El día que me enteré que mi amigo Romero estaba mal de salud y podía morir me fui a un burdel / Usualmente pago una sola chica pero esta vez lleve dos al cuarto / Igual no sirvió de nada porque me quedé dormido y se llevaron mi celular. No importó / Ya de un tiempo a esta parte ya no me interesa nada, ni la hora ni las fechas, menos trabajar o asumir alguna responsabilidad como tener familia. Nada me interesa, la vida es un transcurrir de páginas de mi propio libro, lo demás ya no me interesa / Al parecer a mi mejor amigo tampoco / porque a los mese nos encontramos en Madrid y fumaba sus habituales veinte cigarrillos diarios, la transfusión de sangre lo cambió y se volvió mujeriego, entonces nos fuimos juntos a Ámsterdam y repetimos el tour José María Arguedas que hicimos en Chimbote.
Romero antes de irse a Europa publicó un libro, una biografía de 600 páginas del poeta Luchito Hernández, quien estudió con mi psiquiatra en la facultad de medicina. Cuando el libro salió a la venta lo llamaron de Chimbote, para presentar el libro ahí.
Romero pidió que me incluyeran en su presentación con mi libro Barrunto que acababa de sacar tu tercera edición. Nos fuimos a Chimbote en bus, unos días antes que se vaya del Perú definitivamente.
En Chimbote el editor le dijo que su libro valía oro y que tenía que conocer a María Arguedas desde Chimbote. Nos llevó a un burdel llamado el Tres Cabezas, o la Santa Cede, como lo llamaban ellos. Arguedas escribió su último libro. El zorro de arriba y el zorro de abajo ambientado en Chimbote, mientras iba anunciando su suicidio. Lo mejor de su obra, vapuleada por Cortázar, acusada de indígena e indigna, se dio a través de las caricias de una prostituta, aunque no logró salvar la tristeza de Arguedas. La novela acaba con un balazo que se dio en la sien el Tayta Arguedas, en la universidad Agraria. Siempre que he vuelto a Chimbote, he visitado ese burdel y he hablado con las putas que atendieron al maestro Arguedas, alguna vez pensando tercamente que la sabiduría me entraría por esa vena, por el conducto seminal.
Luego, ese burdel el Tres Cabezas, fundó una biblioteca ahí adentro, convirtiéndose en la primera biblioteca burdel del mundo, en Chimbote.
Unos días antes de ir a Madrid, Romero me pidió que vaya a la casa de sus padres y recoja un encargo. Es difícil ir hasta la casa de sus papás porque viven en lo alto de un cerro exclusivo y yo no tengo auto, un taxi es demasiado caro así que toca caminar bastante. Cuando llegué, la mamá de Romero me entregó una bolsa con dos muñecas cosidas a mano, para sus nietas. Luego me pidió que le haga un favor y le haga llegar a Romero un abrazo. Entonces me abrazó fuerte y se puso a llorar, me habló al oído y me dijo cuánto lo quería.
Al volver, bajando el cerro, no podía dejar la emoción, la señora me había pasado sus lágrimas. Y cuando llegué a Madrid lo primero que hice al ver a Romero fue decirle que su viejita ya estaba media loca. Que se había emocionado y que le enviaba un abrazo emocionante. Romero estaba preocupado porque por la noche tenia un evento de jazz, donde tenía que tocar la batería y necesitaba un terno negro. Lo ayudé a buscar un terno de alquiler.
Yo tuve que viajar a Luxemburgo a una charla académica, me quedé en casa de Leli y ahí vivía Isabel. Ella es nicaraguense y tenía mucho picante al hablar. Ambos compartíamos el tercer piso. Pero cuando yo llegaba ella ya se iba, solo coincidimos el fin de semana que tocó irnos a las afueras de la ciudad. Llegamos a Trier, a la casa de Marx. Luego comimos algo típico de Alemania, era oktober fest. Isabel me habló de su familia. De su país, de lo rico que es el merengue y el ron. Con ella nos fuimos al bar cubano de Luxemburgo, en una zona roja, pero la ciudad era demasiado tranquila para mí que necesitaba drogas para sentirme vivo muriendo de a poquitos.
En el bar cubano había una mujer blanca, delgadísima, con un vestido verde. Comenzó a mirarme, me sonrió e Isabel me dijo que vaya, me animó a acercarme y sacarla a bailar. Pero me ganó el miedo escénico. La sacaron a bailar, un nigeriano, y no volvió más.
Isabel me dijo que las oportunidades no pasan siempre y uno debe estar listo para atacar a su presa. Cuando volví a Lima Isabel me siguió escribiendo, me contó que la había vuelto a ver la flaca del vestido verde, esta vez bailando con un marroquí. Me dijo que en navidad iría a su país a conocer a sus nietos.
Mi mamá me dijo hace unos días que a mi tía la tenía que operar, entonces me fui al burdel también buscando saciar mi tristeza, pero termine mal, ebrio y mentando la madre a cualquiera, terminé golpeado y me reventaron el ojo. Tuve que volver a mi casa sangrando. Yo le dije a mi mamá que me ayude a cerrar la herida, pero esas cosas solo cierran con el tiempo.
No hay cura más sabia que el transcurrir de los segundos.