jueves, mayo 29, 2025

DE PROFESIÓN, VENDE HUMO



Yo me hice escritor por herencia de mi madre, pero también por la vehemencia de mi papá. Esa fuerza que recorren mis palabras, tienen el lirismo materno y el tractor paterno. Me ha costado mucho entender esa voz literaria que me tocó ejercer, así desbocada y acomplejada, pero intensa. 
De hecho no gusta de entrada, ni de segundo. Tal vez como postre acompañado de un elissir como dice el Coco Basile, fuerte en la mañana, no da gastritis. Blue level. En Perú, hay niveles, como dice Leslie Shaw. Yo, digamos que estoy en lo que en estética se le llama: un feíto. Una escritura que va de lo grosero a lo sutil, igual que mi cara. Es lo que hay, así aprendí a aceptarme. 

Cuando estaba en la universidad me llamaron a ser parte de un proyecto de jóvenes académicos, yo pensaba, porque escribía poesía y algunos cuentos como quien hace rocanrol, ya tenía el destino hecho. Por ese entonces había conocido al poeta Verástegui y le pedí que me firmara un libro, no tenía ninguno de él porque sus libros se conseguían muy clandestinamente, pero su nombre se había convertido en una leyenda, un poeta que ganó un premio mundial y vivió becado muchos años en Europa, siendo proclamado como el nuevo José Carlos Mariátegui en París. Eso lo escribió el chileno Bolaño en un libro y lo ridiculizó. La esposa del poeta se molestó mucho y le mandó una carta a Barcelona. Eso se lo pregunté en un taller de literatura que ella dirigió y que luego me tuve que ir porque no comprendían mi poesía y me comenzaron a ver muy mal. Igual lo veían a Verástegui cuando era una estrella del rock, ganador de la Beca Gughenhein, autor de versos alucinados que combinaban matemática con el discurso político y la profundidad de una manzanilla tibia por la tarde naranja de la avenida La Colmena. El poeta me firmó un libro de Andy Warhol que le presté y lo leyó rápidamente. Puso: dedicado de un ángel a otro ángel.
Esa vaina me hizo pensar más todavía, me quemó el cerebro. Yo era un ignorante como cualquier joven cojudo de la ciudad de Lima. Aunque tenía futuro académico esa dedicatoria me hizo pensar que era un elegido. Que tal vez, si al poeta le habían dicho que iba a ser el sucesor de Jose Carlos Mariátegui, quien sabe yo podía ser el sucesor de Aldo Mariátegui. ¡La cagada !

Así anduve años pensando que iba a ser poeta como Verástegui y que en una de esas me ganaba una beca, pero nunca llegó la buena suerte y más bien mi tiempo de académico se iba diluyendo mientras sentía que perdía los días, no sabía por dónde empezar, que mirar. Solo sabía que tenía un proyecto de tesis sobre la jerga en el diario Trome, leer el periódico era lo único que me alegraba el día, mi abuela  leía las noticias de jubilados, mi mamá llenaba el crucigrama y yo leía el bombardero y la seño María, además del Búho, que por ahí llegúe a conocer, como también al fotógrafo Gary aunque no me lo crean muchas personas. Al final, el Trome limpiaba lo que el Vato orinaba en la sala. 

El proyecto de tesis no avanzó nunca, pero esos tres años de buen sueldo y tiempo libre lo usé para escribir Barrunto, cosa que cuando me botaron de la universidad invertí mi liquidación en un tiraje de mi libro. El editor recontra estafador recibió la plata y me dijo que en un mes me entregaba mis ejemplares. Pasaron seis y meses y en ese trance se murió mi abuela, no le pude enseñar mi libro. Me quedé sin chamba, sin abuela y sin libro. Cuando el editor recontra estafador se enteró que me habían internado por un cuadro psiquiátrico, se apareció por mi casa y dejó una caja con mis libros. Mis primeros lectores, los pacientes psiquiátricos de mi cuadra. Hasta ahora me escriben.

Me costó un par de años reinsertarme al mundo. Pero volví rencauchado, brotando ludidez y el pensamiento crítico que cargaba cuando me autodefinía como poeta volvió a mí. 

Entendí que de la literatura no vive el hombre y comencé a usar mis palabras con otros fines, algunos eran honrados y bien remunerados, pero otros fueron colindantes con la inconstitucionalidad y los derechos humanos, peor aún, mal pagados. En el fondo, todas las oportunidades cargaban las dos direcciones a la vez. 

En las agencias de relaciones públicas me volví un proveedor de oraciones. Ráfagas de contenido escrito que iban a parar a los diarios más importantes y las conductoras de televisión leían mis bulets sin equivocarse ni una coma.

Me encomendaron llevarle la imagen a un gerente de tecnología. El amigo era sumamente cordial y bien contactado. Sus relaciones profesionales eran de alto vuelo y manejaba un auto diferente cada semana. A veces una auto deportivo, otras una camioneta europea, luego aparecía con un meche vintage. Y así, sorprendía con su carima y exquisitos lujos, incluso contó que por años vivió en un hotel, cuando era manager de un grupo axe brasilero. Le cai bien al amigo y se alegró tanto por conseguirla una entrevista en El Comercio que me invitó una parrilla. 

En dos meses, con tres o cuatro entrevistas y mucho rebote de medios, logré que el amigo se convierta en un referente de la tecnología. Lo comenzaron a llamar directamente de programas de televisión, donde podía hablar de hologramas. 

El amigo había creado un holograma que hablaba con inteligencia artifical, eso cuando ni siquiera se hablaba de inteligencia artificial. El holograba bailaba y hablaba, interactuando con la gente. 
El día del lanzamiento en el Jockey Plaza llegó Chibolín, era muy amigo del amigo, se saludaron con beso en la mejilla y se abrazó con un amigo más que tenía pinta de talibán chinchano, me pareció raro el pata porque sacaba unas chequeras a cada rato y comenzaba a contar las páginas de cheques para que vieran que 'él era el hombre'. El evento iba bien pero del otro lado del Jockey comenzó a sonar la alarma, había un incendio que fue invadiendo de humo todo el espacio, la gente comenzó a correr, el talibán chinchano guardo rápido sus chequeras y jaló a Chibolín a buen recaudo. Mientras que de un parlante salió un niño con un micrófono corriendo y tosiendo. Era el hijo del amigo que era utilizado como la voz del 'holograma'. Curiosa forma la mía de entender la inteligencia artificial.

Creo que ahí fue que decidí fundar un programa sobre tecnología. Defraudado por la experiencia con el holograma que hablaba con IA, de la gerencia me informaron que no vuelva a tener contacto con el amigo, quien había sido expulsado de la empresa tras descubrirse malos manejos, el robo laptops y hasta el uso de celulares de la empresa para la extorsión desde una cárcel. El amigo era un delincuente consumado que se había camuflado como emprendedor de tecnología disruptiva. Cuando lo encontró la policía lo presentaron a la prensa como 'el amigo de los famosos' que se dedicaba a la extorsión. Al tiempo volvió a aparecer en la televisión, en el programa de Chibolín, le dieron un reconocimiento por su trayectoria empresarial y anunció que se casaba con una super modelo que siempre la señalaron de ejercer el oficio más antiguo del mundo. Ambos se convirtieron a la religión y se casaron, supuestamente se han convertido, al menos para los medios, gente de bien.

Traté con el tiempo de no volver a meterme en la construcción de patrañas tan arriesgadas. Pero la mafia llega y te hace una propuesta imposible de rechazar. 
Mi programa andaba muy bien, entrevistaba a especialistas del sector y me permitía conseguir algunos auspicios. Incluso, me dieron un premio empresarial. Ahí conocí a un empresario italiano muy interesado en ser entrevistado. Me invitó a almorzar y me llenó de elogios al punto de generarme sospechas. 

Después de la entrevista me convocó y comenzamos a mover prensa para su empresa, el italiano promocionaba la tan famosa tecnología blockchain. Su oficina estaba decorada de la Juventus, era fanático del fútbol e impresionaba con sus historias, había sido barra brava, futbolista, empresario y radicaba en Perú desde había veinte años, había sido asesor de gobernador y supuestamente traía tecnología italiana al mercado peruano, con clientes mineros. Yo quedé impresionado y a la vez motivado. Hicimos grandes notas de prensa con información que él daba durante el almuerzo o en charlas de café.

La confianza llegó a tal nivel que un día me trajo un libro de España sobre fútbol y blockchain. Había contratado a dos cyberpunks de Miraflores que combinaban su afición digital con el comercio de drogas diseño. Entraban y salían de la oficina para luego enterrarse en sus pantallas. A ellos les mandó a replicar el libro y pusieron como autor al italiano. Le cambiaron la portada y mandaron a imprimir dos mil ejemplares. Salió en el Decano hablando de tecnología italiana, se convirtió en un ícono de la avanzada de innovación en el país.

Lo raro era que cada cliente que ganaba, lo perdía en solo un mes. Ninguna empresa que lo contrataba volvía a hacerlo pasado los primeros treinta días. A los cyberpunks de Miraflores les comenzó a deber dinero, y luego hizo lo mismo conmigo. Me hizo el perro muerto. 

Me quedé picón, y cuando estoy así, sobre todo cuando me cierran con plata, desato mi furia a través del teclado. Hice un flyer con su cara, su número de DNI y dirección, puse grandote 'estafador' y lo subí a las redes sociales. A los días me llamó el italiano y me amenazó con mandarme a la camorra si no borraba la publicación. Me intimidó su furia pero igual le dije miedoso que quería mi plata. En tres días me deposita un nuevo cliente de Sudáfrica. Borré la mitad y a los tres días me pagó la mitad. No volvimos a hablar. Su foto se quedó ahí flotando junto a la entrevista que le hizo el Decano.

Una vez contacté al presidente del gremio de expertos en blockchain del Perú, para pedirle una entrevista para mi programa, y rechazó la solicitud, porque no quería estar donde el italiano había estado tantas veces y había sido presentado como el precursor de la tecnología en el país. De hecho mis explicaciones no fueron suficientes para tenerlo en el programa. Pero cambiaron de presidente y el nuevo no me conocía ni sabía mi 'prontuario', menos el de mis entrevistados. 
El presidente de la asociación se fue contento del canal. Todos salen contentos de mi programa, se van engalanados, brillan, tienen cara como si estuviesen rodeados de estrellitas. Salen estrellas.

Al presidente le cai bien, por lo que me recomendó a otro presidente, pero del gremio de peruanos de Silicon Valley. Era un empresario que había trabajado en las grandes marcas mundiales, economista, y en Perú lideraba una casa digital de cambio de divisas. Tenía un floro que impresionaba tanto como la caña que manejaba y la hembrita que llevaba cada vez que lo invitaba, porque lo suyo fue un amor a primera vista con la cámara. 
Me contrató para que le gestione entrevistas y comenzó a salir en todos los canales. Todos le pedían su opinión sobre la caída del dólar. Si había un conflicto en otra parte del mundo, le preguntaban a él cómo repercutía en el país. Se volvió un influencer y hasta lo convocaron para conducir en televisión. 
Su reputación se hizo tan sólida con las nota de prensa que redactaba para él que dejó de llamarme, ya no me necesitó más. O al menos pensó él, pero comenzaron a salir en los medios de comunicación gente que había sido estafada por el economista de Silicon Valley, víctimas que depositaron miles de dólares para cambiar a soles y nunca recibían su dinero. Gente estafada con fuertes sumas de plata para implementar franquicias, que nunca más volvían a ver su inversión. 
Sin embargo, su imagen se había construído con tanta solidez que más era su fama de empresario de éxito. Pero cuando su caso llegó a la policía, cerró sus redes sociales y cambió de número. No sin antes mandarme un mensaje a pedirme ayuda. Le propuse redactar un comunicado y cobre el triple. La información que escribí fue tan impactante que salió en todos lados y prácticamente las denuncias de la gente engañada quedó en dudas. 
No lo volví a ver, pero me quedó claro que podía salvar con mis palabras a cualquier pecador. Ese talento llegó a oídos del famoso doctor poder, el conocido abogado de las causas imposibles, defensor al estilo napolitano de políticos y millonarios paranóicos por la inteligencia financiera. Quien me convocó a su estudio y me preguntó si quería trabajar en Palacio. El sonido del hambre en mi barriga respondió por mí. En tres días fui presentado como asesor de gobierno y comencé a trabajar la imagen de un ministro. Cada mañana aparecían denuncias en su contra, desde antecedentes policiales por pegarle borracho a su mujer, pasando por falsa documentación de sus estudios de maestría y hasta el rumor de haber sido cobrador de combi. Todo eso tenía que responder a través de mis palabras hechas comunicados, notas de prensa, ayudas memoria y posteos que rechazaban las acusaciones. 
Me fui justo cuando comenzaba a consolidarme en el puesto y el ministro comenzaba a brindarme su confianza, algo que jamás busqué porque paraba rodeado de ayayeros y nunca quise ser uno más. Lo mío no era franelearlo, sino untarlo de cemento para que no le caigan los ataque. Y cuando las acusaciones eran evidentes, sembrar humo, para distraer la situación.