor. Quiso olvidar algunos pero ya los había nombrado y sus rostros comenzaban a latir. Y apareció Pastel en su pensamiento y se le escapó un sonoro pedo que despertó al gringo. Era de madrugada y el bus estaba a unas horas de llegar a Tumbes. El gringo comenzó a matarse de risa y le señalaba el culo a Chispita, lo tomaba con su inmensa mano, cabía en una sola. Se lo acariciaba violentamente, tenía forma redonda. Ambos comenzaron a menearse por un rato hasta que le bajó el buzo y la clavó. El grito no despertó a nadie, el bus siguió su camino mientras el gringo la hacía desmayar a Chispita, que no había dejado de pensar en Pastel. "Estés donde estés, siempre te voy a joder la vida, Pastel conchetumadre", regañó entre sus dientes mientras el gringo vaciaba un chorro de semen sobre su cara.
Ya en el norte, las parejas se instalaron en un hospedaje frente al mar. Todo parecía genial, pasaron días de juerga interminable bajo el sol, bajo la sombra, de día y de noche, todo era un buen motivo para el sexo y las drogas. Hubo un momento en que quisieron intercambiar parejas pero "El Insecto" y Chispita no congeniaron. Los gringos se miraron el uno al otro y tampoco sintieron atracción. Entonces las chicas se miraron y vieron que algo podían hacer: comenzaron los besos, luego se tocaron los pechos y finalmente se mostraron sus partes. Los chicos reían endiabladamente, y rieron más cuando se dieron cuenta que ambas se habían rapado el bello púbico. Los cuatro juntaron sus miembros y juraron llegar a las doce de aquel año nuevo del nuevo milenio totalmente pasados de amor, luego se hicieron un "todos contra todos" hasta que llegó el dueño del hotel y los expulsó de su propiedad. Entonces tuvieron que acampar en Zorritos sin saber que ahí la gente era más salvaje aún.
Esa primera noche, el campamento estuvo lleno de vida. Se acercaron algunos nativos atraídos por el olor a hierba, traían pescado y aprovecharon la fogata se que había armado para tener luz. Algunos bebieron del pisco que ellos mismos preparaban, fumaron y contaron algunos chistes. Y cuando la gringa quiso ir a orinar al fondo, en la oscuridad, fueron ellos quienes la custodiaron. Al día siguiente, entre las cosas tiradas que dormían en la arena, se podía ver que alguien había dibujado una enorme zeta junto a la fogata calcinada, como la marca del zorro, se borró con las olas. Al oscurecer, los nativos volvieron con más pisco y algunos regalos. A la gringa le pusieron un collar de pukas, a Chispita le pusieron una corona de reina y la nombraron " La Princesa de Zorritos". El gringo no pudo contener la emoción y la levantó en hombros mientras todos aplaudían y gritaban excitados.
Todo era alegría y borrachera hasta que a Chispita le dio ganas de cagar. Pidió compañía pero el gringo estaba inhalando su éter. Unos nativos se ofrecieron y ella aceptó. Desaparecieron en la oscuridad y la gente siguió brindando, fumando hierba y contando chistes. Pasó un buen rato pero nadie se daba cuenta de la hora, hasta que volvió Chispita enloquecida, desnuda y con una zeta marcada en el hombro. Entre sus gritos no se podía entender qué era lo que había pasado, pero la habían violado por delante y por atrás. Le había tapado la boca y la habían despojado de su ropa, solo colgaba el collar de pukas.
El gringo tardó un poco en entender lo que había pasado. Sacó un puñal rambo de su carpa y comenzó a blandirlo, persiguiendo nativos entre la oscuridad. Cada vez eran menos, iban desapareciendo hasta que prácticamente quedó solo intentando clavar la oscuridad. Ya entregado a la desgracia, tomó el éter y se lo metió por la nariz. Luego tomó el cuchillo, se hizo un pequeño corte en la muñeca y se lanzó al mar, donde Chispita intentaba suicidarse, entregándose completamente al mar, desnuda y bañada en lágrimas. Las olas eran bravas pero el gringo era alto y pudo sacarla. Ella lo odió por un rato pero al amanecer estaba dopada nuevamente. Se puso ropa limpia, se echó colonia al cuerpo, pero el recuerdo nunca pudo limpiarlo de entre sus cabellos.
El campamento no se echó a perder. Tomaron sus cosas y se marcharon apenas salió el sol. Los nativos desaparecieron, la playa se convirtió en un cementerio. Mientras iban alejándose, Chispita juró haber pasado la peor noche de su vida. El gringo se cicatrizó la muñeca con fuego y el filo de su cuchilla rambo, también inhaló éter hasta que el dolor se fue convirtiendo en risas endemoniadas.
Salieron de Tumbes y olvidaron un poco la tristeza. Ingresaron a Ecuador y tomaron un carro hasta Montañitas. Ahí alquilaron un cuarto con vista al mar. Todavía quedaba mucha droga por consumir, el éter lo tenía al gringo desencajado todo el día. Apenas llegaron, Chispita pidió bañarse. Aunque había tenido sexo todo el viaje por Salinas, le confesó al gringo que aún sentía el semen de los nativos en su vientre. Con los días fue recordando la escena: estaba de cuclillas esperando terminar de expulsar su caca, cuando apareció un nativo enmascarado. Ella se paró rápidamente y se subió el pantalón, él le habló en una lengua extraña mientras le iba tocando sus partes. Aparecieron más nativos y se fueron acercando, la dejaron sin ropa, le amarraron la boca y le taparon los ojos. Comenzó a sentir que le introducían un palo de madera mientras iban rezando cosas inentendibles. Ella había tenido experiencias violentas de niña, contó ahí –mientras armaban una fogata frente al mar- que su virginidad la perdió con una botella de vidrio. Tenía apenas nueve años y sintió que el mundo se partía en dos. Los de la izquierda, que siempre están buscando su propia libertad, y los de la derecha que viven asustados de todo. Ya cuando su papá le tocaba los muslos, cada vez que volvía de tomar con sus amigos de timba, se incomodaba menos, hasta que lo dejó hacer cualquier cosa y se fue a vivir con sus amigas.
Los nativos rasgaron la ropa que vestía esa noche, la dejaron desnuda y quisieron alzarla sobre un gran palo. Quisieron sacrificarla, como ofrenda al mar. El rito consistía –se enteraron después, en Ecuador, cuando una joven contó que también había sido violada en Zorritos- en que todos los nativos debían penetrar a una mujer por todos los orificios posibles: las orejas, la nariz, la boca, el sexo, el ombligo. Si tenía agujeros de piercings, estos serían penetrados también. Cuando Chispita se dio cuenta que estaba a punto de morir, intentó zafar de los manoseos, arañó todo lo que pudo y terminó corriendo hacia la nada, todo estaba oscuro, lloraba en voz alta. Hasta que encontró un poco de luz y llegó hasta el campamento. De ahí solo recuerda haberse intentado ahogar en el mar, pero el gringo la sacó cuando le faltaba muy poco para quedarse dormida en el agua. Ecuador ayudó un poco a olvidar. El tiempo lo cura todo, repetía las palabras de su padre cuando no podía recordar su borrachera. El tiempo lo cura todo, las cicatrices cierran más rápido con agua salada. El tiempo hizo lo suyo.
Lo que nunca se esperó Chispita, fue que el tiempo avanzara con el crecimiento de su pequeña pancita. Había quedado embarazada en el camino. Entonces se armó una fiesta en el cuarto, bebieron y cocinaron la cocaína. El gringo volado lloró de emoción y se sintió orgulloso de ser el autor. Por eso fue donde unos artesanos y le compró un anillo de hueso para Chispita. Se lo entregó por la noche, mientras la luna llena iluminaba sus vidas atropelladas por el camión de la desesperación.
Hubo un día en que las drogas se acabaron y las tarjetas de crédito del gringo no daban para más. Las cosas se pusieron tensas, sin éter el gringo no pensaba, y comenzó a tener problemas en los locales por las noches. Un caleño, una noche, se le acercó a Chispita, el tío era simpático y la música era de Niche, la tomó de la mano, sumercé, que cómo está usted, que qué la traía por ahí que la belleza es una sola y usté la encarna, sumercé. Y Chispita se atolondró con tantas flores que oía. Sonrió bonita, bailó pegadito y hasta se dejó respirar el cuello. En eso fue que llegó el gringo loco, angustiado por falta de éter y harto de la hierba, se sirvió cerveza y vio cómo Chispita iba mordiendo los labios del caleño. Se lanzó encima de ambos, estampó la jarra de vidrio contra el caleño y pateó a su mujer como si fuera una pelota de fútbol americano. Por la mañana su calzón amaneció empapado de sangre y su barriguita se volvió flácida y vacía.
El gringo decidió volver a Tarapoto, al centro de rehabilitación; y Chispita emprendió la retirada hasta Lima. Comenzó a ir a conciertos de rock. Ella aún estudiaba comunicaciones y se hizo muy amiga de una fotógrafa que trabajaba en una revista cultural. Paraba siempre en conferencias y eventos sociales, andaba con su chaleco de prensa y eso le permitía ir a todo sitio: desde las corridas de toros hasta los conciertos punk que tanto le gustaban. Sobre todo si eran del grupo Cáncer al huevo, donde cantaba un flaquito trovador, ya cuarentón, que basaba su éxito en su personalidad rebelde. Cada presentación era multitudinaria y la música se mezclaba con una suerte de balconazos donde Estrella, como se llamaba la joven fotógrafa, aprovechaba para registrar al poeta del rock.
Con los años se volvieron amigos de la banda, cada vez que salían de gira, solicitaban por escrito al medio de comunicación, que Estrella las acompañe en calidad de enviada especial. Así viajó por todo el país, recorriendo recitales y el pogo de los pankekes. Los productores le tenían mucha estima y la incluían en el hotel. Una habitación para ella sola, lugar donde aprovechaba para escribir poesía y dibujar en cuadernos que ella misma se hacía. Entonces se le acercó Patillas, que tocaba el bajo en la banda, porque a él también le gustaba escribir, pero en las giras a los rockeros le interesa poco leer o escribir, sólo hay tiempo para tocar. Ellos siempre andaban con mujeres dispuestas a tener sexo con la banda, tenía toda clase de licores y viandas: eran rockeros. Y cuando armaban fiestas en el hoteles, Estrella dejaba la cámara en la habitación y se sumaba a la juerga. Como era media solitaria, se juntaba más con Patillas que también era un poco retraído. Ambos comenzaron a conversar con más frecuencia de poesía. Pero lo que más compartían era la soledad.
Ella nunca había estado con un hombre. A sus veintitrés años, tenía la apariencia de haberlo vivido todo. Pero las apariencias engañan. Detrás de toda su rebeldía escondía un miedo profundo a amar. Y cuando vio que Patillas era guapo y comenzaba a alejarse de las chicas que siempre entraban al hotel, sintió que él podría ser el hombre de su vida. Entonces escribió un libro completo lleno de poemas y dibujitos. En Ica, en medio de las dunas, una tarde, mientras hacían la prueba de sonido en un estadio, Patillas le dijo que si quería ser su novia. Ella aceptó y quedaron juntarse en la habitación. Después del concierto, ya cuando los músicos estaban cansados de firmar autógrafos, la fotógrafa y el bajista se perdieron por varias horas. Mientras todo el equipo los buscaba, ellos, desnudos, se entregaban mutuamente. Estrella le confesó ser su primera vez, Patillas dijo que jamás había estado con una virgen. Se pusieron en posición y justo cuando la iban a penetrar, ella advirtió que necesitaban protección. Él dijo que en ese momento no tenía, que nunca había usado porque la verdad de las cosas era que tenía muy pocas relaciones sexuales, que la estrella del circo era el Feo, el cantante. Él y su hermano acaparaban a las más guapas, rubias, morenas, indias, blancas, europeas. Tenían mucha habilidad para lidiar con las extranjeras, que por lo general terminaban pagando la cuenta y les dejaban inolvidables regalos: guitarras, chamarras de cuero, sombreros, telas finas, libros de fotografías de los Rolling Stones. Como eran ellos quienes habían fundado Cáncer al huevo, eran ellos quienes atendían a la prensa, eran ellos quienes firmaban los contratos, eran ellos quienes decidían qué canciones tocar, qué coros debía hacer cada músico, qué vestir en los conciertos, cómo y por dónde moverse sobre el escenario. Fue el Feo quien les enseñó a sus camaradas que el rock era una mentira vestida de verdad absoluta. Una noche subieron al escenario calatos, la gente explotó en locura mientras la banda despotricaba contra el sistema, el arte, la vida, la muerte. Era rebeldía a mansalva. Comenzaba la tonada del tema más emblemático: Me quiero ir al troca. Y la gente pogueaba, se lanzaban unos sobre otros, corría sangre, chaveta, botella, muchas drogas y pocos condones. Estrella era experta en captar esos momentos de éxtasis, donde la gente dejaba todo en la cancha, como en el fútbol. Y Feo, omnisciente, casi un dios venerado, se levantaba la guitarra para que vean su pene, flácido y con frío, pero lleno de vanidad.
Al terminar ese show, las chicas querían entrar al camerino, había centenares que morían por mamarle a cualquiera de la banda. Para eso había gente como Bulto, que trabajaba como seguridad del grupo. Se jactaba siempre de pertenecer a tan prestigiosa cofradía, y en momentos como estos, donde las chicas llegaban dispuestas a ser tocadas por cualquiera de ellos, aprovechaba su estatus de rocker y también se llevaba un par de chicas para su habitación. A Feo no le gustaba tomar, más bien era de tomar infusiones. Pese a trabajar toda la madrugada, siempre estaba parado muy temprano, dispuesto a tomar desayuno y leer el periódico.
Así pasaba siempre que estaba de gira. Cuando estaba en casa, con su madre, era él quien preparaba el desayuno todos los días. Pero durante las giras, bajaba muy temprano del hotel, compraba todos los diarios y comenzaba a revisarlos uno por uno. Lo que más leía eran las columnas de trascendidos y chismes. Se divertía cómo la gente especulaba con lo ajeno. Le daba mucha gracia lo que pasaba en su país. Una que otra vez, encontraba alguna foto suya, ya sea durante algún festival o evento social. Siempre con chamarra sucia. Sonreía poco, ya la gente lo conocía en el ambiente artístico. El Feo, el que hace canciones sufridas y aparece con la Mis Teenage después del espectáculo. El Feo, el último poeta maldito de Lima, el que golpeó a un crítico en un evento universitario y salió vapuleado entre insultos de los intelectuales. El Feo, el salvaje de la melodía fina. El único que fue capaz de mandar al carajo al mejor conductor de tv. Todo un icono para los jóvenes, los que siempre se sintieron feo como él.
Feo miraba el diario cuando se topó con aquella noticia que ya había estado escuchando entre rumores: Patillas tenía sida. La noticia del diario consignaba a una fan de Apurimac que decía haberse infectado por un integrante de la banda Cáncer al huevo. El Feo recordó que todo este último tiempo, Patillas no había dejado de tomar antidepresivos, incluso al verlo tan ojeroso se le propuso tomar un descanso, al cual se negó. Dijo que estaba bien, que había tenido una fuerte gripe que no había curado bien. El Feo no le prestó importancia al hecho hasta que una noche, durante un concierto junto a Los testigos de Jehová, el público lanzó el grito de alerta: ¡Patillas sidoso de mierda! Pero nadie dijo nada.
La banda se reunió esa misma mañana para discutir el asunto. Todos estaban consternados. El hermano del Feo, que era el que más mujeres compartía, no paraba de gritar. Decidieron ir todos juntos al hospital para hacerse la prueba. Al día siguiente, una foto de la banda saliendo del examen apareció en todos los diarios: ¡Los Cáncer al huevo tienen sida!, "según fuentes bien documentadas, los integrantes de la mítica banda Cáncer al huevo, estarían infectados del VIH, luego de que se les practicara la prueba de resistencia sanguínea, donde todos arrojaron positivo al temible y mortal virus". Enterada del asunto, a la mamá del Feo se le bajó la presión y tuvieron que llamar a la ambulancia. Feo tenía más de cuarenta años, pero al lado de su madre seguía teniendo quince. Juró que no estaba infectado de nada, ni él ni su hermano. Ni nadie de la banda, ni siquiera Bulto, quien era el que nunca le gustaba usar condón.
Justamente fue Bulto quien pudo dar con la chica que había salido en los diarios. Era una joven de Huancavelica que estudiaba sociología. Había estado en el concierto de Apurimac, en el Semen Café que estuvo repleto de gente. Ella estaba enamorada de Patillas. Cargaba una fotografía publicada en los diarios, quería que se la autografíe. Así conoció a Bulto, con quien tuvo relaciones para poder llegar al bajista. Ya en su habitación, la muchacha esperó desnuda. Al principio se asustó un poco, pero Patillas sabía mantener la calma. Ella se llamaba Cielo y quería volar. Había una canción de la banda que le gustaba mucho: Muérete hijo. Sobre todo porque acababa de tener un aborto hacía meses, por culpa de un pastelero que se burlaba de ella por chat. Cada vez que los Cáncer al huevo tocaban ese tema, Cielo se acordaba del bajón. Y Patillas había escrito la letra, era su único aporte creativo a la banda. Pero funcionó. Patillas intentó sacarla de la habitación pero entendió que la joven no se iría sin hacerle el amor. Salió del hotel al amanecer, cuando la banda roncaba opulenta de localidades agotadas.
Los resultados dieron negativo para todos, pero a Patillas le pidieron que se quedara en privado. Quien más lloraba de alivio era Bulto, que ya se veía muerto en vida. A Patillas no lo volvieron a ver más. Todos fueron a su casa para hablar sobre la noticia. Cuando llegaron, él se había ido fuera de Lima. Su madre dijo que miles de fans habían ido hasta la puerta para increparle su enfermedad. Le tiraron atún y una guitarra prendida. Había varias chicas que decían haberse acostado con Patillas. La prensa filmaba todo el día su casa, hasta que decidió alejarse.
Los cáncer al huevo convocaron a una conferencia de prensa y anunciaron que Patillas ya no pertenecía a la banda, que era portador del sida y que invocaban a las mujeres que habían estado con él, que se reporten. Pero la única que había estado con él había sido Estrella, que acababa de ganar una beca y se había ido a estudiar a Estados Unidos. Al día siguiente, a la oficina de la banda llegaron miles de chicas fans de la banda. Había abogados, más prensa, más fotógrafos. Al Feo lo buscaban para demandarlo. A su hermano para matarlo.
Al salir del hospital, su madre recibió una silbatina tremenda de parte de cristianos fanáticos que fueron a amedrentarla. Le tiraron condones usados como protesta mientras ella se desdibujaba en una silla de ruedas. Su hijo no era un delincuente. Sus hijos no eran delincuentes, son rockeros. Pero la fanaticada pedía sus cabezas.
Desde lejos, Patillas intentaba comunicarse con Estrella. Ella también se había hecho la prueba, pues así se lo pedían en la beca. Nunca hubiera pensado que jugaba con su vida ese día aquel que se entregó a Patillas. Ya en El Paso, California, Estrella buscaba hacerse un camino como estudiante, como artista. Tenía ocho meses para estudiar, con opción a calificar en alguna productora multinacional. Ella se enteró de lo que pasaba por internet. Se volvió a hacer la prueba y arrojó negativo. Él no lograba conseguir su teléfono porque la familia de Estrella no quería saber nada de los Cáncer al huevo. Ya habían visto suficiente y la foto de su hija salió como presunta portadora. Al tiempo, ella lo llamó desde Nueva York. Patillas le pidió perdón y le pidió ayuda. Quería ir a buscarla pero en la situación que vivía era muy mala. Estaba en la selva, viviendo en un hospedaje de cinco soles. Los mosquitos se lo estaban comiendo vivo y la enfermedad ya le estaba haciendo un cuadro bronquial.
Una productora de tv lo encontró allá en la selva. Le propuso hacer un negocio para conseguir financiamiento para solventar su enfermedad. A la semana siguiente, denunciaron en los noticieros que Patillas había sido víctima de discriminación por ser expulsado de la banda. Tomaron su caso e iniciaron las acciones. La opinión pública se puso de su lado y comenzaron a ver al Feo como el traidor. Antes de llegar a la corte, el manager de los Cáncer al huevo le otorgó un seguro médico, además de un compromiso de hacerse cargo de él hasta el final. El juicio duró un año y los discos de Cáncer al huevo se vendieron como pan caliente. feo aprovechó la audiencia para editar quince discos solista, con canciones que tenía guardadas desde niño. Todo se agotó. Incluso, Patillas también aprovechó para hacer una banda y hacer algunos conciertos. El único bar donde fue admitido fue "El Pastel", que estaba a punto de casarse con "La ojo de uva" por civil, pues su barriga se estaba haciendo notoria y Chispita necesitaba explicarle a su padre anciano que sería abuelo de un criter. A pesar que Pastel sabía que su hijo iba tener rasgos de muchos de sus clientes, estaba dispuesto a vivir la vida como viniera. Ya los errores cometidos lo habían hecho cambiar, recapacitar. Chispita sería su mujer para toda la vida. Y estrella se haría profesora universitaria y ganaría concursos de fotografía. Y feo seguiría vendiendo discos y generándo escándalos, golpeando periodistas y cautivando niñas virginales. Y Mapi volvería a la cárcel diez veces más y nunca aceptaría que es más feliz viviendo allí que junto a su abuela. Y Chispita lavaría ropa toda su vida, como lo había pronosticado su madre desde los Estados Unidos. Mientras yo sigo suturando la cicatriz de mi cara frente a la pantalla e intento olvidarme que no tengo nada que contar.