Apagó la luz y le hizo gracia al estúpido. Había bajado la palanca general del edificio y el ensayo se tuvo que cortar. Justo esa noche había llegado un grupo de líderes de la barra brava. Fueron a ver con mucha curiosidad eso que ya salía en los medios de comunicación y le llamaban la primera obra de teatro del Alianza Lima.
El guachimán del local me había comentado que vivía lejos y que la prioridad era salir diez en punto de la noche del espacio, dejar todo porque tenía que caminar rápido hasta el tren eléctrico.
Además, ya estaba harto de los ensayos. Yo lo entusiasmé con que la gente que venía eran actores de novelas de la televisión, que podía tomarse fotos con quien quisiera. Pero a cierta hora ya no le interesaba más que irse a su casa. Peor aún, era hincha del Cristal. Tremendo pavo.
Pero esa noche la gente de la barra se entusiasmó y mandaron a comprar cerveza para alucinar bien el ensayo. Era una mancha de cuatro amigos, un gordo que manejaba la camioneta, y tres representantes.
Les faltaba un par de escenas para terminar y se apagó la luz justo a las diez de la noche. La productora batalló el reclamo. Pero afuera ya estaba serenazgo, porque ya eran varias semanas que la bulla salía cada vez más fuerte, con el sonido grueso del bombo y los cánticos que se replicaban en la adaptación teatral de Barrunto.
Si una noche habitual cuando acaba el ensayo se juntaba la banda para conversar afuera en la puerta, esta noche con la visita de la barra había más gente. Además estaban mis invitados que siempre llegaban para auspiciarme la cerveza.
Esa noche también estaba Rombero que había llegado de Irlanda y cuando nos botaron del edificio por presión de las vecinas, nos fuimos a Barranco y nos auspició el fiambre para todo el equipo y las gaseosas. Valió el gesto y se le perdona lo que hizo después porque cuando fue a ver la obra llegó totalmente intoxicado de guisqui etiqueta azul. Venía de un almuerzo y estaba feliz, se sentó en una buena ubicación, pero al momento que apagaron la luz se quedó totalmente dormido sentado boca arriba. La productora me llamó de inmediato que mi invitado estaba roncando tan fuerte que los actores se estaban incomodando en plena función. Yo dije que lo saquen nomás, igual lo esperé afuera porque yo siempre estaba en la puerta. La obra me la sabía de memoria, la conozco desde hace 23 años que la creé. Pareciera que la dormida de Rombero en plena función fue una clarinada de alerta porque después las siguientes funciones fueron desastrozas en taquilla y se tuvo que suspender una fecha.
Lo peor de todo fue que nos regresamos en el mismo taxi con Rombero y en el camino le dio los diablos azules y quería regresar a patear la puerta del tearro. Que qué chucha se habían creído que él era el biografo del poeta Luis Hernández Camarero y tanta vaina. Luego se quedó jato y lo tuve que embarcar con el taxista. Al día siguiente palteado se disculpó y que igual estaba de puta madre la obra, porque había estado en los ensayos.
En la oscuridad, mientras salían los actores y la barra del edificio, los comentarios eran positivos. El que manejaba, el gordo Mochica, también se fue contento y lo vimos más contento aún durante la temporada, porque fue varias veces. Usualmente llegaban una hora antes para arengar algunos cánticos, y te dejaban al elenco electrizado, era energía que te pasaban.
Cuando terminó la temporada teatral a lleno total, luego perdimos la final con la U y mataron al amigo Mochica a balazos.
Eso de la violencia en las barras no me ha sido indiferente. Un taxista mientras me llevaba me dijo que no permitía que sus hijos se pongan la camiseta del Alianza. Estaba prohibido. Él había sido líder y sabía que la vaina es seria. Se tuvo que ir de su barrio porque mató a un hincha rival. Tenía dieciocho años recién cumplidos, batuteaba desde los diecisés.
En el cono sur, en una batalla en un puente, era él o yo. Me dijo: sacó un cuchillo y yo tenía una cadena larga. Metió un zarpazo y resbaló, entonces lo empujé y le enrosqué la cadena, quedó colgado en el puente.
Uno puede pensar que ese acto te da galones en la estructura. Te empodera. Pero en adelante su vida fue un calvario. Vivió un año escondido y luego se metió al servicio militar. Se borró dos años y ahora vuelve al barrio caleta. Prefiere que sus hijos no sean hinchas de ningún equipo. Él sabe que debe andar con cuidado de por vida.
A la obra también asistió Walter Oyarce. Nos tomamos unas fotos. El señor sabe de mi trabajo, una vez le pedí que presente la versión comic de Barrunto en el 2015. Pero declinó porque estaba en un juicio que podría (el gesto de presentar un libro sobre barras de Alianza y la U) ser usado en contra de su estrategia legal. Ya habíamos tenido contacto por escrito, por mail, le había compartido mi libro Barrunto y sabía que trataba de un hincha de Alianza que muere después de un clásico que, aunque pierde Alianza, nadie gana.
Yo recuerdo que cuando ocurrió lo del asesinato de Walter Oyarce en el estadio de la U me deprimí y terminé internado dos meses. En ese trance escribí un poema que se titula 'toco y me voy'. Toco y me voy, toco y me voy y me alejo del tumulto, me alejo del mundo. Dedicado a los hinchas que mueren gritando en los estadios malditos.
Todo eso le conté al señor Oyarce. Una vez, en un partido del Alianza en Matute se sentó a mi costado. No nos conocíamos en persona, no cruzamos saludo, aunque me preguntó algún cambio porque vio que tenía una radio oyendo la transmisión.
Para alguien como yo, que soy sensible a la belleza y ama la cultura del pueblo, los cánticos del fútbol, la fiesta del pueblo, me apena que se haya perdido o distorsionado el sentido del verdadero hincha.
El fundador de la barra del Alianza Lima es Manuel Feijó y murió en el Fokker. En la tragedia murieron once barristas que acompañaron al equipo.
Esa era gente que daba la vida por Alianza, iban a alentar a los calichines pero también al voley. Uno de ellos, Chaveta, fue al ensayo también. Nos contó que una vez yendo a Arequipa, llegaron tarde y el chofer ya no quería seguir el camino. Entonces ellos tomaron el control y llegaron con el bus hasta la puerta del estadio. Sin entradas, entraron a la mala y Alianza ganó dos a uno. Eso era Alianza.
Desde el apogeo de la delincuencia en las barras de fútbol, la rivalidad se ha vuelto sangrienta. Endiosan a gente que mata en nombre de los colores de un club. Se denigran día a día. Ya la muerte aparece en televisión a detalle. Uno no sabe si los delincuentes que se fueron insertando en las barras también son parte de la gente que dirige los clubes más populares del Perú. ¿Hasta qué punto puede uno actuar como hincha en un cargo ejecutivo que requiere razonabilidad?
Ningún dirigente fue a ver la obra de teatro. Solo recibimos apoyo de la barra que se puso la camiseta, nos apoyó en la parte artística y en la parte emotiva. Y de los líderes que pude conocer, gente amable que jamás oí decir o referirse a los barristas contrarios con desprecio. Sin embargo hoy en día hay hinchas que han combinado su pasión con el rencor y la venganza. Camuflan sus frustraciones y creen que el único rival es el hombre muerto. Entonces los ves justificando torpezas dirigenciales en redes, pero nunca ponen su nombre porque trabajan en el estado o en alguna transnacional y deben cuidar su imagen. Son los tira piedras de saco y corbata que ahora batutean el Alianza Lima y cuyo universo se remite a competir con la U. Poca ambición que tienen y que siempre nos dejarán luchando la baja. Los traumas de los dirigentes barrabravas se han institucionalizado. Yo quisiera que se simente la mística intercontinental, pero la visión es reducida.
Cuando mataron al gordo Mochica recordamos entre la producción que igual pasó cuando se presentó la obra por primera vez en la casa España. Por descuido y abuso del alcohol se perdión un cajón peruano de una marca carísima. El músico de la obra, el maestro Ger, aunque tampoco es hincha del Alianza y es del Rímac, lo hizo por amor al arte y a la música. Entonces yo para calmar su preocupación por la pérdida/robo del cajón lo iba a pagar yo.
Esa presentación en el año 2019 fue austera pero pude financiarla. Pero lo del cajón no estaba en el cálculo.
Nos fuimos con Ger a San Juan de Lurigancho a la misma fábrica. Nos atendió el luthier y nos mostró unos cajones que estaba haciendo para Alex Acuña. Todo era calidad, una maravilla, y Ger encontró el modelo que se había perdido. Costaba un huevo de plata, saqué de dos tarjetas de crédito y pudimos sacarle el cajón.
A los pocos días, el luthier apareció en los noticieros, lo habían asesinado a balazos mientras esperaba a sus hijos en la puerta del colegio. Barrunto, dijimos por interno. Sabíamos que cada cosa que hiciéramos en nombre de los colores gloriosos de La Victoria, algo ocurriría. Por eso cuando acabamos la temporada ya nadie quiso volverse a ver, pero la muerte del gordo Mochica nos volvió a unir por chat. Varios me habían bloqueado de sus redes y yo a ellos también. Para el partido de la final en Matute, como ocurrió en el 99 que me inspiró a escribir Barrunto, el clima no estuvo bueno. Decidimos juntarnos en las afueras con la producción y con el actor que me interpretó en la obra. Juanjo y Juanji. El actor es famoso y a cada rato se le acercaba la gente para tomarse fotos con él.
No pudimos ver el partido del todo porque los televisores estaban llenos de gente, y todo sonaba mal. La cerveza se acabó y solo daban cerveza caliente, la gente se impacientó y llegó el primer gol. Desatención del loco Del Mar y la foca fue a cobrar. Luego, la fatalidad. Del Mar se sale del arco y apura a Sandro Baylón para que saque rápido el tiro libre. Pero Sandro había planeado otra jugada y sin querer se la regaló a Esidio y la metió con el arco vacío. Y el final, un tiro libre de Chemo. Ahí acabó todo. El milagro iba a ser imposible porque ese día no salió el sol. Como 24 años después. Barrunto, presentimiento de que pronto llegará la separación. Baylón se fue caminando expulsado minutos antes de que acabe el partido de vuelta. El gordo González blandeaba un papel higiénico. El descontrol fue inminente y los balazos también.
Nos preguntamos con la producción y el director de la obra si las similitudes son casualidad. ¿Quién apagó la luz a las diez de la noche? Fue el guachimán que era hincha del Cristal. Nos botaron del edificio y afuera nos esperaba el serenazgo junto con un grupo de tías en bata de noche que querían que nos larguemos de su vecindario que habíamos maleado con los cánticos barrabravas. Amenazaron con llamar a la televisión. Nosotros vimos eso con buenos ojos, pero al dueño del edificio para nada. Nos botó de inmediato. Lo único que le pudimos pedir es que vuelvan a prender la luz para sacar nuestras cosas.