lunes, agosto 12, 2024
sábado, agosto 03, 2024
SIMPATÍA POR LA DERROTA
Que maravilloso debe ser ver y escuchar al argentino Bielsa. Engrandece al ser humano de a pie, los que nunca ganamos nada. Te enseña a tragar la derrota con dignidad, escupiendo rencor. Para mí el fútbol es el reflejo de la vida misma. De chico me hice arquero por necesidad de seguir siendo parte del juego colectivo. Con el Centro Iqueño jugamos la Copa de la Amistad y el campeonato AFIN. Usualmente, perdíamos. A veces por goleada, otras de forma ajustada. Yo era arquero suplente. Entrar a la cancha me producía un tremendo nerviosismo. Un partido, contra el Zúñiga, sacamos un empate y fui la estrella junto con Soriano. El sambo jugaba de marcador derecho y pasamos todo el tiempo pasándonos la pelota, del arquero al defensa, y del defensa al arquero. Salvo algunos ataques que la suerte desvió, el partido quedó cero a cero. Un par de años después todo el Zúñiga se pasó al Defensor Lima y jugamos un amistoso que terminó nueve a uno. Cuatro le metieron al titular y cinco a mí. De paso, el loco Barraza le rompió la pierna al chino Perata, el marcador izquierdo. No jugó la Copa de la Amistad. Para mi mala suerte, al arquero titular le dio varicela y tuve que entrar a la cancha.
En el Cantolao jugaba Rebosio y, en el Cantolao B, Cuto. Ya verlo como rival daba miedo. La jugada con Soriano, de hacer tiempo pasándonos la pelota, no se podía hacer porque venía Cuto y te la quitaba. Metía gol fácil. Yo me volteaba nomás, le tenía miedo a los pelotazos. Luego, nos tocó el Cristal donde jugaba el cóndor. Nos clavaron cinco. De esos cinco goles, me comí tres yo. Di vergüenza, el cóndor de mierda se descolgaba mientras la tribuna deliraba. Apenas pisaba el área descargaba el bombazo. Menos mal que volteé la cara porque me la hubiera destrozado. Pero la pelota me cayó en la mandíbula y me movió una muela. Me sacaron del partido y me fui aplaudido.
Así estuve años, aprendiendo de las derrotas. Un partido en el Lolo de Breña, la cancha estaba mojada y las partes de tierra se habían convertido en barro y charcos. Jugar contra la U era más duro que el Cantolao, que el Zúñiga o el Cristal. El Alianza y la U ya eran palabras mayores. Para ese entonces la trampa del offside se había puesto de moda, pero nos salía mal. Entonces un nueve se quedó solo frente al arco y a mis miedos. Salí a barrerlo pero me dribleó sin problemas y siguió su camino al arco solo. Cruzó el punto de penal y desde la tribuna ya gritaban el gol. Pero el delantero al perfilarse para patear se resbaló y cayó al barro. Yo aún chorreado en el suelo tuve tiempo para reaccionar y darme cuenta que la vida es tan compleja que te da las oportunidades en el momento menos pensado. Uno tiene que estar listo para ese momento. No podía perder tiempo pensando, había que actuar y me levanté. Corrí hacia el balón y me lancé nuevamente al barro. Atrapé la pelota e impedí que mi arco sea batido. Me recuperé y agarrá confianza. Igual perdimos obviamente, sin embargo, son momentos que sirven para marcar tus propios hitos, como clavar una estaba en la montaña para seguir ascendiendo.
Dejé el fútbol aburrido de perder tantas veces. Los momentos de triunfo fueron contados con una mano. Lo demás, fue soportar la indignidad.
El primer gran reto como pre adulto fue postular a la universidad. Tiempo en la academia donde me fui conociendo como un ocioso distraído. Tardé varias semanas en entrar en ritmo preuniversitario. Cuando me sentí que podía competir ya el examen estaba encima. Nunca di con puntajes para ingresar, igual di el examen a la U de Lima, tenía diecisiete años y quería descubrir toda forma de romper la ley. Por eso cuando acabó el examen, desde las nueve de la mañana, me puse a celebrar, pensando que iba a ingresar. Mi causa pescao se sentaba al último al igual que yo, era su segundo intento de ingresar. Hacia el mediodía ya estábamos bastante borrachos. A la hora de la publicación de resultados, las tres de la tarde, era un momento borroso para mí. Llegamos a la reja donde todos se apretaba por ver sus apellidos ahí. Pescao ingresó. Yo ni siquiera estaba en los últimos. Acababa de llegar la televisión, las cámaras de ATV registraron a un joven tirado en el jardín junto a la U de Lima llorando, jalándose los pelos, revolcándose de dolor por no haber ingresado. "Es la juventud ansiosa de triunfos", pusieron en el noticiero.
Una semana antes había acompañado a mi otro causa, mosqueao, a ver los resultados de la Católica, donde había postulado. Lo acompañamos una mancha del barrio, yo fui a ver sus resultados y leí mal, pensé que había ingresado y lo felicité. Mosqueao confió en mí y no revisó sus resultados y comenzó a recibir felicitaciones. Pasó su profe de la academia y se sintió orgulloso de él. Menos mal que no le comenzamos a cortar el pelo. Hubiese sido, peor porque cuando se dio cuenta la realidad me miró con ganas que me pasara algo malo. A mosqueao, y a mí también a mi manera, le marcó esa vaina. Lo ayudó a no confiar en nadie nunca más. Cada vez que lo veo, porque lo entrevisto en mi programa cuando puedo, le pido disculpas por haberlo cagado en su fallido ingreso a la Católica. La siguiente semana ingresó a la de Lima y yo salí en televisión derrotado.
A la siguiente semana era el examen de la Richi, mi papá contrató unos profesores para reforzar la parte numérica, de paso me aconsejó que pase lo que pase, los resultados debían esperarse en familia, en confianza, sin tomar mucho. Ingresé en primeros puestos, mi papá puso unas buenas cajas de cerveza y llegaron mis amigos para celebrar. Estuve tres años en la universidad, tiempo que la pasé muy mal porque no entendía nada, y aceptar que mis fortalezas iban más por el plano creativo que el sistemático fue una confrontación conmigo mismo y mi familia. Hasta que claudiqué y renuncié a seguir estudiando. Estuve medio año en blanco y pude reinsertarme en una nueva facultad, no me reconocieron mis créditos y tuve que empezar de cero. Mi primer apodo en el salón fue abuelo.
En la facultad de comunicaciones descubrí mis ambiciones, la literatura, el periodismo, viajar. Eso me ayudó a escribir y emprender mi propio camino como autor. Publiqué un libro, luego otro. Me contrataron en algunos medios, tuve oportunidad de ser académico, lo cual también me hizo dar cuenta que no servía para científico. Algunos intelectuales valoraron mi narrativa y me invitaron a hablar en distintos institutos y universidades. Luego me invitaron a Europa, lo cual me hizo atractivo laboralmente al volver. Por un tiempo me aluciné ganador. Aluciné, que tenía el poder. Pero me peleé con el jefe que me contrató, creía que con la liquidación podía sacar un nuevo libro (El artista de la familia), y seguir a flote. Me tenía confianza como escritor.
Yo pensaba que mi talento me hacía notar y me inscribí a un concurso de creación de cuentos en vivo. Era una competencia entre dos escritores enmascarados. Me encantó la propuesta y comencé a alucinar cómo sería si ganaba. La primera fecha fui solo, no le dije a nadie para no crear espectativa. Gané a mi rival, el público asistente al bar hizo notar mi destacada participación y me volví en un buen semifinalista.
Para la fecha eliminatoria llevé a mi batería, el chombo, el waro y sustancia. La cagué porque me puse a tomar antes del show y yo cuando tomo pierdo la lucidez. Mi rival era un publicista que arrolló mi cuento con una prosa recontra cortaziana, full elementos literarios que yo no manejaba, me quedé haciendo mi hauchita, mi taquito, mis maromas de pelotero de fútbol peruano y el era bembapé. Me fui derrotado, me tuve que quitar la máscara y descubrir mi identidad. La gente me abucheó y mis amigos se cagaron de risa. Me fui con el amargor en la garganta. Mientras chombo me contaba que él había sentido lo mismo en un torneo de frontón en su barrio de Los Olivos, pensó que podía encontrar un talento escondido como paletero deportivo. Lo quise mandar a la mierda, pero estaba destruído. Me fui a mi casa y a los días me di cuenta que mi editor llevaba tres meses sin cumplir en imprimir mi libro, y la chamba no llegaba, se olvidaba de mí la gente, mis lectores ya no existían. Caí en un ambiente derrotista que me hundió en pleno invierno. Solo en cautiverio clínico pude darme cuenta que recién había aterrizado a mi propia realidad, luego de haber vivido unos años de burbuja de una supuesta fama superflua, que me había hecho perder mi humildad, mi valor propio. Tuve que comenzar de cero nuevamente, a trepar mi propia montaña.
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