Entrevista con la cosplayer Tania Salcedo |
La vida está hecha de oportunidades. Tú ves si las utilizas o las desperdicias. Cual delantero con la nueve en la espalda, las ocasiones de gol están ahí, somos los que fallamos, somos los que tocamos la gloria o nos hundimos en el fracaso.
Tú decides, por más que te la pases echándole a culpa a todo, el autor de tu destino eres tú mismo.
A mí por ejemplo, se me pasaron tantas oportunidades que me quedé solo. No hay opción a reclamos. Pero pude haber iniciado una carrera en el mundo televisivo cuando me ofrecieron una recomendación. Entonces me pidieron por correo mi curriculum para referirlo al gerente general de Panamericana Televisión. En esos tiempos, aún de Genaro, era conocido que era un lugar de trabajo un tanto informal. Para colmo, uno de sus periodistas de apellido de fiesta electrónica, hacía un enlace en vivo cuando un ex trabajados irrumpió en la toma y con un cartel que decia GENARO PÁGAME, acaparó la imagen a gritos exigiendo que le cumplan con su sueldo.
Yo ya trabajaba en la revista Gente, tenía contrato y gollerías porque aún estudiaba. No ganaba mucho pero la riqueza venía de la experiencia que obtenía cada día que no llegaba a casa y me quedaba bebiendo tragos de canje publicitario. Yo creía que crecía. Por eso me sentí en confianza al detallar en aquel correo en que me pidieron mi CV para referirme al canal, que no estaba intereado porque era un lugar de 'cabeceros y ladrones'.
Pero el correo que me pidieron fue reenviado incluyendo el mensaje insultante. Y el gerente lo recibió y devolvió el correo respondiendo que cómo le iba a dar cabida a un sujeto que pensaba que era un canal de cabeceros. Y perdí mi oportunidad de iniciar mi carrera en un canal de televisión.
No pasaron muchos años y la soberbia no se me iba. Porque una profesora del taller de periodismo vio que tenía destreza para escribir. Entonces me propuso ir al diario Gestión, me dijo que tenía que ir tal día a tal hora, pero no fui. Es más, ni le presté atención al dato. Yo era poeta, yo ya había publicado, tenía pluma, pero era un huevón más. Como cualquiera.
La profesora nunca me perdonó el desplante. Pude haber iniciado mi carrera en el mundo de las finanzas, periodismo económico, segmentado hacia la gente que toma decisiones, pero preferí quedarme en el parque drogándome pensando que era intelectual.
La vida se pasa aprovechando y desperdiciando oportunidades. Yo vivo con mi madre a pesar que mi generación ya es abuela. Amigos míos ya suben fotos con sus hijos profesionales y con nietos radiantes. Yo me paso la vida regalando likes por el ciberespacio. Buscando algo que realmente me conmueva.
Mi mamá había enfermado y tuve que acompañarla día y noche. Entonces ella dejó de cocinar y yo me hice chef de barrio. Pero también había que barrer y limpiar todo el departamento. Apenas iba a colapsar a mi mamá le vino una hiperglicemia que la desmayó mientras se duchaba, yo no me di cuenta que tenía hora y media en el baño y el agua caliente de la terma se había consumido hacía mucho, por lo que además de la efervescencia de su azúcar se le había hecho un cuadro de hipotermia por el agua que inicialmente estaba hirviendo y luego se fue poniendo fría.
Para poder sacarla del baño tuve que levantarla en peso y con toallas y una secadora de pelo fui tratando de reanimarla, mientras venía la ambulancia que ya mis hermanos enterados del hecho gestionaron. Lo que vino después fue ambulancia, exámenes, copagos, esperar sin que nunca más te llamen. Entre que la tuve que cargar a mi mamá y le dijeron que debía quedarse unos días internada, yo había sudado tanto que me entró aire y me enfermé. Y así tosiendo seguí apoyando.
Al segundo día de estar en la clínica, por la noche recibí la llamada del doctor. Me propuso trabajar para el presidente del sombrero. Te interesa o no. Me planteó el doctor. Entonces dejé a mi madre encargada con mis hermanos, desempolvé mi terno que prácticamente usaba para velorios, y fui al día siguiente al ministerio más grande del Perú.
El doctor me llevó en cuestión de horas frente al flamante ministro de transportes. Aunque me embargaba el miedo, había un fuego dentro mío que me hacía encarar la situación con harta cancha y harta concha. Estaba decidido a asumir lo que me ofrecieran, tenía mis títulos y mis galones profesionales. Pero el asumir un cargo de confianza con un ministro de Estado era algo nuevo para mí.
Cuando lo tuve en frente, mi propia experiencia llevó la situación a conseguir su confianza. Y por ende el puesto de trabajo.
De ayudar a mi madre a arreglar su cama y ayudarle a secarse los pies pasé a tener 55 personas a mi cargo, una secretaria y tres coordinadores. Y mi terno de velorios seguía oliendo a guardado, pero mis ideas estaban candentes llenas de fuego. Mis ideas estaban afiladas y toda la experiencia que cargaba de todos los años que he sido director o líder de proyectos me abastecían la confianza.
Mis hermanos se hicieron cargo de mi viejita. Pero mi hermano el negro me fue a recoger la primera noche que asumí el cargo bajo resolución ministerial, ya era más de la medianoche y seguía firmando documentos que me ponían en frente y yo, cual Salvador Dalí, firmaba de manera industrial.
Cuando pude salir del ministerio subí al auto de mi hermano que está polarizado y yo parecía relamente un político consumado que entraba a su auto blindado, su cofre. Me dijo si quería comer algo o si me llevaba a mi casa. Pero le dije que quería ver a mi mamá. Quería contarle que había llegado mi momento.