De más hablar de la revolución creada por este exitoso glotoncito que inundó los medios de comunicación con su uhmm, riquísimo. Es un ejemplo de éxito para los emprendedores. Para los jóvenes, un héroe vocacional. Para los padres, un ejemplo a seguir y para las mujeres un desperdicio de hombre.
Sobre todo porque propuso un nuevo perfil profesional para el país, en una cocina, donde sólo entraban las mujeres que no estudiaban y su sazón dependía del humor del marido. Ahí apareció este gordito enrulado, un poco empujado por defender su hombría y otro poco porque sabía que la carrera de chef era el futuro del Perú.
Lo malo fue que nunca le creí su rollo. Siempre terminaba angustiado al ver su programa de cocina, esperaba algún día verlo fruncir el ceño y gritar agggg. Pero todo le gustaba en la tele. Amaba el Perú.
Yo siempre he tenido fe en mi país, desde mi actividad, la palabra, siento que he contribuido en algo. Fundé un pasquín literario primero, luego dirigí un periódico gratuito por años, tiempo en que aprendí lo mejor del oficio del escritor. Entonces las universidades comenzaron a valorar ese trabajo y me comenzaron a invitar a eventos de emprendedores, de casos de éxito. Lo irónico era que la empresa en la medida que mejoraba el producto, los números no mejoraban.
La empresa quebró justo en uno de mis viajes a provincia, cargado de periódicos para repartir. A lo largo de 16 páginas brindábamos información turística para jóvenes, incluida la gastronomía. En medio de los universitarios que nos recibían con alegría y calor recibimos la noticia, mi fotógrafo, la publicista y yo. Habíamos quedado desempleados en medio del estrado mientras recibíamos la curiosidad de los estudiantes: ¿cómo hacen para ser tan exitosos? ¿Cuánto ganan?, etc.
Todo era una farsa. Todo es una farsa, lo seguirá siendo. Siempre decir que gozas de un éxito tremendo, cuando en realidad no has desayunado bien y debes seguir tecleando palabras para buscar qué comer. No había que decirles a los ilusos muchachos que comíamos plátanos durante el día para poder soportar el hambre. No, eso era fatal, decía la dueña. Había que sonreír y hablar bien de la situación por más mala que estuviera.
Esa vez, en el evento en provincia, también estaba Gastón, compartimos una mesa de ponencias de productos emprendedores, estaba su programa de televisión, estaba la revista de literatura periodística más famosa y estábamos nosotros, el primer periódico gratuito del país.
Terminado el evento, nos acercamos a Gastón y le pedimos hacer una foto leyendo nuestro periódico. Se negó rotundamente, eso cuesta, dijo y nos dio su gran espalda agitando sus rechonchos cabellos. Apenas nos hizo ese desplante llamó la dueña a contarnos su decisión: ya no iba poner más dinero y estaba harta de nuestros viajecitos a provincia, donde éramos los únicos en la empresa que recibían el reconocimiento.
Fue la última enseñanza que recibimos del periódico, nos la dio Gastón. Todo cuesta y cuesta plata. Por eso será que sus platos siempre son tan diminutos, en su imaginario culinario no existe lo taipá. Pero sus cachetes lo delatan. Se la come toda en la cocina, cocinero incluido.
Por eso Gastón, sirve bien, pezweon. Y la próxima, déjate tomar la foto, atorrantazo.