jueves, abril 30, 2009
Día del Ocio
Yo nací vago porque cuentan los registros del hogar de la madre que el veintisiete de enero de mil novecientos setenta y seis, a las cinco y trece de la tarde, la paciente gestante de la cama once b, alumbró a un robusto bebé que no lloraba, pero sus latidos eran tan fuertes que evidenciaban vida normal. El médico responsable de la cesárea le dio un pequeño palmazo en la nalga, a lo que yo, un poco acostumbrado ya al incomprendido arte del soñar despierto, respondí con un atormentado ronquido. Y seguí mi siesta.
Desde ahí, he crecido estancado frente a una pantalla. Primero la tv, donde recibí maravillosa educación. Luego fue la computadora, donde cada día amplifico mis fracasados días. Ver películas, leer revistas, encontrarle errores, dormir. Sacar al perro y cuidar de que no se coma la caca del parque. Lavarle el hocico es más complicado. Luego barrer los cuartos, tender las camas. Llamar a algunos editores, molestar, hacer la finta de que pronto habrá mejores días.
Pero esos días no llegan. Tampoco tengo interés de que lleguen, si vienen por mí o no me da igual. Todo me da igual. Si me dan comida con sal o no me dan nada de tomar. Ir descalzo o en avión. Todo me da igual. Que pasen los años, que pase una década. Ya quiero jubilarme. No he cumplido más de un año en ningún trabajo. He rechazado contratos y oportunidades de encaminar mi vida en la severidad de las cuentas por pagar. He abandonado estudios, proyectos, grandes lujos y me rehúso a ir tras esas impertinencias. No quiero salir de mi cuarto nunca más, aún incendiándola.