lunes, febrero 21, 2022

EL PARTIDO MÁS TRISTE DE LA HISTORIA DEL FÚTBOL MUNDIAL



Yo nunca estuve presente. En conversaciones sociales me suelo retraer, olvido por completo a la gente y mi cabeza piensa otras cosas, pierdo la cordura y termino por ausentarme. Pido permiso para ir al baño y me voy. Es mi sello personal. Mi marca social. En el estadio me pasa lo mismo desde que voy. Mi papá es fundador de Matute, el estadio de Alianza en La Victoria. Había un canchón y un proyecto. Compró su abono y hasta el día de hoy su asiento está debajo del palco oficial, exactamente al medio de la tribuna occidente que da a la mitad del campo, la visión perfecta de un partido. Cuando era niño íbamos con mi hermano y mi papá a ver a los potrillos, era año 84. Jugaban los campeonatos juveniles y los seguíamos a todos lados, al Rimac, a Huacho, Huaral, al AELU, al Lolo de Breña. Los potrillos eran electrizantes. Eran nuestros ídolos secretos porque muy poco o nada salía en la televisión de ellos, pero mi papá era el más hincha, el más blanquiazul y por eso íbamos a todos lados a verlos jugar y ganar. Nunca perdieron. Hasta nos llevó al coliseo Amauta a ver unos partidos de futsal. Con tal que sea Alianza, ahí estábamos. 
Y cuando llegaron a primera entrando al estadio que tenía la figura gigante de Manguera Villanueva, una vez nos encontramos al Potrillo Escobar, con buzo gris, enorme y mi papá le dijo suerte zambo, gracias tío. Metió gol de chalaca es día. La alegría que te generaba un gol así no tenía precio. Pachito Bustamante, Caíco, Pechito Farfán, Susoni. Otra vez, en vez de salir por los camarines pusieron un tablón que cruzaba el fondo oscuro de varios metros que bordea la cancha de Alianza, y salieron por la tribuna cada uno y entraron la cancha de sorpresa. Y el Potrillo Escobar llevaba sus tobilleras blancas sobre las medias azules. Yo para ese entonces me retraía, el color, el humo, la canchita que te regalaba un tío que lo vi envejecer vendiendo con un costal en la espalda y hace poco murió en pandemia. Igual disfrutaba aunque casi siempre mi distracción me hizo perderme los goles. Igual aprendí a verlos en televisión una y otra vez. 
El 87 mi mamá se fue a Europa con mi hermana Maisy, extrañaba mucho a mi hermano mayor que se había ido a vivir con sus padrinos a Holanda. Se fueron los últimos tres meses del año y nos quedamos mi papá, mi hermano Rafo y yo. En ese tiempo, como no teníamos quién nos cocine el almuerzo, se negocio con mi tía Elisa y mi tío Guille que nos darían pensión diaria. Entonces salíamos del colegio y mi tío nos recogía, nos llevaba a su casa y comíamos con nuestros primos Guille y Mayra. Luego nos dejaban en la casa y nos quedábamos solos toda la tarde, mi papá volvía muy de noche.
Por eso cuando se cayó el avión que llevaba al Alianza, el golpe fue más duro porque a la pérdida de nuestros héroes, mi mamá no estaba para calmar el dolor. 
Antes que acabe el año, Alianza pudo armar un equipo con retazos, Cubillas había dejado el fútbol pero tuvo que volver. volvió Cueto y los hermanos La Rosa, Velásquez, pero no había forma de engranar una jugada. La tristeza era enorme. Había jugado antes, Colo Colo contra la U. Eran otros tiempos, había una banderola que se proclamaban hermandad de compadres. Luego entró Alianza contra Independiente de Argentina. Colo Colo había cedido cuatro jugadores. Pacho Huerta, Leterier, Parko Quiroz y el arquero. La memoria es frágil. Ya de noche en Matute, apenas comenzado el partido por los parlantes iban nombrando a los jugadores que habían muerto. José Caíco González Ganoza. Presente. Ignacio Garretón. Presente. Era una mezcla de pasión y religión. Alianza estaba muerto, no podían jugar peor. En unos minutos el Independiente de Bochini, Marangoni y Franco Navarro, hizo dos goles. Entonces comenzaron a tocarla nomás en señal de piedad. El estadio estaba lleno de gente, los cánticos, los bombos y las banderas explotaban pero no había alegría. Los potrillos se habían ido.
Esa mañana de lunes, siempre escuchando Radio Miraflores mi papá se quedó perplejo por la noticia. Se murieron los negros hijo, me dijo. No lo podía entender y anduve meditamundo por días en el colegio y en la casa de mi tía Elisa donde comíamos mientras ella trataba de reemplazar a mi mamá. El vacío era demasiado grande. 
Alianza es así, tiene una cuota de tragedia y dolor. Pasó luego en el 99 con Sandro Baylón y en el 2011 con Oyarce. Son los muertos que carga el equipo cuando juega. Y el compromiso de llevar la camiseta adonde sea, sea futbolista, calichín o barrista, es cosa mayor. 
Para el segundo tiempo, el Alianza logró articular un par de pases y marcó el dos uno. La tribuna se vino abajo. Aún así no hubo algarabía en ese abrazo de gol. 
Antes de la pandemia, la última vez que fui al estadio fue a un estadio vacío, el San Carlos de Apoquindo, en Santiago. Yo más estaba preocupado en estar en la marcha de las protestas sociales, quería conocer el tema, por eso cuando me enteré que debía ir a Chile, planifiqué todo para conocer al mostro adentro. En medio de las marchas con olor a marihuana apareció un barra brava, a saber que habían matado los policías a un barrista en un partido de Colo Colo la noche anterior. La protesta venía fuerte y había mucha presencia de barra bravas. Pero uno del Colo Colo se había amarrado en la cabeza una camiseta blanquiazul. Y le grité a lo lejos Arriba Alianza, se acercó y me abrazó. Me dijo en chileno que Alianza y Colo Colo éramos hermanos. A la semana siguiente se prohibieron los abrazos porque comenzó la pandemia, o quién sabe y cuando estuve ahí ya el virus flotaba como también los gases lacrimógenos. 
Pero de ahí no volví a un estadio y pasaron dos años cuando tuve que ir a Matute a un lanzamiento de prensa. Apoyando a mi gran amigo aliancista Roberto, porque el aliancismo además de darme alegría y dolor, también me ha dado la oportunidad de trabajar en lo que más me gusta que es trabajar Alianza Lima con orgullo y corazón. El gerente del club invitó a Roberto a ver el trofeo nacional que acababa de ganar el primer equipo y yo seguí la comitiva. Acabamos en el hall principal y nos tomamos fotos cargando el pesado símbolo del triunfo total. El campeonato nacional. Cuando la cargué me acordé de mi viejita que padece un mal que nos tiene luchando. Si algo que he aprendido de ella es a dar batalla, a soportar el dolor con la frente en alto. Y me acordé de Maradona cuando le preguntaron qué sintió cuando cargó la copa del mundo, qué dijo. Quédate conmigo toda la vida para siempre. Mi papá cuando salía todas las mañanas de casa a trabajar salía cabalgando haciendo ruido con sus zapatos. Siempre he sentido que mi papá es mi Maradona. Que cuando salía raudo a trabajar era el Diego llevándose a los ingleses y metiendo el gol. Incluso después, cuando envejeció el Diego y le molestaban las rodillas. Mi papá dejó de ir al estadio porque las gradas le producían un dolor intenso en las rodillas y ya no iba a soportar una operación más. Con mi papá y con mi hermano Rafo fuimos al seis tres en el año 95 y también fuimos al cuatro uno contra Estudiantes ya con mi hermano menos y mi sobrino. Antes, en el 93 con los nuevos potrillos, fuimos con Rafo a un clásico en Matute donde perdimos uno cero con gol de Baroni. También perdimos el carro porque estábamos tan borrachos que olvidamos dónde lo habíamos dejado estacionado. La última vez que mi papá fue al estadio casi nos agarramos a golpes con unos chibolos. Mi papá quiso prender un cigarrillo y una chica comenzó a toser, su novio pidió que apague su cigarro el viejo y mi papá lo mandó a la mierda. El chibolo se paró y yo me paré también, nosotros éramos cuatro y lo flanquamos a mi padre. Pero ellos eran como doce y se armó un tumulto que tuvo que parar la policía. Recibimos manazos por todo lado. Lo peor fue que cuando todo se calmó mi papá quiso prender de nuevo el cigarrillo y la gente se nos vino encima. Ganó Alianza el clásico con gol de Yordi, pero no volvió más mi papá. Pero aún tiene su entrada como socio vitalicio que usualmente la recibe mi hermano Rafo. A veces no hay tiempo para ir y la vendemos por ahí. Igual hay que ir y estar un rato donde la tía Pochita que nos vende cerveza hace más de veinte años. Está Lenin su hijo que iba a ser futbolista pero le ganó el barrio. Buen chico y nos resguarda para cualquier ocurrencia violenta. Vienen a Mendocita los hermanos Martínez, Carlos y Gustavo. El mayor llevaba a su hermano desde que tenía cinco años. En micro los dos niños iban solos. Van también a Matute los hermanos Coelo, Jorge y Luchito. Jorge viene de Trujillo cada vez que puede, que es casi siempre porque ser de Alianza es así, seguir a todas partes. Por ahí te encuentras a don Roberto, el profesor, con quien hay que armar un sueño invaluable. Y así uno va encontrándose con la gente que ya te conoce de tantos años, cada partido, cada triunfo o derrota igual uno celebra la vida. Porque el fútbol es vida. 
Cuando me tocó cargar el trofeo del campeonato nacional solo me acordé de mi mamá, besé la copa y le dije no te vayas nunca, quédate conmigo toda la vida mamita linda. 
Tengo que cuidar a mi mamá, sobre todo los domingos que no viene la empleada que la atiende. Cuando está mal mi mamá necesita que la atiendan con docilidad, por eso vino mi tía Elisa y mi tío Guille para alegrarle la vida y cocinarle, porque mi tía lleva la cocina a un nivel de arte mayor, entonces mi mami se pone contenta.
Habían anunciado que Alianza volvía con aforo. Mi hermano Rafo se quedó con mi viejita porque estaba en los peores días posquimioterapia y el dolor la pone de muy mal ánimo. Aproveché mi domingo y la entrada de mi papá. Desde temprano estuve y me puse a tomar solo, como me he acostumbrado últimamente para emborracharme mientras escribo. Antes de entrar me paró la policía, me hicieron pasar tufómetro y me atarantaron. Usted no pasa, está en estado etílico señor, está con los ojos rojos, detenido. Pero se activó en mí la pendejada, no me podía quedar afuera como me he quedado otras veces. Alianza volvía con su gente y yo necesitaba estar ahí, por mi viejita, por mi papá. Jefe, vengo de lejos mi viejita está enferma. Por favor déjeme pasar. 
Para variar, los goles nunca los vi sino hasta el noticiero de la noche. Pero queda impregnado un enorme cargamento emotivo que persiste en el corazón.