Había un pata en la universidad que le gustaba la literatura. Se acercaba a buscar conversa y pulseaba, ¿tienes algo para vender?, de qué o qué. Y se iba. Después volvía con que el escritor Reynoso vivía a unas cuadras y podíamos ir a visitarlo. Pa qué. Es un gran escritor, es importante valorarlo. Y se iba el amigo. La gente de mis clases eran menores que yo, porque venía de otra facultad y la gente de mi edad ya estaba formando familias. Ahora la misma gente de mi generación es abuelo. Sus hijos ya terminan maestrías y tranquilamente pueden ser mi jefe. A mí ya nadie me contrata. No tengo CTS ni AFP, lo más probable que tenga TBC.
El amigo andaba siempre jodiendo con eso de ir a visitar a Reynoso. A mí nunca me gustó esa vaina de creer que el talento se contagia por amistad. Yo venía de estar ocho horas tocando el bajo, tratando se fortalecer mis dedos. Pero no me dio a tanto, firmé un contrato discográfico y salí en la portada de un disco que competía con el grupo Torbellino. Tenía una chica bonita y un carro que mi papá me había comprado nuevo, con la condición de que estudiara en la facultad de economía. Cuando salí de la universidad autoexpulsado, tuve que devolver el carro y a mi chica bonita no le gustó nada de nada que ponga aretes y que me haya inscrito en un taller de teatro clown. Ya no tenía interés de buscar a nadie ni reverenciar al tal Reynoso. Que por cierto ni había leído nada de él. Entonces me fui a un congreso de literatura y lo escuché hablar, leyó su cuento y lo grabé en mi casetera. Esa grabación se convirtió en una misa para mí, en un rezo devoto. Me volví reynosista, y adonde fui, ya como profesor universitario, como artista o mero loco de bar de Kilka leí a Reynoso en voz alta y con la intensidad que me enseñó en esa presentación que grabé en un casette.
En la universidad la gente estaba pensando más en procrearse en fiestas. Yo ya no quería estar en fiestas, ya había estado en backstage de bandas de rock y vi todo lo prohibido. Un loco necio me puso una pistola en la frente y me perdonó la vida porque le caía bien. Confío en mi suerte, parecido a la película de Tarantino donde el negro Pulp Fiction y Travolta reciben una sarta de balazos pero ninguna le da, el negro dice que es un milagro y recita un paraje de la biblia. Siempre he sentido que tengo la suerte del negro Pulp Fiction. Ezequiel.
El amigo de la universidad se terminó casando con la hija de otro escritor, muy amigo de Reynoso, y se hizo socialité. Yo más bien un día le respondí un correo donde me invitaba a la presentación de su libro. No recuerdo en qué habré estado yo (seguramente una mezcla de ansiolíticos con vodka, y frustrado por algún tema superficial) que le puse: no me envíen mensajes de este intento de artista.
Recibí una respuesta mucho menos cordial, me gané su enemistad y nunca más me volvió a invitar a sus tertulias ni a visitar a Reynoso ni a nadie. Igual lo conocí a Reynoso en la presentación del primer libro de Raúl Tola. Me llevó Galarza y fui con mi nueva chica que poco le interesaba que no tuviese auto. Nos sentamos en una mesa con un escritor lleno de púas y chamarra de cuero, y un pata de apellido Badani que se había casado con cinco mujeres a la vez pero esta vez estaba con dos de sus esposas. A Reynoso le cayó bien mi chica porque era de Cuzco y su tío abuelo fue poeta. Era un bar gay que estaba repleto de gentita del arte. Me sentí barranquino, locaso, on.
A Galarza lo conocía por tercera vez. Primero fue en la Tito Drago. Él venía a ser un refuerzo, de un grupo que venía del San Agustín, y yo era arquero suplente de suplente. Pero mi causa de barrio era el diez, así que siempre estuve en la banda aunque no jugaba o muy poco. Galarza jugaba de seis o de ocho, la rompía. Y como vivíamos en el mismo barrio, bajábamos en el Chama hasta Villa Coca.
Años después ya casi terminando la secundaria nos volvimos a encontrar en el ICPNA de Miraflores, coincidimos en algún ciclo y ambos estábamos con la vaina del skateboarding. Él pertenecía a un team con una gente que se había hecho conocida, paraban con Kareen Spano que en ese entonces estaba de novia con Ricky, un guitarrista con la melena igual a Slash. Ahora creo que no le queda ni el recuerdo de esa peluca, pero sigue tocando la viola. Kareen Spano sigue actuando y escribiendo. Galarza se hizo conocido por su primer libro Matacabros. Yo leí el periódico y recordé quién era, lo busqué porque sabía que éramos del mismo barrio, estudiaba derecho. Comenzamos a frecuentar el pollo pier y el chifa de Barranco, con el loco Down, que tenía una tienda en Polvos Rosados, y el gordo Mejía, que ahora es super estrella de la televisión gastronómica. En ese entonces era recontra espeso, creo que no ha cambiado, nunca paraba de hablar, impulsado por la merca que nos vendían en Venegas. Todo sabía el gordo conchesumai. Down sabía de rock alternativo, era bacanes esas incursiones de madrugada, también a la luz verde, al frente del bar La Noche, ahí era más picante y ponían Héctor Lavoe.
Al regresar la bajada era en el ALF, un sanguchón que fundó el loco Einar en los ochentas, todas las noches reventaba de gente y cocinaban hamburguesas hasta las cinco de la mañana. Hubo un tiempo que iba al ALF y no consumía, solo quería escuchar la música que ponían, porque el loco Einar tocaba la guitarra igualito a Hendrix. De tanto joderlo en su tienda sus cocineros pensaban que me había templado del loco Einar, en realidad quería tocar con él en su banda de blues. En la batería estaba Torombolo, yo tenía una batería que la loca Yushimi había dejado abandonada en mi casa, y tenía mis parlantes, entonces armamos una banda que Einar le puso Lima Gris. Todo lo componía él, las líneas de bajo me las enseñaba, yo solo repetía, pero entre pasadas íbamos haciendo jamming, nos quedábamos una hora entera en una sola nota, descubriendo y encubriendo melodías en una sola nota. Ahí aprendí a chivear, tocar en vivo sin perderme, saber aterrizar y comunicarse con los demás a través del ritmo. El loco Einar podía estar horas de horas soleando su guitarra, o aplastando un piano viejo que también metimos en la lavandería de mi casa. Al vecino no le gustaba para nada la bulla, su hija era niña y el olor a incienso era sospechoso. Sonaba Red Hot Chili Pepers o Nirvana. Llegó la policía y nos vetó. Me fui a vivir a la casa de mi abuela, vendí mis cosas y me quedé con una guitarra de palo. Con la poca plata que pude conseguir mandé a imprimir mi primer libro Barrunto.
Por mis manos había pasado la riqueza y no podía quejarme de mis decisiones. Cuando tenía mi carro y mi chica bonita, tenía una vida casi encaminada, aunque no disfrutaba estudiar ni trabajar. Buscaba problemas y en mis primeras borracheras sobre ruedas pude haberme estrellado. Me gustaba bajar con mis amigos a la costa verde y tomar ron pampero. Como a la medianoche siempre llegaba una mancha de motos, hacían un ritual de llegada. Pero una noche llegó otra mancha de moteros y entre la bronca un pata le disparó a otro y todos salieron volando, el asesino se quedó porque no tenía moto, estaba de acompañante. Lo recuerdo bien porque estudiaba con nostros. Al día siguiente se fue a Piura, y a los meses volvió a clases como si nada. En la casa de mi abuela había un revólver de la guerra con Ecuador. La comencé a poner debajo de mi asiento. Apenas era mayor de edad, tenía auto, una pistola y mi chica bonita. Pero en una borrachera por estar hablando de un supuesto suicida de mi colegio, un pata me quiso pegar, mi gente salió a defenderme, como era el que manejaba el carro siempre tenía buen resguardo. Y la trifulca se convirtió en amenazas que se llevaron a insultos de carro a carro. En mi alucinada borrachera fui tras ellos cual persecusión. Llegamos hasta Jesús María y unas luces que no respeté invocaron a detenerme. Mi ignorancia se acabó al oír los disparos al aire. Terminamos en la comisaría. Caí en cuenta que con las justas podía hablar, caminar e hilvanar una palabra. Mi primer intento de arreglar la situación fue imponer mi atrevimiento. Yo soy sobrino de Víctor Joy Way ministro de economía. O nos deja ir o lo llamo ahorita mismo. Eso de que era mi tío lo había escuchado en las reuniones familiares pero la verdad nunca lo había visto en persona. Y menos mal que nunca se enteró de mi existencia. Ante la impaciencia de la policía que disponía a encerrarnos, opté por estallar en llanto y denunciar acoso sentimental de parte del comisario. Todo eso en altavoz con mi mamá del otro lado del teléfono.
De alguna manera el llanto sincero que solté nos permitió volver a casa, aunque mi mamá tuvo que hacerse respetar delante de mis amigos, sirvió de mucho las enseñanzas que nos da la vida. Uno de mis amigos de ese entonces luego fue mi jefe a pesar de haberle fallado siempre como amigo, jamás estuve a la altura de ser un hombre de negocios. Por él fue que fundé mi programa de tecnología y me permitió conocerme como un relacionista público totalmente animalizado. Gracias a él me di cuenta que podía crear personajes. Uno de ellos fue un gerente de su empresa, a quien me encomendaron para gestionar algunas notas de prensa y entrevistas. El gerente era bien educado, aparentemente culto y con una simpatía desbordante. Conocía a mucha gente de la farándula e hicimos buenas migas, donde logré conocer un poco de su vida, había sido manager de un grupo brasileño. Vivía en un hotel y manejaba un carro distinto cada semana. Le conseguí buenas entrevistas y lo presentamos como uno de los protagonistas de la innovación. Pero tiempo después se fueron descubriendo cosas, como que no era el especialista que decía ser, que adonde iba dejaba deudas y tenía fama de estafador. Es más, el celular asignado de la empresa, estaba registrado en una cárcel. En realidad, el gerente innovador de la empresa de mi amigo era un impostor y delincuente. Sin querer queriendo construí un gerente para luego destruirlo como un prontuariado estafador.
Al final, a eso nos dedicamos los escritores, no lo enseñan en la universidad, ahí te dicen que hay que hablar bien, que siempre será mejor llevarse bien con todos, que atacar no es lo correcto y que existe una verdad y todo lo que no se ajusta a esa versión es mentira.
Lo aprendí rápido porque apenas acabé el primer semestre de periodismo me fui a practicar a la revista Gente. La primera nota que me mandaron a hacer fue con el actor Bernie Paz, que salió en portada. Yo había entrevistado alguna vez gracias a mi amiga Yushimi al grupo Frágil cuando teníamos trece años. Nos fuimos hasta Breña. Nunca salió esa entrevista, nosotros queríamos suplir a Leslie Ames, que era la que escribía de rock en la revista, pero en la primera gira de Los Prisioneros el mánager se enamoró de Leslie y se la llevó a vivir a Chile. Yo le dije a mi papá que quería hacer una entrevista con mi amiga. Y mi papá le dijo al dueño de la revista. Con el tiempo fui conociendo a don Enrique y aunque sé que nunca le caí bien, valoré la oportunidad que me dio para conocer el periodismo y encontrar mi propia voz. Aproveché sus páginas para atacar a mis enemigos y revalorar el talento de mis cercanos. El Waro era caserito de la revista, iba tanto por querer también publicar como por los canjes que daban en forma de pago. Algunas veces nos daban vales para el bar Yacana, en un edificio en el jirón de la Unión. Con un vale de la revista alcanzaba para tres margaritos. Íbamos pues un grupo de cinco periodistas cada uno con su vale, e íbamos pidiendo los margaritos de a dos en dos. El Waro era conocido por sus elucubraciones filosóficas. Era exótico en sus ideas y no el monotemático antifujimorista que desencadenó su vejez actual. Era avezado para proponer una idea, arriesgaba al límite los conceptos y a medida que fluía la cerveza por su sangre el discurso se volvía corrosivo. Justo se apasionaba el Waro sobre el machismo cortez cuando ua turba entró al bar y lo señalaron de inmediato. Quien lideraba la mancha revoltosa era un pelucón ensangrentado que acusaba al Waro de haberle lanzado desde la ventana del bar Yacana una botella de litro a la cabeza. Como vieron que nuestra mesa rebalsaba de botellas vacías y nos acusaron sin argumento. Peor aún, al vez que el Waro movía los brazos explicando sus temibles pensamientos, fue el elegido a pagar la fuente ovejuna. El Waro terminó con los dos ojos hinchados y cortes en la frente. El agraviado sin embargo estaba peor que el Waro, pues la botella de litro había caído desde lo alto del bar hacia el jirón de la Unión. En el dolor, el Waro aprovechó para redactar un ensayo sobre el hecho injusto, que obviamente decantó en culpar al gobierno del chino por haber esterilizado la mentalidad de nuestra generación. (Foto: Kerbi Prieto)